Quien tenga algo de conocimiento sobre política estadounidense encontrará bastante decepcionante los análisis que hace la prensa española de la victoria de Trump. Dicho francamente, unos profesionales que cobran por informar tendrían que ser capaces de ir un poco más allá de la monserga de que es un fascista que recurre a las fake news, o el absurdo ése de que el pueblo americano no está listo para votar a una mujer de color. Algunos medios de comunicación en lengua inglesa empero están sacando muchos artículos y reportajes explicando de manera admirablemente ponderada lo que ha sucedido, que es ciertamente complejo y poco susceptible de simplificaciones infantiloides.
Lo cierto es que los republicanos han
ido a las elecciones con un mensaje claro e ilusionante, mientras que los
demócratas no tenían ninguna propuesta viable y se han limitado a pontificar
que ellos eran moralmente superiores que el aprendiz de dictador gordo y con el
pelo naranja. Los primeros hablaban desde la sufriente realidad cotidiana y los
segundos desde la elitista ideología progresista de las clases altas.
La Derecha Tecnológica
Vaticinar específicamente hacia dónde
va a ir la política estadounidense y con ella el debate sociopolítico en todo
el planeta sería osado. Hay mil variantes que escapan al control de Washington
y un personaje tan atrabiliario como Trump bien puede destruir su capital
político en dos semanas. Pero hoy por hoy nos consta que el dinero de las
tecnológicas ha estado detrás de la victoria republicana, y como ejemplo más
diciente de esto parece seguro que Elon Musk va a entrar en el nuevo gobierno.
Todas las informaciones coinciden en
que Peter Thiel, que como Musk también forma parte de lo que se ha llamado la “mafia de Paypal”,
ha sido el principal urdidor de los apoyos a Trump en el Valle de Silicio. E
incluso ha impuesto a J.D. Vance, que fue un empleado suyo, como candidato a
vicepresidente.
Así que si bien no podemos considerar
a Thiel como el referente ideológico directo del trumpismo, sí podemos estudiarle
como el más intelectual de todos los exponentes de la Derecha Tecnológica, que es
la que ha llevado en volantas a Trump de nuevo a la presidencia de los Estados
Unidos.
De Peter Thiel ya hemos hablado aquí extensamente. Es un empresario tecnológico que se formó
como abogado y filósofo. El antropólogo francés René Girard fue su profesor en
Stanford y es tal vez su mayor influencia filosófica. Ha escrito muchos
artículos que se pueden encontrar en internet. Pero sobre todo es el autor de
un libro llamado De cero a uno, que aparentemente es un manual para
crear startups, pero que cualquiera que tenga olfato para las honduras
filosóficas puede darse cuenta de que Thiel habla en varios niveles, y hay
mucha lectura girardiana y mucha teoría política bajo tantas directrices
empresariales supuestamente neutras.
De hecho Girard no aparece citado
explícitamente en ningún momento, aunque sus teorías están presentes en cada
página. Hay otro manual empresarial parecido, escrito precisamente contra éste,
llamado ¡Lo quiero!, de Luke Burgis, que también es un discípulo de
Girard. Ambos libros están muy bien y son recomendables, e incluso se puede
decir que se complementan. Pero el manual de Thiel cuenta con el interés
particular que le da estar escrito por uno de los principales artífices de la
victoria republicana en las últimas elecciones.
De cero a uno
De cero a uno es un libro breve. Son ciento setenta
páginas con imágenes, letra grande y muchos esquemas. Se compone de catorce
capítulos que además se pueden leer independientemente. Casi no tiene relleno y
las ideas brotan como de un géiser desde la primera página. El autor parece no
tener tiempo que perder ni quiere hacérnoslo perder a nosotros. El título se
refiere a lo que Thiel considera que es el secreto de una startup exitosa:
pasar “de cero a uno”, crear de la nada algo que sea imprescindible para el
consumidor.
Quien quiera ver únicamente un manual empresarial
puede hacerlo sin problema. Aporta buenas nociones sobre cómo triunfar en un
negocio, como por ejemplo cobrar poco de base pero sí llevarse mucho de las
participaciones de la empresa; así se favorece la invención y se castiga el
conformismo. Además hace un buen análisis de la crisis de las punto.com en los
años noventa, que él vivió en primera persona. También defiende algo tan
aparentemente antiliberal como los “monopolios creativos”, en los que pone a
Google como paradigma; razona que sin tener que destinar medios a luchar contra
la competencia las empresas pueden centrarse en investigar y desarrollar
tecnologías propias.
Pero lo más nutritivo del libro, al
menos para quien tenga interés en el mundo de las ideas, es todo lo que Thiel desliza
entre tanto consejo empresarial, o sea, su visión de lo que es el mundo actual
y su propuesta para el futuro. Las partes claramente influidas por Girard, como
la competencia mimética entre empresas o los emprendedores como reyes
sacrificiales, son fascinantes y dan para varios artículos académicos. Pero
nosotros vamos a centrarnos en unas páginas que creemos que adquieren especial
relevancia tras estas elecciones.
