Nosotros creemos que con la filosofía pasa lo mismo: antes de la filosofía está la prefilosofía. Es importante discernir si una propuesta filosófica es acertada o no, aunque en una disciplina no falsable como ésta a menudo la conclusión depende más de la capacidad retórica del ponente o de la decisión de quien tenga mando en plaza. Pero también tenemos que ir más allá y entender qué motiva a un filósofo, por qué surge una filosofía en un momento y lugar determinado, qué mecanismos miméticos -en sentido girardiano- hacen que los filósofos acaten una filosofía y no otra tal vez más elaborada, y qué estructuras del poder político, académico o editorial privilegian unas filosofías y opacan otras igualmente sugestivas.
En nuestro comentario del Discurso de los métodos de la filosofía y la fenomenología realista de Josef Seifert intentaremos analizar su propuesta filosófica explícita, pero también atisbar contornos de prefilosofía que pudiera haber en su libro.
Según los apuntes biográficos que
encontramos en la solapa, Josef Seifert es un filósofo austriaco nacido en
1945. Es el fundador y rector de la Academia Internacional de Filosofía, que
actualmente se ubica en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Pero,
sobre todo, es uno de los mayores exponentes de la llamada fenomenología
realista, un aparente oxímoron que como modestos lectores de filosofía recibimos
por primera vez con perplejidad, y que esperamos con impaciencia descubrir qué
es leyendo el texto.
El libro es breve, ciento treinta y
seis páginas si excluimos la bibliografía, y como todas las obras que nos presenta
la editorial Encuentro, está magníficamente editado. La traducción desde el
inglés es de Rogelio Rovira, que es catedrático de la Universidad Complutense,
por lo que apostamos a que es excelente.
En la presentación de la edición
española, a cargo del propio Rovira, se nos informa de que este libro es la
ampliación de una conferencia que el filósofo austriaco dio en la sede de la Pontificia
Universidad Católica de Chile durante un simposio internacional sobre
fenomenología. También de que la fenomenología realista surge del primer
Husserl, el de las Investigaciones lógicas, pero se separa del maestro
tras su giro idealista para incorporar influencias de otros autores posteriores. Rovira afirma que el propio Seifert considera
que la fenomenología realista “no es una escuela más dentro del amplio
movimiento fenomenológico, sino que constituye su parte más importante”,
también dice que le debemos tanto a la escuela como al filósofo austriaco “uno
de los intentos más sólidos de fundamentar sobre nuevas bases la metafísica
clásica y de refutar el subjetivismo de toda laya que es propio de gran parte
de la filosofía moderna” (pág. 12)
Aquí nos topamos ya con dos ejemplos
de lo que hemos llamado prefilosofía: Uno, contraviniendo el mandato medieval
de evitar la proliferación de entes, en la filosofía se multiplican las escuelas,
corrientes, escisiones, egos y tejemanejes varios cuya razón de ser sólo
entienden sus responsables. Y dos, con una falta de modestia que roza la
patología, hay filósofos que se propugnan como la solución definitiva a todos
los problemas del mundo de la filosofía, y por supuesto el mundo de la
filosofía, inmunizado ante tales maximalismos, recibe sus soluciones con la más
absoluta indiferencia.
El texto propiamente principia con una
sentencia solemne, pétrea: “El objetivo de la filosofía es buscar la ¨verdad
del ser¨, no solo estudiar las opiniones de los filósofos” (pág. 15). Mal
asunto. El autor ya nos ha perdido en la primera línea. Contraviene una vez más
una máxima de la Escolástica, una que aplica a la escritura de tratados
filosóficos pero no a comentarios de libros, en la que se recomienda afirmar
poco, negar nunca y distinguir siempre. Seifert
pontifica y hace aguas por todos los sitios.
