Mi vida transcurría monótona y con más pena que gloria, como siempre, felizmente desconocedor de que Javier Bardem, actor al que tributo una indiferencia absoluta, tenía un hermano llamado Carlos. Pero lo descubrí a raíz de cierto escándalo en las redes sociales, ya que el hermano en cuestión tuvo la desagradable ocurrencia de llamar “tío Tom” al único diputado no blanco que tenemos en el Parlamento. Me pareció bastante asqueroso utilizar el color de piel de alguien como reproche político. Google me informó, además, de que el tal Carlos Bardem tiene a gala ser un izquierdista fetén, y que semejante espumarajo racista no tuvo reproche alguno, y que hasta otros camaradas de bancada, como Guillermo Toledo, tan sensible para otras cosas, le habían jaleado por ello.
Le investigué un poco más. Encontré una entrevista que le hicieron y que circula por internet. Sus respuestas son más o menos las previsibles de un pijoprogre al uso, y todo lo reduce a la falacia moral de siempre: que los otros (la derecha) son muy malos, o sea que nosotros (la izquierda) somos necesariamente buenos. En cuanto a sus argumentaciones, ni siquiera creo que estén bien hilvanadas; son meras banalidades.