26.11.23

Dos palabras contra Heidegger

1.
Martin Heidegger (1889-1976) está considerado el gran filósofo del siglo XX, lo que indica que este período de la historia de la filosofía es de baja calidad. Su prestigio sin embargo es empero voluble, ya que ha tenido décadas en las que su lectura era vergonzante y otras en las que parecía que se hacía obligatorio pasar por él para poder elaborar cualquier propuesta filosófica. Ahora estamos dejando felizmente atrás unos años postmodernos en los que la hermenéutica heideggeriana era, como decía G. Vattimo, la Koiné (o lengua común) del mundo intelectual europeo.
Heidegger ha sido totalmente hegemónico. Hemos tenido que crecer con él los que nos formamos en Filosofía en años recientes, como Marx se le salía por las orejas a los estudiantes en los años setenta o Santo Tomás saturaba a nuestros pares de la postguerra. Es inevitable cierto asco cuando un autor se impone en los planes de estudios y cercena otros posibles caminos, mucho más interesantes pero inexplorados porque no son por los que transitó el pope.
La cuestión que más se le suele reprochar a Heidegger es su filiación nazista. Se recuerda su discurso hitleriano en los años 30 (“Todo lo grande emerge en el asalto, esto es, en la tormenta”); sus mezquindades con su maestro Husserl, que era judío; sus silencios y falta de arrepentimiento; así como otros hechos inmorales de su vida que son el blanco perfecto en el que se centran los que quieren descalificarle radicalmente, o son justificados, minusvalorados u ocultados por los que quieren salvarle paternalistamente.
No es cuestión aquí entrar en esos juicios. Somos conscientes de que estuvo mal lo que hizo, pero no nos consideramos seres de luz libres de pecado, no sabemos qué hubiéramos hecho nosotros en sus zapatos, solo sabemos que las circunstancia son las que nos han hecho inocentes. Así que mejor callar.
Nuestro rechazo a Heidegger no tiene que ver con su categoría como ciudadano si no con su propia filosofía. Pero hay pocos académicos que se hayan limitado a criticar su obra sin hablar desde una atalaya moral, centrándose solo en lo que dijo o no dijo en sus libros, celebrando sus aciertos y señalando sus desatinos filosóficos.
Hay un libro de Darío Botero Uribe, el filósofo colombiano, que sí cumple en este terreno, Martin Heidegger: La filosofía del regreso a casa (2004). Aquí se repasa la obra del pensador alemán sin casi tocar el tema del nazismo, porque lo que interesa es el enfoque que delata el título. Para Botero “todo en Heidegger es regreso”, ya sea a casa, a la aldea, a la filosofía medieval, a las fuentes cristianas, a una Alemania decimonónica…y a partir de ahí es muy difícil querer seguirle para quien aspira a un mañana mejor.
El caso es que Botero siente algo de aprecio por Heidegger y hace valoraciones positivas de su obra, que además conoce muy bien. Pero lo que nos murmura en cada línea es que es un autor que convendría ir olvidando. Esa angustia metafísica que anhela volver a la posición fetal, refractario al mundo moderno, no vale para un intelectual como Botero, que predicaba el humanismo y el progreso en un contexto, la Colombia de los años 90, bastante complicado.
Hay más cuestiones que son tratadas en el libro. Heidegger fue un filósofo puro, que al contrario que sus coetáneos, cerró la filosofía a otras ciencias, como la sociología o la historia; tampoco quiso que tuviera ninguna proyección política directa y de hecho se opuso a que tuviera alguna aplicación mundana: rechazó el tránsito hegeliano de la teoría a la praxis. Para él la filosofía se acercaba más a la poesía que a la ciencia, y convirtió la creación de neologismos en todo un arte; el lenguaje fue su principal preocupación. En cuanto a la libertad, la veía como una fatalidad más a la que hemos sido arrojados, no como un fundamento de la condición humana, a la que básicamente consideraba como un preludio a la muerte.
¿Por qué un cenizo así ha sido durante los últimos lustros el referente intelectual europeo?¿En un siglo que dio tantas ideas interesantes y conceptos liberadores no hay pensadores mucho más útiles?
Heidegger es de la cuerda de esos pensadores que sostienen que tenemos un yo puro y celestial contaminado por la civilización, que viviríamos mejor en una cabaña en los bosques subsistiendo con la caza y la pesca, y que el desarrollo material es malo y la sociedad es aun peor. Todo un soniquete que defienden supuestos intelectuales que no son más que una pérdida de tiempo, un cul de sac en la historia de las ideas. En tiempos de ingeniería genética, carrera espacial y drones bélicos hay cosas en las que pensar y entender que van más allá de ese culto a “lo auténtico”, que no se sabe dónde puede estar, pero desde luego hay que ser un narcisista de cuidado para pensar que fosforece en el interior de uno. Es algo así como una paganización del dios personal.
 Enterremos ya a este pelmazo; démosle ya descanso a su ser.
 
