26.5.24

Una ficción: Última tarde en el Club Cazador

 Max Argote subió una vez más al pequeño montículo que reinaba sobre la ladera oeste del antiguo Club Cazador. Como siempre hacía en aquella soledad, respiró hondo y dejó que el olor a pinaza y humedad serpenteara por sus pulmones. Con los ojos cerrados, muy sereno, evocó los años gloriosos del Club, cuando él y los otros emprendedores se bebían sus triunfos y brindaban por un futuro todavía más promisorio.

Regresó al edificio principal despacio, casi renqueante, como si realmente no quisiera llegar. Pasó al lado de la piscina, donde tanto se había divertido, y lamentó verla sin agua, repleta de sillas arrojadas por el viento y cubierta de hojas otoñales que ya formaban una viscosa capa marrón. Luego vio las estructuras para barbacoas que él mismo había financiado, ya sin las placas metálicas que seguramente algún expoliador había robado, y rememoró aquellas cenas informales e interminables con gente luminosa y prometedora.

19.5.24

La cuestión de la técnica en Ortega y Gasset




Uno de los grandes misterios de la filosofía es el orden de sus prestigios. ¿Qué hace que determinados filósofos sean reverenciados como oráculos modernos y se les cite hasta la saturación, mientras que otros de mayor mérito son arrojados al averno de los ignorados? 

Sabemos que hay una dependencia de la geografía hasta niveles obscenos, y que un galimatías manchando un papel se considerará un hito del pensamiento si viene escrito en alemán o francés, mientras que obras innovadoras y bien estructuradas pasarán desapercibidas si fueron escritas en idiomas con menor celebridad filosófica. La política juega claramente un papel principal, y el respaldo de estados fuertes explica sin duda la prevalencia de determinados autores. También está la importancia de la industria editorial, que es lo mismo que decir el peso económico del país donde publica un autor. Pero sobre todo, como factor definitivo, encontramos a las inercias intelectuales, o sea, la cobardía constitutiva de los académicos que hace que se regurgiten sin fin aparente a tres o cuatro autores con los que se sienten seguros, en lugar de desafiar los prejuicios de su casta y ampliar su horizonte intelectual con nuevos pensadores que presenten enfoques novedosos.

12.5.24

Signo de los tiempos



Iñaki Domínguez ha hecho algo a contracorriente. Su exitoso libro de debut, Sociología del moderneo, está escrito con frescura 
y presenta tesis originales sobre las vigencias sociales en la España contemporánea. Es un texto de esos que se llaman “fuente primaria”, o sea, una obra sobre la que se harán estudios y que se incluirá en pomposas bibliografías, ya que muestra puntos de vistas innovadores en fondo y forma. Toda una gesta. Es algo a contracorriente, decimos, porque este tipo de libros suelen aparecer al final de una vida dedicada al estudio, no como carta de presentación en la ciudad letrada cuando apenas le está saliendo a uno el bigote de académico.

También es raro que el segundo libro sea totalmente opuesto al anterior, o sea, divulgativo, militantemente “fuente secundaria”, y de estructura clásica. Signo de los tiempos (así, sin determinante, hasta en eso es anglosajón) son dieciséis breves ensayos sobre “Visionarios, locos y criminales del siglo XX”, como reza el subtítulo,  la mayoría norteamericanos, ninguno español, de desigual interés y extensión. Ideal como enciclopedia en la que consultar información biográfica sobre gente como Charles Manson o Phil Inspector, no aporta seguramente gran cosa como conjunto.

5.5.24

Rastacuerismo


El colombiano Rafael Gutiérrez Girardot (1928-2005) fue uno de los críticos literarios más prestigiosos del siglo pasado. Llegó a España en 1953 muy interesado por su literatura; pero pronto empezó a inclinarse por el estudio de la cultura alemana y acabó trasladándose a ese país. Aunque siguió relacionando se hasta su muerte con el mundo universitario español y enviaba contribuciones regularmente a la revista barcelonesa Quimera, por lo general muy despreciativas con todo lo peninsular.

La faceta que más ataca de los españoles es la de la “simulación majestuosa intelectual” o rastacuerismo. En el siglo XIX, nos explica, los parisinos llamaban “rastaquouére” a los extranjeros, iberoamericanos sobre todo, que se paseaban derrochadores por su ciudad sin conocerse sus “medios de existencia”. Rubén Darío le dedicará una glosa al término, que usará contra el chovinismo de los propios franceses. Gutiérrez Girardot lo reorientará contra los “intelectuales” que basan su título en aparentar un conocimiento que no tienen, siendo los españoles sus principales representantes.