En Pierre Drieu La Rochelle (París, 1893-1945), la herida supura. Es el maldito entre los malditos, el atormentado, el colaboracionista, el chivo expiatorio. Dedicó toda su obra a hablar de decadencia y suicidio. Al final, consiguió ser coherente: tras la Liberación, rechazó huir, justificó su adhesión a Vichy y le ahorró balas a los gaullistas con una sobredosis de barbitúricos. Dejó libros que hoy solo se encuentran en bibliotecas y librerías de viejo; casi todo está descatalogado. Para leerle, hay que escarbar aquí y allá.
Sin embargo, leer sobre él sí es accesible. Además de en Internet, hay varias biografías publicadas. La más reciente y divulgada es la de Enrique López Viejo, Pierre Drieu La Rochelle, el aciago seductor (Ed. Melusina), muy recomendable como introducción al autor y a la época. Además, no pretende justificar retroactivamente a Drieu: lo presenta tal cual era, un dandi, fascista y misántropo que utilizaba a las mujeres para ascender socialmente; un tipo a veces delirante, frustrado y rencoroso, que toda su vida quiso morir. Imposible que nos resulte indiferente.