Estamos en los albores de una nueva
era tecnológica y la mayoría de los filósofos se encogen en posición fetal,
sollozando que no quieren jugar a un juego que no entienden y del que además no
van a ser protagonistas. Hay algunos de ellos sin embargo que se salen del guion
y aceptan pensar desde este nuevo marco epistemológico. Son los llamados
aceleracionistas, bien presentados en Aceleracionismo, una
antología de la editorial Caja Negra que apareció en el 2017. Los mejores
ensayos están, a nuestro parecer, al principio del libro, donde figuran los
iniciadores del movimiento.
Unos quieren acelerar la desintegración del capitalismo, otros se maravillan con el mundo proteico en el que habitamos. De entre estos últimos destaca Nick Land, que es el primero y más pujante de esta corriente y contra el que piensan todos los demás. En Aceleracionismo encontramos dos textos suyos. “Colapso” y “Crítica del Miserabilismo Trascendental”.
El primero es del año 1994 y emula una descarga de bits, un mensaje
encriptado. No es fácil de leer, pero merece la pena el esfuerzo. En el primer
párrafo anuncia que estamos en una singularidad tecnocapitalista que se
autosofistica destruyendo el orden social. “En tanto los mercados aprenden a
manufacturar inteligencia, la política se moderniza, incrementa la paranoia e
intenta tomar el control”. El Estado ha tomado nota y lucha por imponerse
frente a la desregulación económica, pero tiene las de perder, ya que su lógica
está obsoleta. El colapso del que habla es propio del imaginario ciberpunk
noventero de un mundo controlado por China, con drogas sintéticas por doquier y
el hombre modificándose con ayuda de las máquinas. Sostiene que la modernidad
es una “cultura caliente”, y éstas son “innovadoras y adaptativas. Siempre
destruyen y reciclan culturas frías”. Al final el viejo orden institucional
sucumbirá ante sus propios “metrófagos”, unos parásitos que interactúan y
sofistican al cuerpo que succionan (“Las infecciones inteligentes cuidan de sus
anfitriones”).
En la mejor tradición deleuziana de la
que es reconocidamente deudor, propone nuevos conceptos para nuevas realidades. Además
del mencionado metrófago, tenemos, por ejemplo, “hiperstición”, que sería una
ficción tan bien construida que acaba formando una realidad.
El segundo texto, “Crítica del
Miserabilismo Trascendental”, es del año 2007 y solo necesita cuatro páginas
para convertirse en imperecedero. Para
Land el mundo actual ofrece una gama de posibilidades infinitas, pero hay
filósofos que no quieren ver ninguna salida. Odian al capitalismo y como éste
parece no tener alternativas se entristecen, y ponen su bilis y lágrimas por
escrito. Sin embargo la vida sigue y ellos se la pierden. Empieza resaltando
cómo el marxismo contemporáneo ha renunciado a cualquier propuesta económica, y
siguiendo la estela de la Escuela de Frankfort, se limita a hacer críticas
culturales y a debatir sobre ideas, casi como un neoplatonismo de baratillo.
También ha dimitido de cualquier combate por la historia, ya que sospecha que
le es hostil. Sencillamente se congratula en salmodiar sobre lo malo que es el
mundo, como un gnosticismo actualizado. Se convierte así en el Miserabilismo
Trascendental.
De hecho, de Marx ya solo queda “un
manojo psicológico de resentimientos y descontentos, reductible a la palabra
‘capitalismo’ en su empleo negativo e impreciso: como el nombre que todo lo
lastima, escarnece y defrauda”. Se acepta que el capitalismo es la manera más
rápida de conseguir lo que deseamos (tener y no “ser”, ¡gran drama!), y por
ello es execrado. Tanto como el tiempo, el otro gran ogro. “De ahí el silogismo
Miserabilista Trascendental: el tiempo está del lado del capitalismo, el
capitalismo es todo lo que me entristece, por lo tanto el tiempo debe ser
malo”. O sea, que a recluirse en tribalismos y tecnofobias.
Sin embargo el capitalismo sigue
acelerando, creando novedades y nuevas formas de inteligencia. El desafío de
comprender mientras se siente vértigo debería estimular intelectualmente, sin
embargo los miserabilistas prefieren convencerse de que eso les hace
desgraciados.
