20.2.22

Kieslowski y la imposibilidad de una respuesta definitiva

Slavoj Zizek es lo que sucede cuando se hace filosofía tras inyectarse Red Bull en vena: algunos momentos auténticamente lúcidos, mucho balbuceo inconexo, y cierta perplejidad depresiva al final.

Este tipo de filosofía acelerada es el que encontramos en su libro Lacrimae Rerum. Ensayos sobre el cine moderno y ciberespacio, particularmente en un capítulo de unas ochenta páginas titulado “La teología materialista de Krzysztof Kieslowski”. En este ensayo, Žižek nos ofrece una lectura de la obra del cineasta polaco que, a pesar de estar salpicada de digresiones y citas lacanianas, contiene elementos que invitan a la reflexión profunda sobre el dolor, la culpa, la fe y la imposibilidad de encontrar respuestas fáciles a las preguntas más complejas de la existencia humana.

Lo que es innegable es que el texto está plagado de momentos reveladores y, por qué no decirlo, iluminadores. Sin embargo, como es costumbre en Žižek, esas ideas están embutidas en un mar de irrelevancias que dificultan su aprovechamiento en toda su potencialidad. El análisis de Kieslowski se ve interrumpido por divagaciones sobre otras películas, y es imposible no sentir que lo que podría haber sido una reflexión canónica sobre el cine del director polaco termina convertido en un ejercicio de estilo marcado por un ritmo errático.

Uno de los aspectos más criticables de su interpretación es, sin duda, el intento de categorizar a Kieslowski como un autor “new age”. Žižek, al principio, parece tomar esta acusación en serio, y aunque luego la rechaza, abre la puerta a una idea que no se ajusta de forma alguna a la obra del director. El cine de Kieslowski, particularmente en su obra más conocida como El Decálogo, está profundamente marcado por una visión católica del mundo, muy alejada de la superficialidad que caracteriza al movimiento new age. La teología que subyace en estas películas no es una espiritualidad fácil de consumir ni de digerir. Es una espiritualidad más exigente, cargada de contradicciones y dilemas morales, que desafía tanto al espectador como a los propios personajes.

A pesar de estos tropiezos, hay aspectos de la reflexión de Žižek que sí son fructíferos. Por ejemplo, sostiene que el Decálogo es una obra más vinculada al Antiguo Testamento, mientras que la Trilogía de los tres colores de Kieslowski responde a una concepción más cercana al Nuevo Testamento. En el Decálogo, Dios actúa como un ser que castiga, algo que remite a la dureza y a la justicia implacable del Antiguo Testamento. En cambio, en la Trilogía, la figura cristiana se humaniza, hablando de la libertad a través de la caridad, la igualdad a través de la esperanza, y la fraternidad a través de la confianza.

Otro tema interesante que aborda es la representación de género en ambas obras de Kieslowski. Según Žižek, el Decálogo es esencialmente masculino, con personajes principales masculinos, mientras que la Trilogía tiene una orientación femenina, ya que las historias giran en torno a actrices que, más allá de su presencia en la pantalla, se convierten en símbolos de una nueva forma de ver el mundo. Esta interpretación, aunque válida, también se queda corta al no considerar otras lecturas posibles de las dinámicas de género en la obra de Kieslowski, que no se limitan a una simple dicotomía masculina-femenina.

Además, Žižek nos lleva a pensar en un elemento recurrente en el Decálogo: el ordenador como un falso dios, un objeto maligno que se interpone entre el hombre y su destino. En el primer episodio, un hombre es castigado por el “pecado” de introducir un ordenador en su hogar, lo que lleva a la muerte de su hijo. Aquí, Žižek establece una conexión con la maldición bíblica que predice la punición de los pecados cometidos por los padres a las generaciones venideras. Esta lectura de la tecnología como una fuerza incontrolable, que puede desencadenar tragedias si no se somete a un orden moral y humano, es tan pertinente hoy como en la época en que se filmó la obra.

A pesar de los esfuerzos por contextualizar y dar sentido a estas películas a través de las lentes del filósofo esloveno, uno no puede evitar sentir que hay algo profundamente irresoluto en sus conclusiones. Como suele suceder con el cine de Kieslowski, la ambigüedad se impone, y las respuestas no son claras ni definitivas. De hecho, la falta de respuestas explícitas es lo que otorga a estas películas su profundidad y su potencia emocional. La escena final de El Decálogo, con su dolorosa y ambigua reflexión sobre el sufrimiento humano y la presencia o ausencia de un Dios que responde, es un claro ejemplo de la capacidad de Kieslowski para dejar que el espectador saque sus propias conclusiones.

Al final, lo que el cine de Kieslowski nos ofrece es la sensación de que no hay respuestas fáciles ante el sufrimiento y el dolor. Y aquí Žižek tiene razón: la religión, en cualquiera de sus formas, es un intento humano por encontrar un sentido al caos de la existencia. Pero lo que no dice Žižek es que, en el fondo, ni él ni nosotros estamos tan seguros de cuál es ese sentido. La espiritualidad no tiene respuestas definitivas, y la fe, ya sea en Dios, en el hombre o en el arte, siempre es una cuestión de confianza, no de certezas absolutas.

Coda

En el caso de Azul, la primera parte de la Trilogía de los tres colores, el cineasta polaco introduce en los minutos finales una referencia aparentemente trivial, pero cargada de significado: el cartel de una película de serie B, Wedlock—en español, Peligrosamente unidos—, que aparece con tal sutileza que podría parecer accidental (min 2:22). El chico palpa el collar de la niña fallecida, simbolizando que siempre estará unido a ella, del mismo modo que en la película de ciencia ficción se describe un castigo en el que dos presos son condenados a llevar un collar explosivo que detona si se separan demasiado.

La simplicidad de este recurso nos muestra, quizás, lo más profundo de lo que significa ser humano: estamos irremediablemente ligados entre nosotros, somos una hermandad en el dolor.  Que además diga esto "contaminado" su película con una referencia de lo que se puede considerar mala cinematografía demuestra que no le importaba en exceso el aprecio de los cinéfilos pata negra. Bien por él.  


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