En el capítulo “Tú no eres un billete
de lotería” Thiel nos dice que todo éxito viene precedido de mucho trabajo y
planificación; la suerte no existe para él. Hay que tomar las riendas para que
el futuro sea lo que nosotros queremos que sea. Hay cuatro actitudes frente al
desafío del mañana: dos formas de ser optimista y dos de ser pesimista. La
primera, el “optimista definido”, es como fue Estados Unidos desde su
nacimiento hasta la década de los sesenta en el siglo XX, con un ideal nacional
muy marcado y que culminó con la llegada del hombre a la Luna. La segunda que tenemos
es el “optimista indefinido”, como es Estados Unidos ahora, que tiene cierta fe
en que las cosas irán bien pero sin saber realmente hacia dónde dirigirse, sin
proyecto claro; éste ha sido el marco hegemónico en Estados Unidos desde los
años setenta. De la misma manera se puede ser “pesimista definido” e indefinido;
el primero, como China, no cree que pueda hacer nada original, pero lo asume y
con el copia y pega sigue para adelante. Luego, finalmente, se puede ser como
Europa, “pesimista indefinido”, que ni innova, ni copia, ni tiene un ideal
sugestivo; paradójicamente para Thiel esta opción es viable: se puede ser un
holgazán nihilista que sobrevive con lo mínimo y sin mayores aspiraciones.
Cada una de estas cuatro opciones
tiene su propia manera de hacer política y de llevar las finanzas, también sus
propios referentes filosóficos. Las formas de pesimismo son ajenas a los
Estados Unidos en cualquier caso, así que nos centraremos en las dos opciones de
optimismo, que es el dilema que encara ahora el pueblo americano.
En el optimismo indefinido prevalecen los
banqueros y los abogados; se reorganiza lo ya creado sin innovar, y se busca el
beneficio económico sin buscar una siguiente frontera. Todo es presentismo
postmoderno; nada se considera ni verdadero ni falso. No hay mucha inversión a
largo plazo, que favorece el desarrollo tecnológico, sino expansión a corto
plazo, que es lo que llamamos globalización. El dinero es más valioso que lo
que puedes hacer con él. Hay innovaciones tecnológicas concretas, como con los teléfonos
móviles, pero no grandes avances en sentido civilizatorio. Los filósofos que
captan mejor este zeitgeist serían Robert Nozik y John Rawls.
En los marcos del optimismo definido sin
embargo priman los emprendedores y los ingenieros, que inventan y construyen, y
hay inversiones económicas a largo plazo, ya que hay mucho dinero para
investigación; la visión de un proyecto colectivo conjunto es muy marcada. Se
prioriza el diseño sobre el azar, los planes audaces sobre la inercia
burocrática. Los valientes tienen más respetabilidad social que los
acomodaticios. Las palabras recuperan su significación; la historia vuelve a
ser hegeliana. Los cambios económicos generan nuevos hábitos culturales. Thiel
nos recuerda que Karl Marx describió claramente el optimismo definido imperante
en el siglo XIX cuando decía que las fuerzas productivas liberadas por la
burguesía habían transformado a la sociedad occidental en unas décadas más
radicalmente de lo que la humanidad había cambiado hasta entonces en toda la
historia.
Prospectiva
Lo que podemos concluir que ha pasado,
resumiendo mucho, es que las élites tecnológicas, que son productivas,
dinámicas y sueñan futuros a lo grande, han vencido a la unión de, por un lado,
las élites gerenciales acantonadas en el partido demócrata
y, por otro lado, las élites financieras de Wall Street, que son más bien
extractivas y sin proyectos más allá de parasitar las ganancias que otros
procuran.
Entramos en una nueva etapa económica
en la que primará el producir cosas y no tanto el especular con el dinero. Los
cambios culturales y políticos de este movimiento tectónico en la estructura
económica serán perceptibles pronto. Difícilmente estos cambios pueden ser a
peor. Un plan para la sociedad orientado hacia el decrecimiento económico,
sumado a unas narrativas de lo políticamente correcto que las clases medias
pauperizadas se tomaban como un ataque a su forma de vida, era inviable a medio
plazo. Lo más probable es que a partir de ahora el ciudadano medio empiece a
tener más dinero en el bolsillo, y pronto la reindustrialización y la
desregulación tecnológica crearán nuevos valores y marcos culturales. En pocos meses las conversaciones políticas
en las que estaremos inmersos serán otras completamente diferentes a las
actuales. Desde luego podemos asegurar que lo woke ha muerto. Sin
financiación ni apoyo del gobierno federal esta corriente ideológica no tiene
mucho futuro. Es más, todo parece indicar que los demócratas van a convertirlo
en el chivo expiatorio de su derrota.
Elon Musk promete lanzar las primeras
naves espaciales no tripuladas a Marte en dos años. Se habla además de construir
al menos diez nuevas ciudades en territorio federal en esta legislatura. También
se va a meter la tijera en el sector militar-industrial…
Todo esto será posible, claro, si las
nuevas élites consiguen que Trump controle su incontinencia verbal y se limite
a ejercer de patriarca silente. De lo que dure esto que se ha llamado la
coalición anti-woke que ha triunfado en estas elecciones dependerá que la
sociedad estadounidense vuelva fuerte al optimismo definido.
En cualquier caso, todo ha cambiado ya
en este noviembre del año 2024.
este artículo apareció en Disidentia
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