Ante lo nuevo y fascinante que genera
el capitalismo el Miserabilismo Trascendental se aburre, todo le parece un
cataclismo. Sus sueños son pararlo todo, lo que sería respetable, pero a lo que
no tiene derecho es a que esos sueños sean considerados como una “verdadera
tesis”. Porque quien es infeliz en esta era de innovación y posibilidades lo
sería en cualquier otro horizonte, así que no hay que tomárselo en serio,
concluye Land.
2.
Vivimos en los segundos previos a la
ignición. No sabemos muy bien qué sucederá pero estamos seguros de que será una
transformación radical, un cambio civilizatorio. El mundo mudará de piel y
nuestros nietos ya no serán sapiens.
El “aceleracionismo” es un término que
al parecer surgió como un insulto, pero el filósofo Nick Land lo recogió y se
lo colgó como una medalla. Él es pionero en su teorización inicial y a él se le
deben dos de los capítulos más interesantes del libro. Luego Alex Williams y
Nick Srnicek, siguiendo a Land pero rebelándose contra él, presentaron en el año
2013 su “Manifiesto por una política aceleracionista”, que también aparece en
este libro y que finalmente puso estas teorías en las pantallas de proyección de
las universidades anglosajonas.
El “Manifiesto” está dando para mucho
debate y desde luego amerita tanta atención. Plantea el rearme del discurso
político desde los postulados aceleracionistas. Alex Williams y Nick Srnicek
tienen talento para el panfleto, ya que consiguen convencer. Circula por internet
con bastante profusión y además es breve, o sea que no hay excusa para no leerlo. Y hay
que hacerlo antes de que quede obsoleto, que lo será rápidamente si sus
autores están en lo cierto.
Otro de los referentes es Antonio
Negri, que escribe aquí enmendándoles la plana a Williams y Srnicek por su
extrañamente comunista a la par que elitista “Manifiesto”. Sin embargo está
claro que Negri les respeta y siente que hablan el mismo idioma. Su Imperio
tiene bastante de marco epistemológico para el aceleracionismo. El filósofo
italiano tampoco ve un exterior a la globalización; no considera viable ningún
regreso, y de lo que se trata ahora es de reorientarla para hacerla
revolucionaria.
También hay un par de textos donde se
intenta explicar que existe una estética aceleracionista, pero las referencias
a la música tecno no acaban de convencer a los legos. Sí lo hace empero la idea de que
pronto tendrán que surgir nuevas formas artísticas que exploren los potenciales
tecnológicos.
Hay que decir que además algunos de
los ensayos, pocos, son tan enrevesados que parecen una parodia del críptico
lenguaje derridiano, como si fueran pequeños sabotajes a lo Alan Sokal con sus Imposturas
intelectuales.
1.
El aceleracionismo bebe, entre otros,
de Marx. El Marx de los “Fragmentos sobre las máquinas” de los Grundisse
y el de El Manifiesto comunista que ve a la modernidad capitalista
burguesa como la gran fuerza que revoluciona las sociedades y acaba con
fronteras y religiones.
De fondo está siempre la “destrucción
creativa” de la que hablaba el economista Joseph Alois Schumpeter, con el
capitalismo moderno renovándose y renovando todo continuamente para seguir en
marcha. Éste ha sido finalmente el gran motor del progreso; es una
contradicción dinámica que ha salido de todo control.
Para Land será a la larga el triunfo
de una nueva ontología y el inicio de la singularidad tecnológica. Para sus
detractores “de izquierda” -signifique esto lo que signifique- la posibilidad
de superar el capitalismo con la renta mínima y la abolición del trabajo
obligatorio.
Coinciden todos en que caminamos hacia
un mundo nuevo y de lo que se trata es de hacerlo más rápido, correr hacia él
en vez de intentar escapar. Porque además no hay alternativa. No podemos
regresar al mundo preindustrial y carecemos de un plan B en éste (un plan B que
no sea decrecer, o sea ir a peor). Para esta corriente “no hay un afuera”; de
hecho éste motto se repite implícita o explícitamente en los diversos
capítulos y casi podría haber sido un subtítulo más acertado de la obra.
El libro es irregular, en definitiva, pero con algunas partes que pronto serán clásicas.
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