"Aquellos
que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo". La
celebérrima sentencia de George Santayana encabeza la contraportada de la
edición española del Elogio del olvido de David Rieff. No podría estar mejor elegida. En principio
parece una idea indiscutible, sensata y humanista: hay que recordar las
barbaridades de nuestros antecesores para no volver a cometerlas. Por supuesto,
bien pensado, también porta un reverso siniestro, ya que los recuerdos
colectivos no existen, son constructos sociales. Personalmente recordamos más o
menos verazmente; desde un punto de vista histórico "recordamos" lo
que los señores con dinero y pistolas quieren que tengamos por nuestro pasado.
La memoria es por definición subjetiva y personal, hacerla colectiva es una
narrativa de poder interesada.
O dicho de otra manera: si no lo hemos sufrido en nuestra carne es que nos lo han contado y por lo tanto hay que sospechar. Si no lo hemos vivido tenemos estar precavidos, el pasado puede ser una mentira interesada.