John Zerzan (n.1943) es un teórico anarquista
norteamericano cuyos postulados contra la tecnología y a favor del
anarco-primitivismo pueden parecer maximalistas y un tanto absurdos. Y de hecho
lo son; pero sus análisis del mundo en el que vivimos son empero brillantes y
merecen ser leídos. Es un autor que tiene su público, sobre todo en Estados
Unidos, y se considera que fue el referente intelectual del Bloque Negro que
protagonizó los disturbios de Seattle en 1999.
A raíz de la relevancia que tuvo por este hecho se tradujo a nuestro idioma Futuro primitivo, texto publicado originalmente en 1994, y del que hay dos ediciones españolas fácilmente hallables en la red. Una de ellas (retitulada El Malestar en el tiempo) tiene un antílogo, o sea un prólogo crítico, del fallecido Gustavo Bueno, que consideró que una forma de homenaje a Zerzan era presentarle una “beligerancia sistemática”.
1.
Futuro primitivo se forma de varios ensayos, uno
homónimo y tres o cuatro más, dependiendo de la edición. Como dice Bueno, los
textos huyen del discurso filosófico y se acercan sin complejos al panfleto, lo
que les dan accesibilidad. Zerzan tenía por entonces el aura de intelectual
marginal que vivía humildemente en Eugene (Oregón) con trabajos mal pagados y
leyendo y escribiendo en sus ratos libres. Se nota que hay más de intuiciones y
vivencias que de innúmeras horas de lecturas universitarias en sus escritos, lo
que se agradece.
“Futuro primitivo” es el más famoso de
sus escritos, no necesariamente el mejor, donde propone lo que será una
constante en su obra, la anticivilización. Para Zerzan hubo algo que se perdió
en el tránsito del paleolítico al neolítico. Seres humanos con una inteligencia
igual a la nuestra vivieron durante miles y miles de años en grupos nómadas de
cazadores recolectores, sin jerarquías, ni propiedad, ni desigualdades entre
sexos; sin embargo la aparición de la agricultura hizo que hubiera
especialización en el trabajo, los chamanes se convirtieron en jefes y apareció
la cultura simbólica; o sea que se inició lo que hoy llamamos civilización, que
realmente ha sido recientísima -solo
2500 años- y ocupa solo el 1% de la
historia del ser humano en el planeta, ya que los primeros restos del homo
sapiens datan de hace casi 200 000 años.
La conclusión es que es antinatural
que vivamos en ciudades, con tecnología y clases sociales, desarraigados de la naturaleza.
Pero el reverso no es fácil ni deseable. Zerzan tampoco se acaba de creer que
la solución sea irnos a habitar en las montañas para vivir de la caza. Él de
hecho vive en una ciudad y usa gafas graduadas. La intención parece más bien
que va por una reivindicación estética de lo feral y una búsqueda de formas de
organización más libres, menos jerárquicas y libertarias. La meditación que hay
de fondo sin embargo sobre la condición humana y la cuestión de cómo seríamos
sin lenguaje simbólico, o sea del paso de la naturaleza a la historia, es
interesante y poco explorado en la historia del pensamiento occidental.
Los tres ensayos restantes –en la
edición de Ikusager, la de Bueno- son análisis del mundo actual, y sin duda al
no arrojar propuestas descomedidas son más dignas de una valoración
pormenorizada.
El primero es “Psicología de las masas
desdichadas”, donde plantea una corrección a Marx: no es la miseria material la
que conducirá la revolución sino el sufrimiento psíquico el que finalmente hará
que la gente explote. Zerzan muestra un panorama bastante verosímil de la
sociedad estadounidense, extrapolable a cualquier otro país occidental, donde
la psiquiatrización de la sociedad mediante antidepresivos es lo único que
puede contener unos índices de suicidio elevadísimos y unas tasas de
enfermedades mentales que afectan a grandes sectores de la población. El texto
subvierte muchos de los postulados marxistas sobre la conciencia revolucionaria
para encontrar un nuevo sujeto político: las masas desdichadas. Habrá
revolución porque esta civilización nos separa de la naturaleza, nos aísla de
la comunidad, y no es capaz de darnos un sentido existencial. Gustavo Bueno le reprocha aquí su “estirpe
teológica”, ya que el hombre no ha venido aquí ni a ser feliz ni infeliz. De
cualquier manera este razonamiento no serviría para desarticular llegado el
caso a las masas desdichadas, ya que no se sentirían invalidadas por este
razonamiento fríamente intelectual.
Le sigue “Tonalidad y totalidad”, que
es un estudio contra la música en general, omnipresente en nuestras vidas,
cosificadora y alienante, y sobre todo a la tonalidad occidental, que limita
las posibilidades expresivas de la creación musical. Zerzan despliega
conocimientos de melómano y a veces el profano se puede perder. Pero la idea
general está clara: el tipo de música que se hace hoy es mediocre y serial, y
solo sirve para manipular nuestras emociones y ocultarnos que no somos más que
peones en un engranaje que se ha salido de todo control.
Al último de los ensayos “El malestar
en el tiempo”, Gustavo Bueno le reprende que
a pesar de ser una reflexión sobre el tiempo no se cite a Heidegger o a
Bergson. Sin embargo eso hace seguramente que no se convierta en un ladrillo y
se pueda leer de un tirón aun siendo denso filosóficamente. Aquí Zerzan explica
que el tiempo se empezó a medir por la agricultura y para gestionar los pagos,
y luego San Agustín lo hizo lineal. Desde entonces la medida del tiempo se perfeccionó
hasta el presente, que vivimos una vida estructurada por el segundero. Por supuesto sin relojes no habría sistema
industrial y las posibilidades humanas se ampliarían.
