Douglas Murray es un autor
británico con cierto éxito; sus libros se venden bien y es una personalidad
conocida en internet. Políticamente se mueve en la permeable línea que hay entre
el liberalismo y el conservadurismo. Diez años atrás sería considerado un
centrista típico y tópico, pero como el eje izquierda/derecha se desplaza lenta
pero inexorablemente hacia la izquierda, y aunque él no haya cambiado de
parecer en las últimas décadas, ahora está posicionado en eso que se ha venido
a llamar la “intellectual dark web”, donde tributa como opinador derechista y políticamente
incorrecto, compartiendo podio con Jordan Peterson, Ben Saphiro y tantos otros.
Una verdadera teoría crítica tendría que analizar en qué clase de marco hegemónico nos movemos para que alguien así pueda ser motejado sistemáticamente de intolerante racista y extremista político, cuando no dice nada que hace treinta años se consideraría mero sentido común. Murray es de hecho cosmopolita, culto y viajero; vive su homosexualidad abiertamente como parte de su personalidad, aunque no quiere hacer de ella una bandera política ni espera privilegios por sus preferencias afectivas. Tanto en sus escritos como en sus intervenciones públicas se muestra como un deudor del liberalismo clásico europeo abierto al diálogo, más pendiente de los datos que de los prejuicios, y muy poco dado a anatemizar moralmente a sus adversarios.
La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura es uno de sus libros más famosos. Se publicó en el 2019 en su versión inglesa, y un año después ya circulaba traducido a nuestro idioma. Es un ensayo que se centra en analizar cómo las políticas de identidad han llevado al mundo a la histérica polarización actual. Murray escribió este libro antes de la pandemia, que ha exasperado una demencia woke que antes parecía una moda pasajera, y ahora tiene un cierto aire de sismógrafo que acertó en sus predicciones.
Tampoco es ciertamente un libro cimero,
erudito y con grandes aportaciones, pero da ejemplos claros de lo que defiende
y es de fácil lectura. Peca en exceso de uso de referencias a la cultura pop, lo
que jugará en contra de la perdurabilidad de la obra ya que estos personajes y
sus creaciones se olvidan pronto. El lego en vicisitudes de famosos además tendrá
que recurrir a su buscador de internet de confianza para entender las anécdotas
narradas. Nada de esto evidencia falta de rigor intelectual, sino que son más
bien las inevitables consecuencias de apelar a un público generalista de hoy en
día.
La masa enfurecida se divide en cuatro partes que corresponden con las cuatro identidades fetiche de estos tiempos: homosexuales, mujeres, afrodescendientes, y transexuales. Todas ellas con sus reivindicaciones inicialmente nobles que acabaron convertidas en instrumentos de poder y revancha. El libro nos habla de todas las irracionalidades y despropósitos que sustentan las cruzadas contra el varón blanco heterosexual occidental y que llevan años siendo el aburridor monotema en la conversación pública.
La parte más interesante está, en
nuestra opinión, al principio, cuando explica el por qué del título.
Para Murray estas nuevas identidades vinieron a suplir el vacío que quedó tras el desierto postmoderno, porque no podemos vivir sin relatos fundantes, y lo que en principio parecía bueno -hacer justicia a los que han sido tratados injustamente- se ha convertido en un sistema inquisitorial y perverso. Pero sobre todo lo que más pesa aquí es el dolor y la humillación de vivir sometidos a una propaganda constante que atenta contra nuestros valores y sentido común, y cómo el ciudadano medio tiene que callar y seguir caminando al son de consignas que por principios sencillamente no puede acatar sin traicionarse a sí mismo.
Lo que nos aguarda así, profetiza Murray, es un futuro atomizado, con la sociedad segmentada en grupúsculos irreconciliables y arrastrada a espirales de violencia gradual. Un provenir nada prometedor.
No hay índice onomástico al final del libro, pero ya en una primera hojeada nos damos cuenta de que no hay muchos intelectuales de prestigio citados explícitamente. Las sólidas lecturas previas del autor traslucen en sus argumentaciones, pero no apabulla con citas y exhibicionismo erudito. Ya hemos dicho que no es una obra académica, sino más bien un interesante ensayo para el lector medio. Michel Foucault sí aparece con frecuencia, pero como el villano al que cargar con gran parte de la culpa de la deriva autodestructiva de Europa.
Es evidente que Murray evita citar, no por mezquindad, sino para no espantar a sus lectores. Aunque es innegable que uno de los grandes pensadores del siglo XX en el que se apoya es René Girard.
El “antropólogo y filósofo” francés sólo aparece explícitamente una vez en la página 237, pero sus teorías se pueden rastrear en todo el libro. En este pasaje Murray habla de la teoría del chivo expiatorio para referirse a los linchamientos en las redes sociales, y cómo éstos parecen ayudar a calmar los ánimos. Pero varias veces más podemos percibir la influencia girardiana soterrada, como cuando describe la sacralización de la víctima, a la que automáticamente se le da un aura de respetabilidad, o esos ciclos de agresión en los que víctimas y verdugos van turnándose interpretando un papel, no porque lo sean realmente. También está presente el riesgo de contagio mimético, como sucede en el movimiento trans, y las escaladas de agresión que pueden acabar en violencia, que Murray propone desactivar buscando el sentido de la vida fuera de la política, que sería lo mismo que decir que hay que despolitizar el deseo metafísico.
