11.2.24

¿Creen los filósofos laicos en las revelaciones?

José Ortega y Gasset vivió siempre en la “acatolicidad”. En todos sus textos hay una visión inmanente de la existencia y los escasísimos guiños que hace a los creyentes son más de índole político que teológico. Es difícilmente discutible que su compromiso intelectual fue con el liberalismo laico. Sin embargo hay unos intentos un tanto grotescos por parte de algunos discípulos católicos por presentar a un Ortega finalmente retornado al seno de la madre Iglesia; el gran argumento es que aparentemente en su lecho de muerte aceptó la presencia de un cura. Frente a toda una vida conscientemente agnóstica, que en esos últimos minutos de ocaso tal vez besara una cruz o algo por el estilo impugnaría, según estos planteamientos, la supuesta laicidad de todo su corpus teórico y habría que releer toda su obra desde el prisma de una religiosidad latente.

Cuando un filósofo se convierte en objeto de culto, casi en una figura mesiánica, sus discípulos hacen este tipo de tonterías. Además de dar vergüenza ajena, que allá ellos, es una aberración epistemológica que cuando es tomada en consideración nos afecta a todos.

Edmund Husserl es el padre de la fenomenología y uno de los filósofos más influyentes del siglo XX y lo que llevamos de XXI. Sus propuestas son, como es sabido, un intento de dar cientificidad a la filosofía. En realidad era un solipsista egomaníaco que decía que los otros, la gente que le rodeaba, eran meramente datos de su conciencia. Tamaña estupidez ha quedado ahí, sin obstaculizar la germinación de una escuela fenomenológica y el surgimiento de miles de académicos que se autodenominan husserlianos sin sonrojarse.

Estos, para defender la figura del pope, lo que nos dicen es que el postulado de los otros como datos de la conciencia está matizado en un legajo aparecido en una especie de limbo llamado los “Archivos de Lovaina”, donde se matiza mucho la idea y la hace más presentable, y los escépticos quedaríamos ojipláticos por su profundidad.

La cuestión es que los libros fundamentales de Husserl aparecieron hace ya casi cien años. Su influjo ha sido enorme aun con lo de los datos ¿Qué importancia tiene ya la matización?

Michel Foucault dejó una obra estremecedora y brillante en la que describía al sujeto moderno como preso de poderes inasibles, incapaz de hallar una alternativa, y cuya única salida era la lucha fatalmente continua. Por supuesto sus críticos le echan en cara cierto pesimismo antropológico al no ofrecer un modelo de convivencia liberadora posible. Para salvar este escollo los foucaultianos han descubierto recientemente que en una de las últimas lecciones del Colegio de Francia hay una propuesta de sociedad no represiva. O sea que Foucault sí ofrece una solución y llevamos medio siglo malinterpretándolo.

Una vez más, la anécdota convertida en revelación de última hora.

Que el autor no es su obra es una verdad de Perogrullo, pero es que la obra tampoco es la obra; la obra es su recepción. Una pesquisa que obligue a replantearse lo que se daba por supuesto de un autor puede ser interesante para los estudiosos específicos del mismo, pero no para la historia de la filosofía, o para la historia en general. Ortega, Husserl y Foucault son más importantes que sí mismos. Trascendieron sus ámbitos y calaron más allá de cualquier especialización.  Si resultara que ahora descubrimos que Ortega fue devoto de la Virgen de la Merced desde niño, que Husserl tenía una doble vida como agente realista encubierto, o que Foucault suscribía en secreto los ideales de la era de acuario, no nos importa ya. Nada cambiaría. No hay reescrituras retroactivas.  Por supuesto hay que evitar perseverar en el error y seguir con interpretaciones equivocadas, pero el error es ya historia, ha acontecido; y por ello es incluso más verdad que la verdad que estaba oculta en un misterioso cajón desde quién sabe cuándo.

 

CODA

Los filósofos tenemos suerte de que la filosofía sea cortésmente ignorada por el público general. Si llegara a grandes audiencias todo el mundo se daría cuenta de lo ridículos que somos. Nuestros ritos, nuestras fobias, nuestras cobardías. Imagino a los comediantes sacándole partido: ¿Saben aquél que diu que unos beatos se reúnen en concilio bizantino para decidir si San Foucault había empezado al final de su vida a venerar al maligno neoliberalismo?¿Saben aquél diu que de una secta que veneraba a un tal Hegel que decía que si la realidad contradecía a su sistema pues que peor para la realidad?

 

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