Hablar del optimismo en las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique parece casi un sarcasmo; pero una vez que las leemos se desvanece la perplejidad inicial.
La
cabecera de este trabajo nos evoca también el texto de José Ortega y Gasset Del
optimismo en Leibniz. Se hace entonces inevitable que leamos las Coplas
desde el optimismo leibniziano. No es, claro está, un optimismo irracional que
se niega a ver las calamidades del mundo. Es un optimismo paradójico que
considera que a pesar de todo vivimos en el mejor de los mundos posibles; un
optimismo que abraza la realidad sin regodearse en la tragedia. Un optimismo de
lo óptimo posible.
Manrique escribe en el siglo XV, o sea, en los estertores del Medievo, y Leibniz entre el siglo XVII y XVIII, en tiempos ya del racionalismo. Sin embargo les hermana la serenidad de sentirse engranajes de un orden divino. Para el español los sucesos históricos o personales existen dentro de una voluntad divina, y como tal hay que aceptarlos. Para el germánico, un Dios de precisión matemática ha tenido que prever otros mundos, y si ha elegido éste es porque es el mejor; incluso lo malo tiene un propósito. Por ejemplo, si morimos es para que otros vivan y que pueda seguir la vida.