El colombiano Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005) fue uno de los críticos literarios más prestigiosos del siglo pasado. Llegó a España en 1953 muy interesado por su literatura; pero pronto empezó a inclinarse por el estudio de la cultura alemana y acabó trasladándose a ese país. Aunque siguió relacionando se hasta su muerte con el mundo universitario español y enviaba contribuciones regularmente a la revista barcelonesa Quimera, por lo general muy despreciativas con todo lo peninsular.
La faceta que más ataca de los españoles es la de la “simulación majestuosa intelectual” o rastacuerismo. En el siglo XIX, nos explica, los parisinos llamaban “rastaquouére” a los extranjeros, iberoamericanos sobre todo, que se paseaban derrochadores por su ciudad sin conocerse sus “medios de existencia”. Rubén Darío le dedicará una glosa al término, que usará contra el chovinismo de los propios franceses. Gutiérrez Girardot lo reorientará contra los “intelectuales” que basan su título en aparentar un conocimiento que no tienen, siendo los españoles sus principales representantes.
El rastacuerismo consiste en el
fingimiento del dominio de las ciencias humanas, afectado y de cara al espacio
público, que encubre un rechazo del trabajo sistemático y científico. Lo que se
busca sobre todo es la fama, más que mejorar. Se trata de repetir fórmulas
vacías, citar autores de moda, utilizar conceptos gratuitamente complejos y
saber racionar los silencios para dejar que el oyente crea que son reveladores.
El rastacuero siempre tiene que dar a
entender que sabe más de lo que se puede rebajar a demostrar, y que por
cortesía va a dejar que quien le escuche busque el sentido de las ausencias.
Suelta ideas que asegura no tener tiempo o ganas para desarrollar, pero cruza
los dedos esperando que no le obliguen a hacerlo. Si dice, “esto sería muy
propio de determinadas corrientes de la ética actual, pero no nos meteremos en
ello”, quiere decir por supuesto que no sería capaz de profundizar en el tema,
básicamente porque lo que conoce no son más que retazos que ha captado a
matacaballo en Wikipedia.
Así degenera la figura del
intelectual, que acaba convertido en una especie de cacique de la cultura.
Nadie duda de que nuestros célebres
doctos tienen bastante de farsantes, pero Gutiérrez Girardot se deja llevar por
cierta ojeriza contra la antigua metrópolis al reducir el rastacuerismo solo a
españoles cuando hay tanto europeo que merece el calificativo. Basta leer o
acudir a algunas conferencias para entender que el rastacuerismo es hegemónico
en la mayor parte de la producción humanística europea. Textos que comentan
textos, que refutan textos que ratifican textos. Nada es auténtico, todo mera jerigonza
en la mayor parte de los casos. Lacan, Heidegger, Derrida… la lista es
inabarcable.
¿Qué soluciones tiene el
rastacuerismo? No muchas, ya que todas las civilizaciones han tenido
vendehúmos. Además la nuestra es ya postindustrial, por lo que son legiones las
personas que se tienen que dedicar a cosas no prácticas para canalizar el
exceso de mano de obra. Nosotros proponemos una posible contención de daños:
ADENDA
Unas sencillas propuestas para
reflotar la filosofía en España
-Queda prohibido que los curas, los
seminaristas o incluso los monaguillos se reciclen en filósofos hasta que no se
quiten realmente los hábitos.
Lamentamos mucho la pérdida de las
certezas que la fe prodiga, pero la filosofía no es una sustituta de la
religión. La filosofía no es una teología laica; en consecuencia no reclama
exégesis sistemáticas, ni adhesión escolástica a la pureza de un texto revelado.
Recitar coránicamente las palabras de Kant, Marx o Husserl no es ser un
filósofo, es ser un papagayo. La filosofía se hace pensando contra los grandes
filósofos, no siendo sus adeptos incondicionales.
La filosofía no es una fe de recambio. Los ex piadosos varios pueden hacerse aficionados al tai chi, al zarzen, al karaoke
o a lo que tengan a bien, pero no tienen derecho a seguir embarrando a la
filosofía con sus anhelos de dogmas y de la cálida familiaridad de la
servidumbre intelectual.
-Cualquier filósofo que utilice el
“yo” en una argumentación quedará inhabilitado para siempre.
Todos hemos tenido una infancia
traumática; no sabíamos jugar al fútbol, teníamos acné y tartamudeábamos al
hablar con las chicas guapas. Sin duda a
la filosofía se llega por deficiencias personales; si supiéramos hacer algo
importante no seríamos filósofos. Pero eso no autoriza a resarcir el ego herido
convirtiéndolo en el centro del sistema filosófico. A los demás nos importa un
pito tu “yo”. El “yo” queda para la psicología, la poesía o la autoayuda, pero
hiede en filosofía. No se hace filosofía mirándose uno pensar. Cómo percibe el “yo”, lo que siente o sus
intereses, su intencionalidad o su conciencia, es tema de teorías científicas,
que son falsables; en filosofía esos temas se convierten en explicaciones mitológicas.
Rechacemos los solipismos de
baratillo.
-Los filósofos podrán elegir a sus
autores de referencia pero no los temas filosóficos que traten, que les serán
impuestos, y se vetará el uso abusivo de terminología propia de un grupúsculo
determinado. Hay que escribir correctamente, no escribir en idioma fenomenólogo
o deconstructivista.
Hacerse experto en un autor está muy
bien, pero hay que saber hablar de temas diversos que no necesariamente sean el
campo de nuestro autor elegido. También hay que ser capaz de comunicarse con
otros filósofos que no dominen ni los temas ni la jerigonza del autor al que
estemos adscritos. Magnífico conocer a Heidegger al dedillo, por ejemplo, pero
eso de ser militantemente incapaz de hablar de cuestiones que le son ajenos es
una pérdida de tiempo y dinero del contribuyente. Hay que obligar al filósofo a
trabajar temas circunstanciales y que no le interesen, como la economía o la
biología; basta de entrar en bucles terminológicos.
Además lo de considerar innecesario
“traducir” un léxico grupal a otros filósofos que no tienen una formación
determinada merece la expulsión del ágora. La filosofía no es una exhibición
semántica. Si nos ponemos en ese plan, a hablar solo el idioma filosófico que
hemos aprendido, nos convertimos todos en islas monocordes.
(Y por supuesto nada de parir nuevos
términos si no son necesarios, evitemos la multiplicación de los entes).
No hay comentarios:
Publicar un comentario