Las propuestas de Girard han sobrepasado el mundo universitario y han tenido gran peso en el mundo económico, tecnológico y publicitario. Entre sus discípulos que se mueven fuera de la academia el más célebre es Peter Thiel, pope del Valle del Silicio, cuyo libro De cero a uno transpira deuda intelectual con su maestro, si bien este no aparece explícitamente en sus páginas.
Otro girardiano, Luke Burgis, ha escrito una obra precisamente contra las interpretaciones de Thiel, que le parecen excesivamente libertarias y pesimistas. En la traducción española su libro se ha titulado ¡Lo quiero!, que le da unas connotaciones un poco compulsivas al certero Wanting del título original. Hay que subrayar que ¡Lo quiero! no es un tratado de filosofía, es un libro de mercadotecnia orientado a las escuelas de negocios. Se trata de un manual para empresarios que quieren posicionar productos e incrementar ventas; Burgis no escribe desde luego para expertos girardianos.
Dicho
esto, y si superamos nuestro prejuicio inicial, estamos ante un texto
recomendable. Su autor es un norteamericano que estudió teología en la
Universidad Pontificia de Roma, y exhibe muchas lecturas e investigaciones.
Está claro también que conoce bien el corpus teórico girardiano. Hace uso de él
para poder construir líneas estratégicas de expansión empresarial, pero también
nos sirve como una introducción a la complejísima obra del autor francés, cuyas
teorías se nos van desgranando poco a poco para hacerlas accesibles al lego
(hasta hay dibujos explicando mejor las cuestiones planteadas).
El
libro tiene dos partes. En la primera, «El poder del deseo mimético», se
desarrollan las consabidas ideas de Girard sobre el chivo expiatorio, los
mediadores de deseo y demás pilares de su pensamiento, intercalando ejemplos
del mundo empresarial o cultural (se citan varios capítulos de la serie cómica Seinfield,
por ejemplo, que por lo que dice Burgis hasta el propio Girard saludó como una
involuntaria presentación de las teorías miméticas). En esta parte vemos sobre
todo lo que el autor llama ciclo 1 de la rivalidad mimética, que es el perverso
y el competitivo, y que genera violencia (en este caso también números rojos en
el saldo de la empresa).
La
segunda parte se llama «La transformación del deseo», y seguimos con Girard
como la falsilla sobre la que se construyen las argumentaciones, pero ahora ya
en el ciclo 2, un ciclo virtuoso en el que, tras tomar conciencia de la
fatalidad mimética, las personas pueden hacerse cargo de esa «mentira
romántica», que es la libre elección humana, y buscar modelos de deseo
positivos y liberadores. Esta parte obviamente se orienta hacia la buena
gestión de los grupos de trabajo y cómo vender bien los productos, pero tiene
páginas muy interesantes, como las que tratan sobre el contexto en el que
vivimos hoy en Occidente.
Burgis
está preocupado por la polarización política y las batallas culturales, que le
parecen ejemplos de rivalidad mimética de los que aconseja alejarse, y que son
fenómenos que claramente lee a través del libro de Girard Acabar a
Clausewitz. Su sugerencia constante es no meterse en luchas de las que no
se puede salir ganador y que terminan siempre en violencia.
Por
supuesto que está hablando también de crear productos innovadores y de
liderazgos empresariales sanos. Pero es lo suficientemente ambiguo como para
poder hacer lecturas políticas que creemos tienen cierto interés. Recalca que
hay que romper con los ciclos miméticos ofreciendo deseos fuertes, bien
sustentados, y que vengan de la transformación de los ya existentes, porque la
idea de que unos cuantos hombres poderosos diseñen los deseos sociales en unos
despachos en las alturas le parece aberrante.
El
autor norteamericano nos advierte contra los líderes empresariales o políticos
que no son conscientes de su propio deseo mimético, y se dejan llevar por
ejemplos malos que malbaratan los proyectos colectivos. Los buenos líderes
tienen que subordinarse al conjunto, orillando su narcisismo, y ser capaces de
ofrecer un «deseo trascendental» que oriente la marcha del trabajo conjunto.
Aquí tributa como ejemplo J. F. Kennedy, que supo hacer del viaje a la Luna un
deseo nacional, movilizando grandes recursos y esfuerzos individuales.
La
expansión humana fuera de la Tierra, por cierto, aparece de nuevo como posible
solución al desenfreno de la polarización. Burgis afirma que la humanidad ha
sabido contener la violencia mediante dos grandes inventos. El primero es el
chivo expiatorio, que el cristianismo afortunadamente desenmascaró. El segundo
es el libre mercado, que hace que la rivalidad mimética se reconduzca hacia la
producción y el consumo. Sin embargo, parece que estamos en los albores de una
época en que todo se ha acelerado y este sistema económico ya no podrá ser
cauce de atemperación. Urge entonces un «tercer invento» que cumpla las
funciones de las religiones arcaicas, y que puede ser una nueva forma de
dinero, una revolución educativa o la mencionada carrera espacial. O sea,
aunque Burgis no lo explicita así, necesitamos un nuevo mito fundacional que
nos permita recuperar la cohesión social.
¡Lo
quiero! es en definitiva un libro que tendrá sabor a fast
food recalentado para los expertos en René Girard, pero que para el que no
lo sea es una buena introducción a su obra. Por otro lado, cuando las teorías
girardianas han sobrepasado los muros de la universidad para convertirse en
motor de acción en otros terrenos, no tiene sentido ya pretender atrincherarse
en el purismo intelectual. Los pensadores prestigiados por el sistema académico
suelen serlo por determinados intereses profesionales o editoriales que poco
tienen que ver con su importancia real, de ahí que no tengan relevancia alguna
en otros ámbitos. Que Girard sea leído por personas ajenas al campo académico
garantiza que sus propuestas tienen algo de provechoso para el mundo actual.
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