Tal vez hay dos tradiciones
filosóficas: Una es la que dice que el objetivo de la filosofía es buscar la
verdad del ser, y está encerrada en sus propios temas, es críptica,
autorreferencial y sólo piensa sobre problemas que ella misma ha creado. Otra
es la que dice que el objetivo de la filosofía es buscar la verdad de todas las
cosas, y es una tradición abierta a la realidad mundana, y que busca ser un
conocimiento útil fuera de la propia filosofía y retribuir así a la sociedad
que la hace posible.
De cualquier manera un gesto de
humildad que todo filósofo tendría que tener es no lanzar estos decretos sobre
lo que es o no es filosofía.
Nosotros hemos renunciado a esa
batalla, y hablamos de “pensamiento” o ”humanidades”, ya que es una pérdida de
tiempo intentar hacer entender a un filósofo que la filosofía no es lo que él
desea, que por cierto suele coincidir nada casualmente con el campo de la
materia que domina: para un zubiriano filosofía es lo que hizo Zubiri, para un
hegeliano la filosofía empieza y termina en Hegel,… Por supuesto, completando el silogismo, si
uno no sigue coránicamente a Zubiri o a Hegel es porque no hace filosofía.
Otra cuestión es lo de que filosofía no
es solamente estudiar las opiniones de otros filósofos. Claro, pero sí lo es en
gran medida. Una vez más, hay que tener un ego un tanto inflado como para
pensar que se puede llegar a verdades innegociables en metafísica mediante un
sistema recién inventado y, por otro lado, que se puede cimentar algo de
provecho sin estar plenamente enraizado en el legado filosófico occidental. Qué
poco medieval y que soberbiamente moderno es este señor, que se olvida de
aquello de auparse a hombros de gigantes.
¿De verdad se pretende subsanar los
errores de la modernidad filosofando desde esos mismos errores?
En la página 103 volverá a insistir en
esta idea, lo de que hay que poner entre paréntesis aquello que han sostenido
otros filósofos. Se le puede reconocer que no hay que aceptar magister dixit
lo que han dicho los clásicos, y que casi todo lo que dijeron es debatible.
Pero él no dice eso. Además el autor se nos antoja un poco cobarde en esta
página, porque una idea tan problemática la despacha en medio párrafo, como si
dijera una nonada y no quisiera que nos detuviéramos en ella. Luego se
contradice pronto, en la página 107, cuando momentáneamente se nos vuelve
criptohermenéutico, pero luego vuelve a las andadas y afirma que no es tan
importante leer a los clásicos como aplicar su método a la lectura de los mismos
(Por piedad interpretativa, queremos pensar que no hemos entendido bien esta
frase).
Seguimos con la prefilosofía. Le
suceden citas a Descartes y Max Scheler. Esta será la tónica de todo el libro.
Básicamente un autor germánico hace lo propio de todo autor germánico. Citar
únicamente a filósofos de su lengua, con algún francés inevitable como el
mencionado y algún inglés (más adelante, Russell), pero poco más. Estos señores
teutones tendrían que desheideggerianizarse y entender que también se hace
filosofía, y mucho mejor, en otras latitudes. Además, por cortesía hacia sus
hospedadores, creemos, podría dar a entender que se ha interesado en la
tradición filosófica chilena, de la que seguro que podría aprender algo si no
estuviera tan ensimismado en su volkgeist.
Lo peor de estos filósofos
eurocéntricos (que entienden por Europa Alemania y Francia, claro) es que nos
llevan a simpatizar con la teoría postcolonial. Nunca se lo podremos perdonar.
La segunda y tercera página del libro
presentan tres cuestiones que nos parecen fundamentales. La primera es que dice
que “la filosofía no es una mera expresión de cierta originalidad subjetiva de
nuestras mentes” (pág. 16) lo que contradice todo el contenido del libro. Que
no lo sea depende de si el filósofo se atiene al método (de la fenomenología
realista, suponemos) lo que es directamente absurdo, porque su método ha
surgido precisamente de la originalidad subjetiva de su mente.
