19.4.25

No tendrás nada y (no) serás feliz, de Javier Benegas

En una inolvidable escena de la serie de televisión The Wire, Lester Freamon, el más inteligente de los detectives protagonistas, les dice a sus compañeros que en lugar de seguir los cargamentos de drogas, que solo los lleva a desdichados consumidores y traficantes de poca monta, lo que deben hacer es investigar adónde va el dinero que genera el negocio para descubrir quién se beneficia realmente del narcotráfico. Entonces sabrán qué individuos son los que tienen que enchironar si quieren acabar con la lacra que destruye Baltimore.
 
En No tendrás nada y (no) serás feliz, su último libro, Javier Benegas sigue el “sistema Lester Freamon”: está bien buscar las raíces de la decadencia occidental en el nominalismo de Ockham o ametrallar con brillantes citas chestertonianas en la batalla cultural, pero, al final, lo que hay que hacer es seguir el dinero y averiguar quién saca tajada de nuestra pauperización.
 
Esto es, tal vez, lo que convierte a este libro en una pequeña disrupción dentro del abrumador catálogo de obras bienintencionadas que intentan desenmascarar la Agenda 2030 y el expolio al que hemos sido sometidos en los últimos años. Algo de puntería les falta a la mayoría de ellas cuando pueden tributar sin problema en la sección de novedades de FNAC.
 
Está claro que la izquierda postmoderna actúa como narrativa legitimadora del globalismo financiero, que la deconstrucción del cristianismo ha dejado a Occidente sin cohesión y que las élites gerenciales se han impuesto sobre las capitalistas. Sin duda, todo esto es cierto y merece ser estudiado. Pero no hay que olvidar las palabras de Lester Freamon: tenemos que investigar quién se está llevando el dinero. Ése es el tema verdaderamente urticante.
 
No tendrás nada y (no) serás feliz cumple con la misión. Es una compilación de artículos ya publicados—y quizá con algún inédito, aunque lo desconocemos—, agrupados en cinco secciones que le dan cierta estructura y orden. Hay cuestiones que, en el sentido más literal, resultan particularmente entrañables para Benegas y que desarrolla con especial ahínco, como el desmantelamiento de la industria automovilística europea. Este proceso pudo haberse debido a la incompetencia regulatoria, pero más bien parece que los verdaderos causantes fueron los maletines chinos que circulaban por debajo de las mesas en las tabernas bruselenses.
 
La cuestión económica está muy presente en la crítica a la filosofía del decrecimiento que vertebra el libro. Todos esos seres de luz que preconizan parar las máquinas, vivir del reciclaje y celebrar juntos la era de Acuario, tienen intereses económicos en ello. Son burócratas que aspiran a una sociedad planificada, con una prosperidad económica muy limitada y reducida a lo esencial para poder sufragar al Estado. Ellos, que por cierto viven muy bien con sus sueldos y dietas, quieren que seamos pobres para poder hacernos felices con sus repartos de prebendas.
 
En las primeras páginas del libro aparece una descripción distópica de “La Ciudadela”, ese club de campo mental al margen de la ciudad en el que las élites imaginan países de Cucaña que, cuando se materializan, resultan pesadillas para la mayoría. Allí, de espaldas a la gente, pueden convencerse de que si las generaciones posteriores a los baby boomers no protestaron cuando les hicieron creer que iban a vivir peor que sus padres en lo material porque eran superiores en lo moral, tampoco levantarán la voz cuando les informen de que sus hijos vivirán todavía peor de lo que ya lo hicieron ellos.
 
Pero el objetivo del empobrecimiento colectivo libremente aceptado, además de abyecto, es inviable. Benegas lo sabe porque tiene una visión antropológica realista y es consciente de que una sociedad sin crecimiento es, hoy por hoy, insostenible. No vamos a renunciar a la propiedad mientras las élites la acumulan. El mantra de “no tendrás nada y serás feliz”, cuya genealogía rastrea con agudeza, es un absurdo lógico. Nunca seremos felices sin poder permitirnos unas vacaciones o sin ser dueños de una casa. No hay “relato hegemónico” que pueda convencernos de ello.
 
Lester Freamon diría que los habitantes de La Ciudadela no son tan necios como para esperar que las clases medias occidentales caminen hacia el despeñadero silbando distraídas. Lo que resulta particularmente inquietante. Parece que han aceptado tantos sobornos y han malversado de tal manera nuestro futuro que ya no pueden dar marcha atrás, y siguen en su huida hacia adelante, sabiendo que ya han perdido cualquier auctoritas posible.
 
Benegas parece naturalmente optimista, y el libro termina con una defensa del “liberalismo instintivo”, que sin duda existe y que posee la mayoría de los ciudadanos europeos, quienes no necesitan haber leído a Hayek para comprender que la libertad es preferible al colectivismo estatista. Habrá que ver qué sucede.
 
Por ahora, ya esperamos una segunda parte de No tendrás nada y (no) serás feliz, una que aborde el giro militarista de las últimas semanas. Porque parece que las élites ya ni siquiera aspiran a hacernos felices, sino que ahora se limitan a atemorizarnos con una guerra lejana, cuyo propósito parece ser esquilmarnos y reforzar aún más la centralización del poder. ¿Qué pasará con las regulaciones ambientales y la agenda climática? ¿Veremos tanques eléctricos y misiles ecológicos?
 
El hecho de que ni siquiera intenten dotar de coherencia a su propaganda resulta especialmente inquietante
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