Uno de mis mayores
arrepentimientos es no haber leído más ciencia ficción cuando era adolescente.
Y es que los afanes de pasar por intelectual me limitaron la existencia desde
muy temprano. Como quería ir de profundo me paseaba
por ahí con libros de Spinoza, pretendiendo que los entendía, en lugar de
disfrutar como los dioses mandan con las buenas aventuras intergalácticas de
serie b.
A mis años estoy intentando enmendar el error, más que nada para recomendarle libros interesantes a mi prole, pero es tarde para mí. Ya no leo en carne viva, sumergiéndome en lo que me cuentan las novelas y habitando en esos otros mundos que describen. Ahora lo hago con espíritu crítico, buscando los significados y alegorías de las historias. He perdido la capacidad de emocionarme, aunque he ganado la posibilidad de entender serenamente lo inteligentes y enriquecedores que son muchas novelas que antes ninguneaba.
Por ejemplo, hace años hubiera preferido zambullirme en estiércol antes de ser visto en público con algo de Isaac Asimov bajo el brazo. Una pena, ya que la serie Fundación me parece una pequeña joya que los pedantes como (fui) yo se pierden.
Basada en la Historia de la
decadencia y caída del imperio romano de Edward Gibbon, no es desde luego
“gran literatura”, con momentos líricos y una descripción de personajes y
escenarios a lo Tolstoi. De hecho los diálogos a veces son mecánicos y casi
todos sus personajes carecen de dimensionalidad, por no hablar de algunos giros
en la trama que producen sonrojo. Pero su prosa es vibrante y profunda, y eso
ya es mucho.
Se compone de una trilogía
nuclear, Fundación, Fundación e Imperio y Segunda Fundación,
que básicamente son un conjunto relatos cosidos en tres libros, y que
aparecieron originalmente entre 1951 y 1953. Y cuatro continuaciones que
escribió en los años ochenta por presión editorial y de la fanaticada; dos que
transcurren tras la trilogía, Los límites de la Fundación y Fundación
y tierra, y dos precuelas, porque según su esposa ya no sabía cómo avanzar
con la historia, Preludio a Fundación y Hacia la Fundación.
Parece que Asimov no valoraba
especialmente esta serie y al final de su vida se mostraba molesto cuando le
preguntaban por ella. Desde aquí sin embargo me posiciono al lado de todos los
que la han amado e incluso ha sido una gran inspiración en su vida, como Elon
Musk.
Cuenta, resumiendo mucho, una
“historia del futuro”, o sea es toda una saga que atraviesa cientos de años y
millones de mundos, aunque los protagonistas son pocos. Hay un imperio
galáctico milenario que se expande por toda la galaxia y que aparentemente es
sólido, pero un señor llamado Hari Sheldon ha descubierto un método científico
llamado “psicohistoria”, que mediante análisis matemáticos es capaz de predecir
los comportamientos de las masas, y está convencido de que el imperio va a
entrar en decadencia y van a sucederse milenios de regresión oscurantista. A
los gobernantes no les gusta el agorero y le mandan al exilio a crear una
Fundación, que es una especie de biblioteca galáctica donde salvaguardar todo
el conocimiento humano y reducir así los milenios tenebrosos. Sheldon muere
pero sus herederos mantienen Fundación y de hecho la convierten en una especie
de poder regional que se anexiona mundos. Aparece un señor malo, muy malo,
llamado Mula, que es el resentimiento en acto, y como tiene poderes mentales
cambia los comportamientos de las personas, dejando un poco la psicohistoria
fuera de servicio. Vence a la Fundación, pero resulta que había también
una segunda Fundación secreta, que se cobra su venganza y triunfa. Luego los humanos descubren
que en la Vieja Tierra de la que son oriundos hay un robot que se había
convertido en una super inteligencia artificial, y es el que había planeado
todo realmente, y como un dios bondadoso ha estado cuidando a la humanidad,
devolviendo el favor de haber sido creado él en primer término.
Fundación e Imperio, segunda entrega de la
trilogía inicial, aglutina dos historias independientes pero relacionadas: El
General y El Mulo. El Mulo, que ya hemos mencionado, es el gran
villano de la saga; pero es unilateralmente perverso, sin matices. Sin embargo
el otro protagonista, el General Bel Riose, es un personaje mucho más
interesante, más polifónico y complejo. Está basado en el gran general
Belisario, del Imperio bizantino, que obtuvo grandes victorias para el emperador
Justiniano. En la cima de su popularidad, fue acusado falsamente de corrupción,
y según la leyenda, Justiniano, que temía que su glorioso general pudiera
intentar derrocarle, hizo que le dejaran ciego, condenándolo así a vivir de la
caridad.