Otro asunto relacionado es que cita a
Husserl y que se reconoce fenomenólogo. Aquí topamos con un tema crucial, la
fenomenología.
Nick Land dice: “la palabra
fenomenología ha caído aún más en descrédito. Comparada con la majestuosa pompa
del sistema hegeliano, la filosofía de Edmund Husserl -con la que la palabra
¨fenomenología¨ está ahora inextricablemente entrelazada- es una excentricidad
neokantiana. Hay algo profundamente infantil en la obsesión egocéntrica del
pensamiento husserliano (que a uno le recuerda a Fitche). Solo vale la pena
mencionarlo porque -principalmente por razones sociopolíticas- no ha dejado de
tener defensores”.
Land dice esto en su libro Sed de
aniquilación, que es una apología del pensamiento de George Bataille, así
que hay que cogerlo con pinzas, pero suscribimos todas y cada una de las
palabras del párrafo.
Habría que estudiar por qué un
estrechamiento del horizonte de la filosofía, tan grave como el cartesiano, y
que lo reduce todo a la conciencia propia (mi ombligo=mi verdad) puede seguir
gozando de la hegemonía en la academia española. Sólo caben explicaciones por “razones sociopolíticas” para comprender que cien años
después sigamos con la monserga husserliana, cuando ha llovido tanto y tan caudalosamente
en la filosofía occidental del último siglo.
Sobre la metodología. El método o los
métodos. Igual da. Esta es la propuesta supuestamente epatante de Seifert. ¿Qué
es la fenomenología además de un método? Nada. Es un método que reflexiona
sobre sí mismo y nunca se vuelve operativo más allá de sus propios circuitos de
retroalimentación. Es un método que se contempla a sí mismo eternamente; lleva
un siglo haciéndolo. Cien años girando sobre sí mismo en la casilla de salida.
La fenomenología es meramente un
festín de autofagia metodológica.
Un tomista, un kantiano, un marxista…también
tienen un método, pero van más allá de él. El método es algo que estudian de
jóvenes, al principio de su formación, lo aprehenden, y desde allí se dedican a
estudiar antropología, estética, o lo que sea. No vuelven necesariamente una y
otra vez sobre su método; son capaces de aplicarlo para hablar de otras cosas.
Una metodología que todavía por cierto
siguen sin concretar, como demuestra este libro. Que Seifert afirme campanudo
que ahora sí, que la fenomenología realista es por fin el método, querría decir
que en los cien años previos los fenomenólogos han estado mintiendo cuando
decían que ya tenían el método (Tampoco entendemos qué tiene de realista su
sistema, por otro lado).
La sempiterna obsesión por el método
fenomenológico nos lleva a sospechar que los fenomenólogos son los primeros que
no acaban de creérselo. En la fenomenología el método es el objeto de estudio;
sustituye el fin por el medio. Es un cúmulo de jerigonza autorreferencial que
no tiene aplicación práctica en la realidad. O sí, si la simplificamos a una
mera descripción de fenómenos tratando de que nada de lo que creemos saber mediatice
en nuestra tarea. O sea, fenomenología no rigurosa, como mera aspiración
epistemológica, pero sin reducciones eidéticas y demás. Una fenomenología
genérica, no husserliana, sí podría tener cierto sentido.
Husserl afirmaba que su sistema
convertía a la filosofía en ciencia rigurosa, y es lo menos científico y lo menos
riguroso que se puede concebir. Imaginemos un farmacéutico que asegura que
acaba de crear, con rigor científico, un jarabe que quita la gripe en treinta
segundos. Aunque luego matiza que igual no quita la gripe y que además hace que
te explote la cabeza. Y tras decir esto retoma su insistencia en que es un
jarabe hecho con rigor científico.
¿Cómo se puede seguir acatando
acríticamente a Husserl, en cualquiera de sus fases, cuando hasta dentro de la
filosofía alemana se le han hecho unas enmiendas tan inapelables como la
hermenéutica?
