De
joven tuvo como maestro a Martin Heidegger, y como es de rigor, su maduración
filosófica se supone que vendría pensando contra él, pero nunca consiguió matar
del todo al padre y su prosa es a menudo tan farragosa, vacía y críptica como
la del viejo nazi. Aunque las propuestas de Jonas son infinitamente más
interesantes y, por ejemplo, El principio de responsabilidad, su obra
más reconocida tiene bajo su hojarasca heiddegeriana un gran nutriente ético.
El
libro de Jonas que nos ocupa ahora es empero La religión gnóstica. El
mensaje del Dios Extraño y los comienzos del cristianismo. Aquí analiza,
con una erudición insultante, las creencias gnósticas, sus orígenes históricos
y su impacto en el pensamiento religioso y filosófico, especialmente en
relación con el helenismo y el cristianismo primitivo, imperantes en la época.
Aunque
el filósofo alemán, que también estudió teología y filología clásica, no se
especializó exclusivamente en el estudio del gnosticismo, sí dejó esta obra,
que se supone que es una referencia ineludible en la materia. En 1930 publicó
una primera versión, basada en su tesis doctoral, y en 1958 apareció la versión
definitiva. En la introducción a la magnífica edición española de Siruela, del
año 2000 y que circula en PDF, se nos dice que esta última versión incorpora
todos los hallazgos que se habían hecho en el campo de los estudios gnósticos
hasta la fecha (si ha habido muchos más desde entonces lo desconocemos).
El
título es un poco confuso porque la obra concluye que no hay una religión
gnóstica como tal, sino un “pseudomorfismo gnóstico”, o sea, una serie de
creencias minoritarias que tienen rasgos en común, pero que no constituyen un
corpus teológico unificado. Que el maniqueísmo sea un gnosticismo, por ejemplo,
no está claro, y aquí se incluye pero también hubiera estado justificado que no
lo hiciera; así de genérico es el término.
Jonas
argumenta que, a grandes rasgos, el gnosticismo representa una reacción frente
a la deslucida condición humana y a la ingrata naturaleza del mundo. Para él,
el gnosticismo es una forma de dualismo que busca la liberación del alma humana,
que gime atrapada en un mundo material creado por un dios perverso y defendido
por unos gobernadores terrenales malignos llamados arcontes. Destaca la
preocupación gnóstica por el conocimiento, gnosis, que es el medio para llegar
a la iluminación, ésa que permite contemplar al dios verdadero que habita
oculto en un complejo sistema de cielos superpuestos. Huelga decir que ningún
gnosticismo cuajó realmente como creencia hegemónica, y nunca pasaron de ser
pequeños y dispersos cultos.
La
religión gnóstica es un libro extenso. Tiene tres partes y un
epílogo.
En
la primera parte trata de delimitar lo que es y lo que no es el gnosticismo y
el contexto histórico en el que surge, que es la llegada de influencias
orientales al mundo helénico tras las conquistas de Alejandro Magno. Esta orientalización
hará tender al gnosticismo hacia misticismos, símbolos y narraciones, y no
hacia una teología con base más o menos racional. Inevitablemente vendrá la
confrontación con otras cosmovisiones imperantes. Jonas tiene mucha mejor
opinión del helenismo, el judaísmo y el cristianismo que del gnosticismo que
combaten. Para él aquéllos al menos tienen un logos del que éste carece.
La
segunda parte es un sugestivo análisis de los principales referentes gnósticos
de los que nos ha llegado noticia: Simón Mago, el “Himno de la Perla” (que es
un Evangelio Apócrifo), Marción, Hermes Trismegisto, Valentín y su escuela, y
el ya mencionado maniqueísmo. Hay que insistir en que Jonas no es nada amable
por lo general con los gnosticismos que analiza, y no pretende salvarlos para
el lector de actual, nos lo muestra como lo que eran, cultos fallidos bastante
insustanciales.
La
tercera parte continúa con el análisis de lo que es el gnosticismo, ahora con
mucha más profundidad si cabe, centrándose en sus postulados, y haciendo una
lectura crítica de la mano de sus críticos contemporáneos, principalmente
helénicos y cristianos.
