3.3.24

Aceleracionismo


3. 

Estamos en los albores de una nueva era tecnológica y la mayoría de los filósofos se encogen en posición fetal, sollozando que no quieren jugar a un juego que no entienden y del que además no van a ser protagonistas. Hay algunos de ellos sin embargo que se salen del guion y aceptan pensar desde este nuevo marco epistemológico. Son los llamados aceleracionistas, bien presentados en Aceleracionismo, una antología de la editorial Caja Negra que apareció en el 2017. Los mejores ensayos están, a nuestro parecer, al principio del libro, donde figuran los iniciadores del movimiento.

Unos quieren acelerar la desintegración del capitalismo, otros se maravillan con el mundo proteico en el que habitamos. De entre estos últimos destaca Nick Land, que es el primero y más pujante de esta corriente y contra el que piensan todos los demás. En Aceleracionismo encontramos dos textos suyos. “Colapso” y “Crítica del Miserabilismo Trascendental”.

El primero es del año 1994 y emula una descarga de bits, un mensaje encriptado. No es fácil de leer, pero merece la pena el esfuerzo. En el primer párrafo anuncia que estamos en una singularidad tecnocapitalista que se autosofistica destruyendo el orden social. “En tanto los mercados aprenden a manufacturar inteligencia, la política se moderniza, incrementa la paranoia e intenta tomar el control”. El Estado ha tomado nota y lucha por imponerse frente a la desregulación económica, pero tiene las de perder, ya que su lógica está obsoleta. El colapso del que habla es propio del imaginario ciberpunk noventero de un mundo controlado por China, con drogas sintéticas por doquier y el hombre modificándose con ayuda de las máquinas. Sostiene que la modernidad es una “cultura caliente”, y éstas son “innovadoras y adaptativas. Siempre destruyen y reciclan culturas frías”. Al final el viejo orden institucional sucumbirá ante sus propios “metrófagos”, unos parásitos que interactúan y sofistican al cuerpo que succionan (“Las infecciones inteligentes cuidan de sus anfitriones”).  

En la mejor tradición deleuziana de la que es reconocidamente deudor, propone nuevos conceptos para nuevas realidades. Además del mencionado metrófago, tenemos, por ejemplo, “hiperstición”, que sería una ficción tan bien construida que acaba formando una realidad.

El segundo texto, “Crítica del Miserabilismo Trascendental”, es del año 2007 y solo necesita cuatro páginas para convertirse en imperecedero. Para Land el mundo actual ofrece una gama de posibilidades infinitas, pero hay filósofos que no quieren ver ninguna salida. Odian al capitalismo y como éste parece no tener alternativas se entristecen, y ponen su bilis y lágrimas por escrito. Sin embargo la vida sigue y ellos se la pierden. Empieza resaltando cómo el marxismo contemporáneo ha renunciado a cualquier propuesta económica, y siguiendo la estela de la Escuela de Frankfort, se limita a hacer críticas culturales y a debatir sobre ideas, casi como un neoplatonismo de baratillo. También ha dimitido de cualquier combate por la historia, ya que sospecha que le es hostil. Sencillamente se congratula en salmodiar sobre lo malo que es el mundo, como un gnosticismo actualizado. Se convierte así en el Miserabilismo Trascendental.

De hecho, de Marx ya solo queda “un manojo psicológico de resentimientos y descontentos, reductible a la palabra ‘capitalismo’ en su empleo negativo e impreciso: como el nombre que todo lo lastima, escarnece y defrauda”. Se acepta que el capitalismo es la manera más rápida de conseguir lo que deseamos (tener y no “ser”, ¡gran drama!), y por ello es execrado. Tanto como el tiempo, el otro gran ogro. “De ahí el silogismo Miserabilista Trascendental: el tiempo está del lado del capitalismo, el capitalismo es todo lo que me entristece, por lo tanto el tiempo debe ser malo”. O sea, que a recluirse en tribalismos y tecnofobias.

Sin embargo el capitalismo sigue acelerando, creando novedades y nuevas formas de inteligencia. El desafío de comprender mientras se siente vértigo debería estimular intelectualmente, sin embargo los miserabilistas prefieren convencerse de que eso les hace desgraciados.