El comodín Lovaina. La fenomenología
además ha devenido en un saber gnóstico. Cuando le señalamos aporías a un
fenomenólogo siempre acaba recluyéndose en la misma justificación: en los
archivos de Lovaina está la réplica exacta a nuestro argumento. O sea, que la
bibliografía realmente existente de y sobre Husserl es un saber incompleto,
porque hay un lugar mágico donde están todas las respuestas, y que sólo conocen
unos pocos iniciados que han cruzado su umbral.
Por supuesto, jamás hemos conseguido
que ningún fenomenólogo nos enseñe una copia de esas supuestas notas que tienen
todas las respuestas y que además, para ser más gnósticos aún, según parece
están escritas en clave. Porque el gran
Husserl escribía tanto y tan rápido, poseído por no se sabe bien qué espíritu
iluminador, que desarrolló su propio idioma para escribir abreviado porque no
le daba tiempo a conceptualizar y verbalizar tanta sabiduría. Afortunadamente
los fenomenólogos han aprendido a descifrar sus jeroglíficos, y siempre que tengamos
fe en su criterio, nos los traducen gentilmente.
No hay manera de desconocer la fenomenología
si se ha estudiado filosofía en España. Es una logia que tiene miembros en
todos los puestos de poder académico. Allí donde se pone un fenomenólogo se
deja de hacer filosofía, y se pasa a hacer exclusivamente fenomenología. Es una
lástima porque hay muy buenos filósofos haciendo otras cosas más importantes y
que no tienen tanta repercusión.
Más allá de algún caso anecdótico que
de ninguna manera amerita la importancia que se le da a la obra de Husserl en
el mundo de la filosofía, y que además habría que analizar individualmente para
comprobar cuánto tienen de rigurosamente fenomenológicos (tal psiquiatra ha
incorporado una idea de Husserl y parece que le funciona, tal historiador del
arte hace reducciones eidéticas que sirven a los alumnos…) ¿Hay realmente fenomenología que haya hecho
otra cosa que retroalimentar a la propia fenomenología?¿Alguna vez ha
contribuido a la filosofía política, o a la ética, o a cualquier rama
filosófica, manteniendo la autonomía de éstas y enriqueciendo sus hallazgos, y
no meramente insertando su terminología como pegotes, consiguiendo que parezca
que expande su dominio, pero sin ninguna aportación o mejora epistemológica
constatable? (Ejemplo: Vamos a examinar el concepto de “belleza” desde la
fenomenología husserliana: empecemos por ver la historia del concepto desde la
Grecia Clásica…)
Hay una tercera cuestión reseñable en
la segunda y tercera página del texto de Seifert. Y que se relaciona también
con la prefilosofía: Hay filósofos prestigiados que no saben redactar y hasta
parece que tienen a gala su carencia. El autor empieza nada menos que en la
segunda página a meter notas a pie de página extensas, extensísimas, que de
hecho en algunos casos ocupan más espacio que el texto normal, y que continúan
en las páginas siguientes. Bifurca la lectura en dos flujos textuales
paralelos.
La postmodernidad ha hecho mofa de
este recurso, y David Foster Wallace escribía novelas en las que las notas
acababan siendo el texto principal. Claro que él lo hacía a modo de burla.
Seifert lo hace porque no sabe escribir, o sencillamente, porque no le importa
el lector. Pero el agregado de citas extensas que no se limitan a bibliografía
o datos concisos, y que son necesarios para la inteligibilidad del argumento,
demuestra que no ha sabido o no ha querido hilar bien su texto, que debería
defenderse por sí mismo.
