5.4.25

El mito del eterno retorno, de Mircea Eliade

Mircea Eliade (1907-1986) es uno de esos autores que, más que poseer una obra intelectual al uso, lo que ofrecen son auténticas cosmovisiones del mundo. Su monumental Historia de las creencias y las ideas religiosas, y otros libros adyacentes, como el Tratado de historia de las religiones o la Metodología de la Historia de las Religiones, ameritarían horas de dedicación y estudio, pero las urgencias de la vida reducen nuestras lecturas a las obras más breves, como las que Alianza publica en bolsillo: Lo sagrado y lo profano, Herreros y alquimistas, o El mito del eterno retorno.  

El mito del eterno retorno, en concreto, no es un libro largo ni particularmente difícil, y puede leerse en las breves treguas que nos concede esta existencia pauperizada por las pantallas y el asfalto. Consta de cuatro partes, todas interesantes y todas dejándonos con ganas de más. Eliade menciona en el prólogo que quiso incluir el subtítulo “Una filosofía de la Historia” en la cabecera, pero que, por modestia, prefirió dejarlo como está.

El tema central del libro es la reconstrucción de una "ontología arcaica". La antropología filosófica actual es hija del cristianismo y la modernidad, y asume una visión del ser humano que, en realidad, es residual en la historia. Hemos pasado mucho más tiempo en el Paleolítico que en el Neolítico, en civilizaciones "primitivas" que en estados-nación. No conviene olvidar esto cuando intentamos comprender nuestro presente: hasta hace apenas un par de días, éramos adoradores del sol y de los ríos, nos creíamos inmersos en ciclos de repetición y proyecciones en la caverna de un mundo ideal supraterrestre, y títeres de múltiples y presuntuosos dioses.

La mentalidad arcaica, nos dice Eliade, no vive en la historia, sino frente a ella. El hombre moderno se cree hacedor de la historia, su protagonista, pero el hombre antiguo pensaba que solo repetía en el mundo lo que había ocurrido en un tiempo mítico original. Para el "primitivo", todo consistía en imitar lo que los dioses o los héroes habían hecho de alguna manera; todo era la reiteración de una acción primordial en un momento fundante que se perdía in illo tempore. Sin embargo, aunque el pensamiento moderno parece haber dejado atrás estas estructuras, Eliade nos advierte que aún perviven, adaptadas a nuevas formas.

 

La pervivencia de estructuras arcaicas (o el eterno retorno de la ultraderecha)

El libro se publicó en 1972, por lo que hay muchos debates vigentes que son ajenos a él. Sin embargo una lectura actual de la obra sigue siendo pertinente. No estaría de más analizar cuánto de arcaico hay, por ejemplo, en un debate político actual, tan polarizado e irracional, es decir, tan poco ilustrado, en el que parece repetirse cíclicamente una lucha arquetípica desprovista de todo contexto histórico. Ver las noticias hoy es como si nos limitáramos a revivir eternamente la lucha antifascista, refractarios a entender los acontecimientos en su dimensión histórica real.

Un ilustrado, o moderno, o como queramos decirlo, tiene que analizar los contextos, primar las interpretaciones materialistas, y hallar el origen del desasosiego sin cegarse por prejuicios morales. Los problemas se estudian para buscarles una solución plausible. Ante un voto masivo a un partido que no se considera la mejor opción, habrá que entender qué ha motivado esa victoria electoral, no arrojarse a rituales de exorcismo y danzas chamánicas. Mussolini no resucita en los equinoccios de primavera y la Segunda Guerra Mundial no fue un episodio mítico cuya estructura se repite constantemente con una fatalidad sisífica. Lastimosamente, la vida no es una película de Hollywood y la historia no se escribe con falsilla. Nada es tan sencillo.

No querer debatir los problemas reales que originan ciertas opciones políticas —que nadie niega que puedan ofrecer soluciones erradas— y limitarse a exhibir una indignación kitsch es, en sí mismo, una forma de pensamiento arcaico. La demonización del adversario y la reducción de la historia a un esquema binario de eterno retorno de la lucha de la luz contra la oscuridad repite la lógica de las cosmologías arcaicas. No se trata de negar la existencia de peligros políticos reales, sino de evitar caer en una interpretación mítica de los mismos, que nos impida comprender sus causas y, por ende, encontrar soluciones racionales.

Si queremos ser verdaderamente modernos, deberíamos aprender a entender los acontecimientos desde el pensamiento ilustrado, en lugar de repetir, sin darnos cuenta, los mitos de los que creemos haber escapado. El eterno retorno de lo mismo nos libera de la pesada carga de actualizar constantemente nuestras herramientas intelectuales y formas de convivencia. Pero nada retorna, y por ello nuestras respuestas no pueden ser siempre las mismas; no estamos eximidos de pensar cada nuevo acontecimiento por sí mismo. El pensamiento arcaico simplifica las cosas, pero hacer uso de él hoy es muestra de deshonestidad intelectual.   

publicado previamente en https://disidentia.com/

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