Hay dos ensayos que hubieran
complementado muy bien esta edición, pero sin embargo aparecieron en la
antología Cultura del apocalipsis, junto con apologías satánicas y
teorías conspiranoicas, algo que desmerece a Zerzan, que al no cobrar ni
registrar sus obras se queda sin derecho a decidir quién le publica. Se trata
de “Contra el arte” y “La agricultura, motor maligno de la civilización”. Ambos
tienen títulos tan específicos que casi no hace falta explicar su contenido. El
primero sigue un poco las ideas del autor contra la música, resaltando que
durante un millón de años los hombres no crearon arte, y que sólo lo empezaron
a hacer con fines alienantes, como toda forma de lenguaje simbólico. El segundo
busca un pivote sobre el que hacer descansar el mito de la caída original del
hombre. En este caso es la agricultura, con la que para él todo se echó a
perder (así como en otros autores es la presa hidráulica la que inició la emergencia
de poderes). Este ensayo, como todo trabajo que busca explicación en tiempos
remotos, no es más que especulación, pero está muy bien elaborada.
2.
Aparece por fin en nuestro idioma el
libro El crepúsculo de las máquinas de John Zerzan. Publicado
originalmente en el año 2008, se trata de una recopilación de textos, no
especialmente largos, del teórico anarquista estadounidense. Las obstinaciones
temáticas son las mismas que en el anterior Futuro primitivo, aunque
ahora están tratadas con menos pasión y más academicismo; lo que no quiere
decir que hayan dejado de ser interesantes. Futuro primitivo era de
1994, y desde entonces y hasta el 2008 hubo mucho acelerón. En los nuevos
textos abundan los ipads, las críticas al Imperio de Antonio Negri y los
simuladores virtuales. La rabia contra la civilización sigue intacta.
Carlos Taibo explica en el prólogo que
el pensamiento de Zerzan se condensa en seis críticas: 1) al lenguaje; 2) al
sexismo; 3) a la guerra; 4) a la religión; 5) a la vida urbana; y 6) a las
jerarquías. Habría que matizar que su crítica a la religión se orienta hacia el
monoteísmo, ya que habla sin complejos de sanas búsquedas espirituales y
defiende la hierofanía antigua como una forma de conexión con la naturaleza. Su
crítica al sexismo y a la guerra son por otro lado subsidiarias de sus críticas
a la civilización. De cualquier manera el estudio de Taibo, como el de Gustavo
Bueno en Futuro Primitivo, demuestra que hablamos de un autor que hay
que tomarse en serio.
El crepúsculo de las máquinas no sorprenderá a quién ya conozca el
libro anterior, pero sí sentirá que lo complementa. La parte más interesante
del pensamiento de Zerzan es, en nuestra opinión, su idea del pueblo depresivo
o psiquiatrizado como sujeto revolucionario. Ya no es algo así como Foucault,
que ve a los locos como rebeldes pero irremediablemente condenados al fracaso, de
lo que se trata ahora es de que los desequilibrados son la mayoría, pueden
formar un ejército insurgente y finalmente vencer. Están muy enfadados, no
porque no lleguen a fin de mes, sino porque para hacerlo tienen que atiborrarse
de pastillas.
Un autor que aparece saludado como un
retratista de este zeitgeist afligido es Michel Houllebecq, el cronista
de la depresión moderna. En El crepúsculo de las máquinas puede leerse
como una continuación de cualquiera de sus novelas, donde los personajes
solitarios y adictos al porno acaban tomando conciencia revolucionaria desde su
situación, no impostándose ninguna otra, y se amotinan en barricadas levantadas
sobre electrodomésticos de último modelo.
Pero esto nos lleva a la flaqueza de
Zerzan: ¿realmente podemos exigir que la felicidad nos venga dada del exterior?
No se le puede alegar al sistema capitalista su incapacidad para darnos un sentido de la
vida; exigírselo solo oculta la nostalgia de un orden religioso. Zerzan padece
un afán de regreso a las seguridades de la tradición y la fe. Tiene algo de
niño que ha descubierto que su padre no lo sabe todo. Está bien, no lo juzgamos
por ello, pero hay que señalar que resulta poco anarquista.
Addendum
Hay una historia que circula por la
red, imaginamos que es cierta, que cuenta que Bill Clinton fue a la MTV en
período electoral porque quería atraer el voto del mocerío. Era una semana en
la que Kurt Cobain se acababa de suicidar, y uno de los espectadores en el
turno de preguntas del público le espetó al Presidente que aquella tragedia
había deprimido mucho a los jóvenes que idolatraban al cantante, que qué
pensaba hacer. Clinton entonces no pudo más que balbucear unos cuantos lugares
comunes y al día siguiente fue criticado por ello en los medios. La cuestión es
¿por qué demonios tenía que hacer o decir nada para evitarle el spleen a los
fanáticos de Cobain? Esa no es su función. A él hay que exigirle que la
economía vaya bien, que sea posible salir adelante y que haya seguridad, nada
más. Y los motivos para rebelarse tienen que ver si incumple estos mandatos o
si por supuesto deriva en tiranía, no porque no nos da mascaditos argumentos
para levantarnos por la mañana.
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