La
religión gnóstica clarifica al lego lo que es el gnosticismo.
Tal vez haya expertos en la materia que lo consideren un libro superado, pero
para quien no sepa del tema, como un servidor, es una introducción inmejorable.
Tiene interés como libro de historia de las ideas, pero también por todo lo que
va sugiriendo a través de sus páginas, y que finalmente cierra con el epílogo.
El
epílogo, de apenas veinte páginas, se titula “Gnosticismo, existencialismo y
nihilismo”. Realmente lo que explicita ya estaba implícito en todo el
desarrollo previo, y cualquier lector con conocimientos de filosofía habrá
captado los guiños e intuido por dónde iba el tema. De hecho se puede
sospechar, sin restarle un ápice de valor, que el autor ha llevado su
investigación de tal manera que confirmara su intuición inicial, y que todo
está presentado de tal manera de que parece que nos guía a esa conclusión de
manera involuntariamente lógica. Jonas concluye que el que el gnosticismo ha
sobrevivido de alguna manera en el nihilismo moderno (con lo que tienen de
redundantes ambos términos juntos). Ese desprecio a la realidad, a la
naturaleza, y al hombre, y ese apostar la salvación a logomaquias de moda sólo
aptas para pequeños grupos de iniciados recuerda demasiado a la filosofía contemporánea
hegemónica.
Pascal,
con su dios transmundano, y Nietzsche, con su voluntad, aparecen como epígonos
del gnosticismo. El pesimismo que suspira por mundos que no están en este mundo
le parece a Jonas, en general, muy gnóstico. Pero sobre todo es Heidegger el
que se le antoja como una especie de Hermes Trismegisto en tiroleses. Además le
ubica en el existencialismo, muy en boga todavía en los años cincuenta y muy a
pesar de que el autor de Ser y tiempo repudiara la etiqueta; esta
corriente filosófica sería para Jonas un magma intelectual claramente neo-
gnóstico.
Hemos
dicho que Jonas fue discípulo de Heidegger y que no consiguió emanciparse del
todo de su maestro por mucho que quisiera, al menos en su lenguaje filosófico.
Aquí lo consigue en parte porque lo tritura (aunque sabemos que Freud diría que
atacar así al padre es una manera de no romper el hilo que les une).
Jonas
habla de los existenciales heideggerianos, que tratan del pasado y del futuro,
pero no encuentran casi nada valioso en el presente. En la Carta sobre el
humanismo, el gurú de Friburgo decía que la existencia es soberana sobre la
naturaleza. A los gnósticos también les molestaba el “ruido del mundo” y vemos
que el Dasein es un ser gnósticamente arrojado al mundo…
(Una
pregunta que inevitablemente nos hacemos es si Heidegger conocía el gnosticismo.
Hay frases suyas que parecen sacadas literalmente de textos de esta tradición. Si
no lo conocía se confirma lo que ya sospechamos, que no era un pensador
especialmente culto, y si lo conocía ¿quería ser él mismo un gnóstico o
simplemente plagia a discreción? Que no se haya continuado esta línea de
investigación demuestra que hay muchos sueldos académicos dependientes de
prestigiar al apologeta de las tormentas).
Muchos
de los escritos gnósticos que hemos estado viendo a lo largo de la obra nos
resonaban a existencialismo, no sólo al de Heidegger. Eso de estar arrojados al
mundo sin ser parte de él, lo del hombre interior auténtico que hay que
liberar, la ausencia de naturaleza predeterminada y nuestro derecho a
construirla libremente, el logos (occidental) como opresor, la
inconsistencia entre el obrar bien en un orden intrínsecamente perverso, la
consiguiente banalización de la moral al supeditarla a la libertad individual
(los gnósticos no se preocuparon de dejar una ética) y demás postulados dan la
razón a Jonas y elevan su libro como uno de los más recomendables que se pueden
leer en hoy en día para entender las taras de nuestro tiempo.
También
podríamos seguir con sus comparaciones, y señalar gnosticismos más allá de
1958. Hay mucho en el libro de Jonas que parece anunciar una querencia gnóstica
en la postmodernidad, o la French Theory, pero no nos metamos en esos
jardines, no al menos hoy…
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