2.
Ediciones El Salmón es una pequeña editorial que poco a poco ha pasado de publicaciones modestas vendidas en librerías amigas a distribuirse en grandes superficies. Sus libros suelen ser ensayos más o menos orientados hacia la crítica de la civilización industrial. Tienen por ejemplo una colección llamada El martillo de Enoch que homenajea a los ludditas y que se centra en cuestionar la tecnología moderna. Aquí apareció en el año 2013 ¿Sólo un dios puede aún salvarnos? Heidegger y la técnica, de Javier Rodríguez Hidalgo.
El libro es corto, tiene poco más de cien páginas. Se publicó primero como artículo en una revista francesa. Lastimosamente aparece como agotado en la página de la editorial, pero aun así creemos que merece la pena hablar de él, aunque sólo sea para favorecer modestamente su reedición.
Como bien indica el subtítulo, estamos ante un análisis crítico a las contribuciones de Martin Heidegger al tema de la técnica. O sea, que se atreve contra una vaca sagrada de la filosofía. Su osado autor Rodríguez Hidalgo (Vizcaya, 1978), que según la breve información de la cubierta tiene bastante experiencia en militancias ecologistas y es traductor de Lewis Mumford.
Se ve que ha hecho mucha investigación sobre lo que han dicho otros autores menos célebres en el siglo XX sobre la tecnologización de la sociedad contemporánea, y concluye que el legado de Heidegger es un lastre en comparación. Sin la presión académica, el dirigismo de las editoriales y cierta inercia intelectual igual los estudiosos hubieran puesto el foco en otros autores como Jacques Ellul o el propio Mumford, y seguramente las reflexiones sobre la técnica hubieran dado muchos mejores frutos. Pero el infundado prestigio del alemán como filósofo de la técnica (casi no escribió sobre el tema) ha hecho que sus seguidores posteriores se hayan perdido en “una reflexión en circuito cerrado en torno a la técnica y el olvido del Ser”, esquinando a otros pensadores que desde luego tenían más profundidad.
Heidegger sostiene una visión “precapitalista” y nada sistemática del tema. Refractario a los ejemplos concretos y amante de las generalidades, habla del uso del martillo y no del coche (O también se podría decir que sigue hablando de la técnica primigenia cuando el tema en el siglo XX es ya la tecnología industrial con base científica).
 
La diatriba contra Heidegger está bastante bien trabajada y es evidente que Rodríguez Hidalgo sabe cómo lanzarla. Aquí ni siquiera Ser y tiempo sale indemne, ya que su canonización ha generado que otros filósofos se hayan dedicado al sinsentido de “extraer grandes conclusiones a partir de un único sentimiento”, como hacía el maestro con la angustia o el aburrimiento. Heidegger sale reflejado en estas páginas como un parlanchín que no tenía ni idea de economía ni de tecnología, y que hace girar poco elaborados sistemas en torno a intuiciones muy básicas.  
Aunque no desarrolla el tema, Rodríguez Hidalgo sí señala que la influencia heideggeriana en Francia ha sido especialmente nociva, ya que es desde París desde donde se marcan las modas intelectuales. Quedaría pendiente, creemos, que alguien haga un estudio sobre el tema. Además de otras aproximaciones críticas a Heidegger desde ámbitos concretos, como aquí se hace desde la técnica, ya que “los circuitos cerrados” a los que arroja la jerigonza heideggeriana no se limitan a este campo.  


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