Ante lo nuevo y fascinante que genera el capitalismo el Miserabilismo Trascendental se aburre, todo le parece un cataclismo. Sus sueños son pararlo todo, lo que sería respetable, pero a lo que no tiene derecho es a que esos sueños sean considerados como una “verdadera tesis”. Porque quien es infeliz en esta era de innovación y posibilidades lo sería en cualquier otro horizonte, así que no hay que tomárselo en serio, concluye Land.  

 

2.

Vivimos en los segundos previos a la ignición. No sabemos muy bien qué sucederá pero estamos seguros de que será una transformación radical, un cambio civilizatorio. El mundo mudará de piel y nuestros nietos ya no serán sapiens.

El “aceleracionismo” es un término que al parecer surgió como un insulto, pero el filósofo Nick Land lo recogió y se lo colgó como una medalla. Él es pionero en su teorización inicial y a él se le deben dos de los capítulos más interesantes del libro. Luego Alex Williams y Nick Srnicek, siguiendo a Land pero rebelándose contra él, presentaron en el año 2013 su “Manifiesto por una política aceleracionista”, que también aparece en este libro y que finalmente puso estas teorías en las pantallas de proyección de las universidades anglosajonas.

El “Manifiesto” está dando para mucho debate y desde luego amerita tanta atención. Plantea el rearme del discurso político desde los postulados aceleracionistas. Alex Williams y Nick Srnicek tienen talento para el panfleto, ya que consiguen convencer. Circula por internet con bastante profusión y además es breve, o sea que no hay excusa para no leerlo. Y hay que hacerlo antes de que quede obsoleto, que lo será rápidamente si sus autores están en lo cierto.

Otro de los referentes es Antonio Negri, que escribe aquí enmendándoles la plana a Williams y Srnicek por su extrañamente comunista a la par que elitista “Manifiesto”. Sin embargo está claro que Negri les respeta y siente que hablan el mismo idioma. Su Imperio tiene bastante de marco epistemológico para el aceleracionismo. El filósofo italiano tampoco ve un exterior a la globalización; no considera viable ningún regreso, y de lo que se trata ahora es de reorientarla para hacerla revolucionaria.

También hay un par de textos donde se intenta explicar que existe una estética aceleracionista, pero las referencias a la música tecno no acaban de convencer a los legos. Sí lo hace empero la idea de que pronto tendrán que surgir nuevas formas artísticas que exploren los potenciales tecnológicos.

Hay que decir que además algunos de los ensayos, pocos, son tan enrevesados que parecen una parodia del críptico lenguaje derridiano, como si fueran pequeños sabotajes a lo Alan Sokal con sus Imposturas intelectuales.

 

1.

El aceleracionismo bebe, entre otros, de Marx. El Marx de los “Fragmentos sobre las máquinas” de los Grundisse y el de El Manifiesto comunista que ve a la modernidad capitalista burguesa como la gran fuerza que revoluciona las sociedades y acaba con fronteras y religiones. 

De fondo está siempre la “destrucción creativa” de la que hablaba el economista Joseph Alois Schumpeter, con el capitalismo moderno renovándose y renovando todo continuamente para seguir en marcha. Éste ha sido finalmente el gran motor del progreso; es una contradicción dinámica que ha salido de todo control.

Para Land será a la larga el triunfo de una nueva ontología y el inicio de la singularidad tecnológica. Para sus detractores “de izquierda” -signifique esto lo que signifique- la posibilidad de superar el capitalismo con la renta mínima y la abolición del trabajo obligatorio.

Coinciden todos en que caminamos hacia un mundo nuevo y de lo que se trata es de hacerlo más rápido, correr hacia él en vez de intentar escapar. Porque además no hay alternativa. No podemos regresar al mundo preindustrial y carecemos de un plan B en éste (un plan B que no sea decrecer, o sea ir a peor). Para esta corriente “no hay un afuera”; de hecho éste motto se repite implícita o explícitamente en los diversos capítulos y casi podría haber sido un subtítulo más acertado de la obra.

El libro es irregular, en definitiva, pero con algunas partes que pronto serán clásicas.

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