29.1.23

El contorno del abismo, de J. Benito Fernández

Hace años me embriagué de malditismo con las biografías que J. Benito Fernández escribió sobre los poetas Leopoldo María Panero (El contorno del abismo) y Eduardo Haro Ibars (Los pasos del caído). Como ambos tuvieron vidas entrelazadas, los dos libros se complementan perfectamente, dejando una crónica de unas existencias supuestamente derrotadas por su tiempo y su país.

El problema de releer lo que nos cautivó de jóvenes es que, ahora que tenemos canas, barriga y rezumamos hipotecas, hijos y otras impertinencias, hemos agotado nuestra capacidad de fascinación por los autoproclamados genios que se inmolan por su arte. Ahora lo que nos gusta son personas confiables, que dan la tabarra lo menos posible.

22.1.23

Autoficción. Una ingeniería del yo, de Sergio Blanco

El término "autoficción" es uno de esos que ya causa pereza. Ha sido tan utilizado que hoy en día se ha vuelto algo kitsch. Podríamos buscar otro término más adecuado, pero siguiendo el mandato de Ockham de evitar la multiplicación de los entes, lo dejaremos tal cual.

Sergio Blanco, autor teatral uruguayo-parisino, ha escrito Autoficción. Una ingeniería del yo, un libro tan breve como un artículo largo que reflexiona sobre este subgénero. La obra se divide en dos partes: una introducción general y una segunda parte en la que Blanco repasa su propia obra —que no conozco— para ilustrar su Decálogo de un intento de autoficción.

El neologismo "autoficción" se lo debemos a Serge Doubrovsky, quien lo acuñó en 1977 para su novela Fils. Sin embargo, este término solo corona una tradición literaria que viene de los griegos antiguos. Sócrates ya decía “conócete a ti mismo”, San Pablo relacionaba la introspección con la comprensión del otro, y San Agustín vinculaba el autoconocimiento con el acercamiento a Dios. Santa Teresa, en su Libro de la vida, plasmó su personalidad sin omitir sus fallas, mientras que Montaigne filosofó desde el yo para interpretar el mundo. Posteriormente, Rousseau, Stendhal, Rimbaud y Nietzsche hicieron sus respectivas aportaciones. Ya en el siglo XX, Freud puso en duda la sinceridad de la autobiografía, al sugerir que existen mil motivaciones ocultas y subterráneas que distorsionan lo contado.

15.1.23

Una vida sin fin, de Frédéric Beigbeder

No nos engañemos, Frédéric Beigbeder no entrará en el canon literario. Sus libros se leen bien, son divertidos a la par que ácidos y sabe tocar temas polémicos que agilizan las ventas. Pero seguramente llegará un día en que lo olvidemos con la mayor de las tranquilidades y tampoco pasará nada. Su referente es Houellebecq, y de hecho, siempre intenta que los relacionen, pero no llega a esos kilovatios de potencia; su pesimismo no brilla tanto como el del maestro.

Aunque dicho esto, sus libros son buena compañía en las tardes sin mucho que hacer. Ha publicado varias novelas en los últimos años y, como son de autoficción, es decir, se narra a sí mismo en mayor o menor medida, hemos podido ver su evolución personal, desde el joven talentoso y psicoactivo de 13,99 al cincuentón con miedo a la muerte de su última novela, Una vida sin fin.

Publicada en Anagrama y ubicada en un supuesto género de “ciencia no-ficción”, esta es una novela que incluye entrevistas a científicos reales insertadas en la narración, así como listados independientes de cosas por las que merece la pena vivir, las diferencias entre tener veinte o cincuenta años, las ventajas y desventajas de los robots y alguna otra lista.

8.1.23

Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, de Emmanuel Carrère

Empecemos con una confesión: he leído varios libros de Emmanuel Carrère, pero ninguno me ha interesado nunca. Me parece el típico ejemplo de escritor mediocre cuyo único mérito es haber nacido en un país con una industria de alquimia cultural capaz de convertir cualquier flatulencia literaria en la última moda intelectual del momento. O sea, que si en lugar de francés hubiera sido eslovaco o tailandés, no lo conocería ni el tato.

Pero Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje a la mente de Philip K. Dick es una dignísima introducción a la obra del autor norteamericano y no un ejercicio masturbatorio al uso de Carrère (Literalmente: ¿alguien sabe por qué hay tantas pajas en sus novelas?). Así que lo que interesa de este libro es Philip K. Dick y no el ego inmarcesible del biógrafo, que afortunadamente aquí chupa poca cámara.

Personalmente, de Philip K. Dick no sabía gran cosa, más allá del tópico de Blade Runner, pero después de leer este libro, que empecé a regañadientes, he engullido ya un par de sus novelas y sospecho que pronto tendré un nuevo autor en mi panteón personal. Así que, quién lo iba a decir, estoy en deuda con Carrère por habérmelo descubierto.

1.1.23

Velocidad de escape, de Mark Dery

Un libro que pretendió encapsular las tendencias culturales y tecnológicas más innovadoras de su tiempo tendría que haber caducado muy pronto. Sin embargo, Velocidad de escape. La cibercultura en el final del siglo, publicado en 1995 por Mark Dery, sigue siendo un texto fecundísimo. Escrito antes de la popularización de internet, supo anticipar el mundo en el que vivimos hoy con una precisión epatante. Su autor es de esos que demuestran que llevan toda la vida estudiando la cuestión, que la comprenden profundamente y la aman, y que además saben comunicar. Es difícil resultar tan pedagógico y entretenido. Los ejemplos concretos de la cibercultura de los años ochenta y principios de los noventa han quedado muy atrás, pero aquellos temas iniciales siguen vigentes y sus dilemas de entonces son ahora nuestro día a día.

El título alude a la velocidad necesaria para que un objeto venza la fuerza gravitatoria del planeta, como ocurre con una nave espacial que intenta salir al espacio. Para Dery, la tecnología está alcanzando esa velocidad, ya que se está desligando de la humanidad y planteando sus propias metas. Y mediante la tecnología, a su vez, los hombres están llegando a su propia velocidad de escape con respecto a sus cuerpos y sus inmanencias, porque el ciberespacio y la genética les permiten superar la realidad física que les ha sido impuesta.