14.7.24

La extraña muerte del marxismo


Paul Edward Gottfried (n. 1941) es uno de los principales referentes académicos del paleoconservadurismo o conservadurismo nacional estadounidense. De origen judío, hijo de un refugiado húngaro, formado en Yale, su director de tesis doctoral fue nada menos que Herbert Marcuse, el autor de cabecera de los movimientos contraculturales de los años sesenta. Desconocemos la biografía de Gottfried, pero por lo que él mismo sugiere, fue marxista en su juventud. No podemos afirmar que ya no lo sea. Es anticomunista y nacionalista estadounidense pero su alegato es compatible en lo metodológico con el materialismo filosófico. 

 Al menos esto es lo que podemos concluir de su único libro traducido, y el único que hemos leído. La extraña muerte del marxismo. La izquierda europea en el nuevo milenio, que se puede entender como una defensa del Marx primigenio. Publicado originalmente en el año 2005, apareció en español en el 2007, y aunque está descatalogado se puede encontrar en PDF. Es un texto que hubiera requerido de más elaboración. Se nota que está poco trabajado, pero se lee muy bien y es muy sugerente.

El libro se escribió cuando ya había caído el muro de Berlín y la globalización de los años noventa había deslocalizado muchas industrias acabando así con la clase trabajadora tradicional. Todo este proceso se analiza en el libro. Se mencionan también las nuevas políticas identitarias como distracción para evitar que surja la conciencia de clase, y eso que por entonces no eran tan exageradas como ahora. Aquí se nos cuenta cómo se llegó al vigente totalitarismo del arcoíris refractario a lo económico.

Gottfried se pregunta en qué momento se jorobó el marxismo. Su familiaridad con él se evidencia en todo el metraje. Conoce a sus clásicos y los enmienda con conocimiento de causa. Lo hace desde el paleoconservadurismo, pero no parece negar la mayor de Marx en ningún momento, sólo de sus epígonos.

Por ejemplo, critica a Gramsci por no ser realmente marxista; le echa en cara haber creado una teoría de la hegemonía que obvia las condiciones materiales e históricas para privilegiar el control del discurso por parte de las élites, o dicho de otra manera, el italiano sustituye un estudio de la realidad económica que tenga como objetivo mejorar la calidad de la vida por una lucha por el poder basada en la imposición de un relato legitimador, que más que verdadero sea eficaz. Pero la hegemonía es lo que te oculta que no tienes la hegemonía. Llevamos décadas con la monserga gramsciana, y salvo aburrirnos y haberse ganado a grupos minoritarios huérfanos de religión, tampoco parece que la izquierda pueda modificar completamente a la sociedad a golpe de relato. La amedrenta, y ésta calla, pero no parece que décadas de control de las “fuerzas irradiadoras de cultura” hayan conseguido sus objetivos. El pueblo sigue viviendo según lo que entiende por sentido común y por ello la civilización no ha colapsado.  Y por cierto que lo que demuestra que la obra gramsciana es poco más que una tecnología de poder es el hecho de que Viktor Orbán es hoy su lector más prominente (Lástima que Gottfried no llegara a estudiar el caso de Ernesto Laclau, tan similar al de Gramsci y todavía más pueril intelectualmente).

A la Escuela de Frankfurt le reprocha haber despolitizado al marxismo al convertirlo en una mera fuerza moralizadora de las clases populares, identificando todo lo tradicional, religioso y comunitario como “fascista” (fueron los primeros en banalizar el uso del término), y otorgando así al Estado el deber de reeducar a los trabajadores para convertirlos en perfectos cosmopolitas progresistas. A Theodore Adorno y Jürgen Habermas, en concreto, les dedica bastante espacio y no salen nada bien parados. Al primero le acusa de ser un cipayo del imperialismo estadounidense que pretende destruir al pueblo alemán para convertirlo en una jauría americanizada de consumidores sin raíces; al segundo le reprocha ser un apologeta de la censura de toda forma de cultura vernácula y localista que no encaje en el neoliberalismo postmoderno.  Foucault irrumpe también en estas páginas para transformar la justa contestación laboral en el facilón tema de escandalizar moralmente a las clases medias, o sea, politizar los genitales.  

Gottfriend afirma que todo eso son degeneraciones de un genuino discurso materialista. En algún momento se redujo el pensamiento marxista a una casta de seres de luz al servicio del capitalismo financiero, cuando su función tendría que ser luchar del lado del pueblo por algo tan básico como poder llegar a fin de mes, o que una familia trabajadora pueda atesorar un hogar decente en propiedad, y sobre todo que sus hijos tengan la oportunidad de vivir como mínimo un poco mejor que sus padres.

Por el contrario, Gottfried habla con neutralidad, lo que en este punto es lo mismo que decir que es elogioso, de Louis Althusser y Roger Garaudy. Ambos filósofos estuvieron encuadrados dentro del Partido Comunista Francés durante mucho tiempo, los dos fueron igual de ortodoxos y partidarios de repensar a Marx sin desarmarlo políticamente y, sobre todo, moran en el cielo de los olvidados por la izquierda postmoderna.

No se trata, en ningún caso, de blanquear crímenes horrendos, ni de reivindicar notorios errores intelectuales. Pero Marx tenía razón en muchas cosas y ya va siendo hora de rescatarle de sus albaceas.

Las clases sociales existen, son reales y tienen un carácter económico, no (o no sólo) cultural, genital o epidérmico. Cuando el autor de El Capital decía que una minoría plutócrata explota a la mayoría trabajadora estaba haciendo un retrato naturalista de nuestras sociedades. Que ahora esta minoría plutócrata, en lugar de industrial, burguesa y conservadora, sea financiera, ecofriendly y cosmopolita, no le hace menos abyecta.

Gottfried en el siglo XXI lleva el antagonismo de clases a los trabajadores nacionales pauperizados por las élites globalistas neoliberales. Una vez más, un mismo esquema con saludables aires de familia marxistas, pero distinto contenido adaptado a su tiempo.

Si el paleoconservadurismo tiene que ser la voz de las clases populares de nuestro tiempo, heredando de esa manera el lugar del marxismo primigenio, que así sea. Todo vale para combatir el borrado de las clases sociales y recuperar la dimensión económica de la política.  


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