La masa enfurecida de Douglas Murray no es, en conclusión, un libro rigurosamente girardiano, si bien tiene alguna influencia. Es demasiado circunstancial, demasiado periodístico si se quiere decir así, y no se mete en las densidades teológicas del autor francés. Pero es una lectura recomendable de por sí, y el ducho en Girard podrá reconocer en sus páginas teorías con las que está familiarizado.
Una verdadera teoría crítica tendría que analizar en qué clase de marco hegemónico nos movemos para que alguien así pueda ser motejado sistemáticamente de intolerante racista y extremista político, cuando no dice nada que hace treinta años se consideraría mero sentido común. Murray es de hecho cosmopolita, culto y viajero; vive su homosexualidad abiertamente como parte de su personalidad, aunque no quiere hacer de ella una bandera política ni espera privilegios por sus preferencias afectivas. Tanto en sus escritos como en sus intervenciones públicas se muestra como un deudor del liberalismo clásico europeo abierto al diálogo, más pendiente de los datos que de los prejuicios, y muy poco dado a anatemizar moralmente a sus adversarios.
La masa enfurecida. Cómo las políticas de identidad llevaron al mundo a la locura es uno de sus libros más famosos. Se publicó en el 2019 en su versión inglesa, y un año después ya circulaba traducido a nuestro idioma. Es un ensayo que se centra en analizar cómo las políticas de identidad han llevado al mundo a la histérica polarización actual. Murray escribió este libro antes de la pandemia, que ha exasperado una demencia woke que antes parecía una moda pasajera, y ahora tiene un cierto aire de sismógrafo que acertó en sus predicciones.
La masa enfurecida se divide en cuatro partes que corresponden con las cuatro identidades fetiche de estos tiempos: homosexuales, mujeres, afrodescendientes, y transexuales. Todas ellas con sus reivindicaciones inicialmente nobles que acabaron convertidas en instrumentos de poder y revancha. El libro nos habla de todas las irracionalidades y despropósitos que sustentan las cruzadas contra el varón blanco heterosexual occidental y que llevan años siendo el aburridor monotema en la conversación pública.
Para Murray estas nuevas identidades vinieron a suplir el vacío que quedó tras el desierto postmoderno, porque no podemos vivir sin relatos fundantes, y lo que en principio parecía bueno -hacer justicia a los que han sido tratados injustamente- se ha convertido en un sistema inquisitorial y perverso. Pero sobre todo lo que más pesa aquí es el dolor y la humillación de vivir sometidos a una propaganda constante que atenta contra nuestros valores y sentido común, y cómo el ciudadano medio tiene que callar y seguir caminando al son de consignas que por principios sencillamente no puede acatar sin traicionarse a sí mismo.
Lo que nos aguarda así, profetiza Murray, es un futuro atomizado, con la sociedad segmentada en grupúsculos irreconciliables y arrastrada a espirales de violencia gradual. Un provenir nada prometedor.
No hay índice onomástico al final del libro, pero ya en una primera hojeada nos damos cuenta de que no hay muchos intelectuales de prestigio citados explícitamente. Las sólidas lecturas previas del autor traslucen en sus argumentaciones, pero no apabulla con citas y exhibicionismo erudito. Ya hemos dicho que no es una obra académica, sino más bien un interesante ensayo para el lector medio. Michel Foucault sí aparece con frecuencia, pero como el villano al que cargar con gran parte de la culpa de la deriva autodestructiva de Europa.
Es evidente que Murray evita citar, no por mezquindad, sino para no espantar a sus lectores. Aunque es innegable que uno de los grandes pensadores del siglo XX en el que se apoya es René Girard.
El “antropólogo y filósofo” francés sólo aparece explícitamente una vez en la página 237, pero sus teorías se pueden rastrear en todo el libro. En este pasaje Murray habla de la teoría del chivo expiatorio para referirse a los linchamientos en las redes sociales, y cómo éstos parecen ayudar a calmar los ánimos. Pero varias veces más podemos percibir la influencia girardiana soterrada, como cuando describe la sacralización de la víctima, a la que automáticamente se le da un aura de respetabilidad, o esos ciclos de agresión en los que víctimas y verdugos van turnándose interpretando un papel, no porque lo sean realmente. También está presente el riesgo de contagio mimético, como sucede en el movimiento trans, y las escaladas de agresión que pueden acabar en violencia, que Murray propone desactivar buscando el sentido de la vida fuera de la política, que sería lo mismo que decir que hay que despolitizar el deseo metafísico.
La masa enfurecida de Douglas Murray no es, en conclusión, un libro rigurosamente girardiano, si bien tiene alguna influencia. Es demasiado circunstancial, demasiado periodístico si se quiere decir así, y no se mete en las densidades teológicas del autor francés. Pero es una lectura recomendable de por sí, y el ducho en Girard podrá reconocer en sus páginas teorías con las que está familiarizado.
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