La filosofía se ha perdido en disquisiciones lingüísticas y en
conceptualizar lo inobservable, o sea, se ha convertido en mera jerigonza
autoreferencial. El star system de autores prestigiados es
bastante insufrible y poco aporta ya al conocimiento de la realidad del mundo.
Así, mientras tenemos computadoras que se comunican entre sí desarrollando un
lenguaje propio e inaccesible a los humanos, en las facultades de filosofía lo
que se considera prioritario es debatir sobre cuánto idealismo hay en la
fenomenología de Husserl o si el último Foucault era un malvado neoliberal.
Sin embargo hay corrientes
marginales en la academia (y que afortunadamente a veces tienen repercusión en
los medios mayoritarios) que sí debaten temas cruciales.
Por ejemplo
hay pensadores que reflexionan sobre la tecnología y aportan unas ideas de gran
profundidad. Lo hacen, claro, saliendo del cul de sac intelectual
que impuso el mediocre de Heidegger, con sus hilarantes chascarrillos en torno
a un martillo, y prefieren dialogar con pensadores de más enjundia, como Lewis
Mumford o Hans Jonas.