29.10.23

Tejidos oníricos


Santiago Castro Gómez, profesor de la Universidad Javeriana, se reconoce discípulo de aquél Grupo de Bogotá (Marquínez, Salazar, Herrera Restrepo…)  que a finales de los setenta y principios de los ochenta representó la variante colombiana de la Filosofía Latinoamericana. Eran una serie de profesores de la Universidad de Santo Tomás que convocaron la por entonces pionera Maestría en Estudios Latinoamericanos, y a partir de ahí construyeron un discurso latinamericanista propio, mientras también recuperaban un archivo de pensamiento colombiano del que nadie había querido, o podido, hacerse cargo hasta ese momento.

22.10.23

El grupo de Bogotá



El conocido como Grupo de Bogotá fue un conjunto de profesores de la Universidad Santo Tomás que protagonizaron la variante colombiana de la filosofía latinoamericanista. Si nos aferramos a unas fechas concretas para delimitar su vigencia, podríamos decir que ésta empieza con la publicación en 1977 de la Metafísica desde Latinoamérica de Germán Marquínez, y se cierra con la desmitificadora recapitulación que supuso la Crítica de la razón latinoamericana de Santiago Castro-Gómez en 1996.

En esos casi veinte años el Grupo creó un Máster en Filosofía Latinoamericana, reeditó grandes clásicos del pensamiento colombiano que se encontraban descatalogados, abrió el Centro de Enseñanza Desescolarizada, y sacó la Revista de Filosofía Latinoamericana, que todavía hoy se edita.

Pero sobre todo originó un corpus teórico propio de gran interés, con varios libros de fuente primaria y secundaria escritos por los miembros del Grupo. Hay textos con innovadoras propuestas de metafísica, filosofía política o ética, pero también muy buenos manuales de introducción a la filosofía en general o a la obra de determinados autores (Ricoeur, Marx o Zubiri, por ejemplo).

14.10.23

La monserga de las humanidades

Continuamente escuchamos a gente bondadosa lamentándose porque las humanidades pierden terreno en el mundo actual. Ya sea por culpa del maligno neoliberalismo, que nos quiere productivos pero sin alma, o de los políticos, que nos quieren sencillamente brutos, parece como si hubiera una conjura perversa que nos arrastra a un mundo tenebroso sin las celebérrimas humanidades. Se deduce de tal catastrofismo que estas disciplinas académicas deben de ser la luz del progreso y la panacea de la felicidad personal, y que sin ellas el averno sería nuestro hábitat cotidiano.
A las humanidades -signifique el término lo que signifique- se les rinde hoy una reverencia religiosa. Es una herejía ponerlas en duda. Son en definitiva un mito moderno, algo similar al mito de la cultura que tan bien describió Gustavo Bueno.

8.10.23

Idea de Nietzsche

El Fernando Savater joven, el que escribía en los años de la Transición, era seguramente menos sabio que el de ahora, que peina canas, pero desde luego resultaba mucho más divertido. Algunos de sus libros de entonces, Panfleto contra el Todo, Para la anarquía, Nihilismo y acción o La filosofía como anhelo de la revolución,  casi no se han reeditado desde entonces, pero sin embargo siguen manteniendo su vigor inicial.

Aquella era una época constituyente en la que cada día se abolía una antigua restricción y todavía no se había impuesto un nuevo relato hegemónico sobre la sociedad; todo estaba abierto, pues, reinaba la autonomía individual (No por mucho tiempo, claro, Savater mismo anunciará con cierta desapegada solemnidad, ya en los años ochenta, que se unía a las tropas de asalto cultural del felipismo, acatando así lo que se convertiría el relato dominante).

1.10.23

Contra Debord

Paul Bowles decía aquello de que la diferencia entre el turista y el viajero es que el primero parte sabiendo su fecha de retorno, mientras que el segundo desconoce cuándo volverá. Con el mundo intelectual pasa lo mismo. Hay pensadores valientes que caminan fuera de las rutas asfaltadas; van con la mochila vacía porque presienten que la llenarán de alhajas y convierten el viaje en una búsqueda sin miedo a lo que puedan encontrar. 
Y luego están los otros, los que inician el trayecto con todo planificado, sin lugar a las sorpresas ni cambios de última hora; asegurándose que llegarán puntualmente en el aeropuerto a la hora convenida. Son los que viajan para levantar acta de sus propias descripciones de la realidad, un acta que ya estaba prácticamente escrita antes de salir. Estos son los pensadores-notario, turistas del pensamiento, con su jerigonza críptica y fieles seguidores.