Mircea Eliade (1907-1986) es uno de
esos autores que, más que poseer una obra intelectual al uso, lo que ofrecen
son auténticas cosmovisiones del mundo. Su monumental Historia de las
creencias y las ideas religiosas, y otros libros adyacentes, como el Tratado
de historia de las religiones o la Metodología de la Historia de las
Religiones, ameritarían horas de dedicación y estudio, pero las urgencias
de la vida reducen nuestras lecturas a las obras más breves, como las que
Alianza publica en bolsillo: Lo sagrado y lo profano, Herreros y
alquimistas, o El mito del eterno retorno.
El mito del eterno retorno, en concreto, no es un libro largo ni particularmente difícil, y puede leerse en las breves treguas que nos concede esta existencia pauperizada por las pantallas y el asfalto. Consta de cuatro partes, todas interesantes y todas dejándonos con ganas de más. Eliade menciona en el prólogo que quiso incluir el subtítulo “Una filosofía de la Historia” en la cabecera, pero que, por modestia, prefirió dejarlo como está.
El tema central del libro es la
reconstrucción de una "ontología arcaica". La antropología filosófica
actual es hija del cristianismo y la modernidad, y asume una visión del ser
humano que, en realidad, es residual en la historia. Hemos pasado mucho más
tiempo en el Paleolítico que en el Neolítico, en civilizaciones
"primitivas" que en estados-nación. No conviene olvidar esto cuando
intentamos comprender nuestro presente: hasta hace apenas un par de días,
éramos adoradores del sol y de los ríos, nos creíamos inmersos en ciclos de
repetición y proyecciones en la caverna de un mundo ideal supraterrestre, y
títeres de múltiples y presuntuosos dioses.
La mentalidad arcaica, nos dice
Eliade, no vive en la historia, sino frente a ella. El hombre moderno se cree
hacedor de la historia, su protagonista, pero el hombre antiguo pensaba que
solo repetía en el mundo lo que había ocurrido en un tiempo mítico original.
Para el "primitivo", todo consistía en imitar lo que los dioses o los
héroes habían hecho de alguna manera; todo era la reiteración de una acción
primordial en un momento fundante que se perdía in illo tempore. Sin
embargo, aunque el pensamiento moderno parece haber dejado atrás estas
estructuras, Eliade nos advierte que aún perviven, adaptadas a nuevas formas.
La pervivencia de estructuras arcaicas (o el eterno retorno de la ultraderecha)
El libro se publicó en 1972, por lo
que hay muchos debates vigentes que son ajenos a él. Sin embargo una lectura
actual de la obra sigue siendo pertinente. No estaría de más analizar cuánto de
arcaico hay, por ejemplo, en un debate político actual, tan polarizado e
irracional, es decir, tan poco ilustrado, en el que parece repetirse
cíclicamente una lucha arquetípica desprovista de todo contexto histórico. Ver
las noticias hoy es como si nos limitáramos a revivir eternamente la lucha
antifascista, refractarios a entender los acontecimientos en su dimensión
histórica real.
Un ilustrado, o moderno, o como
queramos decirlo, tiene que analizar los contextos, primar las interpretaciones
materialistas, y hallar el origen del desasosiego sin cegarse por prejuicios
morales. Los problemas se estudian para buscarles una solución plausible. Ante
un voto masivo a un partido que no se considera la mejor opción, habrá que
entender qué ha motivado esa victoria electoral, no arrojarse a rituales de
exorcismo y danzas chamánicas. Mussolini no resucita en los equinoccios de
primavera y la Segunda Guerra Mundial no fue un episodio mítico cuya estructura
se repite constantemente con una fatalidad sisífica. Lastimosamente, la vida no
es una película de Hollywood y la historia no se escribe con falsilla. Nada es
tan sencillo.
No querer debatir los problemas
reales que originan ciertas opciones políticas —que nadie niega que puedan
ofrecer soluciones erradas— y limitarse a exhibir una indignación kitsch es, en
sí mismo, una forma de pensamiento arcaico. La demonización del adversario y la
reducción de la historia a un esquema binario de eterno retorno de la lucha de
la luz contra la oscuridad repite la lógica de las cosmologías arcaicas. No se
trata de negar la existencia de peligros políticos reales, sino de evitar caer
en una interpretación mítica de los mismos, que nos impida comprender sus
causas y, por ende, encontrar soluciones racionales.
Si queremos ser verdaderamente
modernos, deberíamos aprender a entender los acontecimientos desde el
pensamiento ilustrado, en lugar de repetir, sin darnos cuenta, los mitos de los
que creemos haber escapado. El eterno retorno de lo mismo nos libera de la
pesada carga de actualizar constantemente nuestras herramientas intelectuales y
formas de convivencia. Pero nada retorna, y por ello nuestras respuestas no
pueden ser siempre las mismas; no estamos eximidos de pensar cada nuevo
acontecimiento por sí mismo. El pensamiento arcaico simplifica las cosas, pero
hacer uso de él hoy es muestra de deshonestidad intelectual.
publicado previamente en https://disidentia.com/
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