Otro problema de redacción de este
libro es que recuerda a una parodia como la de Imposturas intelectuales
de Alan Sokal y Jean Bricmont. Lenguaje tan enrevesado, pretencioso, y
autoreferencial que acaba pareciendo cómico, cuando no indignante. Hay párrafos
del Discurso de los métodos que tenemos que releer varias veces para
entender lo que dice. Cuando finalmente lo hacemos, nos damos cuenta de que no
era más que una obviedad o un sinsentido disfrazado de jerigonza, y que hemos
perdido unos minutos preciosos de nuestra vida que ya nadie nos va a devolver.
(Aunque lo cierto es que comparado con
otros husserlianos, o heideggerianos, o lacanianos, Seifert es hasta claro, y
por ello se le ven fácilmente los rotos en las costuras).
En la página 68 Seifert acusa a Max
Stirner de solipsismo. El autor de El Único y su propiedad era tan
genial como demente, y su obra es una defensa del individualismo tan feroz que
llega a ser inmoral. Pero en absoluto creemos que la acusación en concreto de
solipsismo sea cierta. Stirner no niega que haya un mundo exterior al margen de
su conciencia, y que éste se pueda llegar a conocer. Cree que hay otras
personas reales en el mundo, que viven sin importarles que él los perciba o no,
y acepta que tal vez haya una verdad o verdades más legítimas y auténticas que
la suya.
Sencillamente no le importa la
racionalidad, moralidad o veracidad de sus decisiones, porque él se basa en su mera
voluntad. El “Único”, el personaje desde el que nos grita Stirner, es
megalómano, egoísta y cínico, pero gnoseológicamente resulta bastante sensato.
Steifert habla mucho de la epojé.
Nunca hemos entendido qué es eso de poner entre paréntesis un objeto de
estudio, olvidarnos de lo que sabemos, y limitarnos a describir. Aceptamos que
pueda aspirarse a ello, pero que por arte de magia podamos hacerlo
rigurosamente no tiene sentido. Desde el momento que utilizamos un idioma ya
estamos usando términos cargados de historia y prejuicios. Además el filósofo
austriaco dice que la epojé no se aplica a entes reales. Pero los conceptos o
ideas son necesariamente históricos y cambian, tienen mucho de convenciones.
Hemos dicho que la fenomenología es un
método y nada más. Un mindfulness germánico. Esto queda claro en los
pocos ejemplos que se ponen de aplicación del método en los manuales de
fenomenología. Páginas y páginas de divagación metodológica sin enumerar
aplicaciones prácticas. Seifert pone, que recordemos, un único ejemplo
concreto, y es la amistad en la pág. 97 (también habla de la existencia de Dios
o de los otros, pero nos parecen temas menos concretos). Difícilmente se puede
encontrar un ejemplo más torpe. Amistad es algo que por naturaleza tiene que
ser una referencia compartida. No es lo mismo amistad para un espartano, que
para un neoyorquino, que para un musulmán. Además, después de leer y releer lo
que dice que es la amistad, sometida a epojé y todo eso, seguimos sin saber qué
entiende por ella.
¿De verdad un adulto puede creer
posible acceder a una hipotética esencia de la amistad mediante malabares mentales?
¿Se aparece con un chasquido?¿O mediante un holograma?¿o es una sicofonía
precedida de chispas?
Los filósofos centran su deseo
metafísico (en sentido girardiano) en ser reconocidos como filósofos por sus pares.
Para ello se mimetizan con la imagen de lo que se entiende por filósofo en los
temas que tratan y el lenguaje que utilizan. Constantemente se sienten inseguros,
temen ser descubiertos, y por eso se escudan tan rabiosamente en el rol. Decir
fenomenología, dassein, epistemología o palabros por el estilo les
mantienen a cubierto, mimetizados con el rol. Presentar alegatos a tales
hegemonías sería demasiado peligroso, podría delatarles y perder el título de
filósofos.
Creemos que algo de ello hay en este
caso. De cualquier manera, la vigencia hoy de la fenomenología, y cualquiera de
sus epígonos, sólo puede comprenderse desde los parámetros de la prefilosofía.
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