En el pórtico del capítulo “El
General”, como es habitual en los libros de la Fundación, viene una cita
de una supuesta Enciclopedia Galáctica que informa de que Bel Riose fue “el
último de los Imperiales”, y que tuvo la mala fortuna de nacer en el ocaso imperial,
porque en otros tiempos hubiera sido un líder de imborrable leyenda.
Empecemos matizando que en
esta saga el Imperio Galáctico no es perverso, la Fundación no duda de su
utilidad como pacificador de mundos, pero está obsoleto y demasiado
controlado por cabildos sin una idea de futuro común. Y la Fundación,
renovadora e “ilustrada” también comete crímenes y actúa con un maquiavelismo cínico.
Así que aunque la saga se narra como el ascenso de la Fundación no implica que
los defensores del Imperio sean malvados. Asimov no plantea la historia como
una lucha del bien contra el mal, sino como un conflicto político rico en
matices.
Ya desde el principio Bel
Riose es presentado como un hombre valiente, honorable y leal. Él cree que el Imperio
garantiza la unidad y la concordia y que los “psicohistoriadores” de la
Fundación, a los que él considera “magos”, están distorsionando la vida en la
Galaxia. De hecho tiene razón: Los psicohistoriadores cambian la vida de las
gentes sencillas, que viven con sus tradiciones, y les llevan por determinismo
histórico hacia unos escenarios políticos que ellos no han pedido.
Bel Riose es paciente,
cordial, trabajador, y con vocación de servicio. Empatiza con los puntos de vista de sus adversarios y dialoga
con ellos, si bien su lealtad a Cleón II es superior a cualquier otra cosa. Su principal característica es que vive para su ideal de vida, que es el
Imperio.
James Gunn, en su estudio
sobre Asimov, ve a Riose como "el único personaje que se enfrenta al
determinismo". Y ahí está también la grandeza del personaje, que aunque se
intuye en el bando perdedor (el Imperio claramente agoniza), su lealtad es
superior y sigue leal a su ideal de vida. A pesar de que las supuestas leyes de
los psicohistoriadores auguran su derrota, él se mantiene firme como un
centinela defendiendo lo que él considera justo.
En sus luchas y defensas del
Imperio despliega su inteligencia y empatía para derrotar a sus enemigos
(obviemos aquí que recurre a la violencia, está en una guerra defensiva que él
no ha provocado). Y nunca pierde su compostura militar. Abraza la muerte sin
miedo; no la contempla como el final.
Ahora veamos al Emperador, Cleon
II. A pesar de la innegable lealtad de Bel Riose, los celos y el miedo le hacen
ejecutarle. Es el reverso de Bel Riose.
Considera a los otros como un
medio, en este caso para mantenerse en el poder. Se deja llevar por pasiones
tristes surgidas de su inseguridad, y maniobra para desacreditar a su leal servidor. La paranoia
rige su comportamiento. Ve una amenaza que no es real, ya que Bel Riose nunca planeó rebelarse. Cuando le ejecuta, además, hace lo posible luego para borrar su memoria, y en la Enciclopedia Galáctica, nos informa de que no queda rastro en la historia
del gran general.
La locura de Cleón II ha sido
finalmente autodestructiva. El último de sus generales que podía defender lo
que quedaba del Imperio ha sido asesinado por orden suya. Ya no hay
esperanza.
Es interesante que para Bel
Riose el Imperio era un medio para llegar a la virtud. Para el propio Cleón II,
sin los valores de aquél, se quedó en un instrumento personal.
En los siete libros de la saga
aparecen muchos personajes y se dan infinidad de situaciones. Tanto en el
inicio de la saga como en su final aparecen dos ejemplos de vocación de
servicio y la entrega desinteresada a los demás. Entrega nada menos que a la
humanidad en su totalidad. En la primera parte de la serie, Hari Sheldon pone
todo su conocimiento al servicio de prevenir el colapso de la civilización. Sufre
por ello, es condenado y exiliado. Pero tiene una fe inmarcesible en un futuro
liberador. Entre sus afectos personales, ama a su hijo adoptivo, a sus
discípulos, y a pocas personas más, pero sobre todo pone su ciencia al servicio
del bien común.
Siglos después de la muerte de
Sheldon, encontramos otro ejemplo de entrega, en este caso de un no humano. Al
final de Fundación y Tierra, que es el final de la serie, el lector
descubre que todos los acontecimientos estaban tutelados por el Robot Daneel
Olivaw, que los lectores de Asimov conocíamos por las novelas de robots, en
principio desvinculadas de esta serie. Daneel aparece como un ser que ha
aprendido a amar a la humanidad sin ser humano, y que además ha aprovechado su
capacidad telepática para poner pequeños pensamientos en algunos
hombres elegidos para llevar a buen puerto a la civilización (descubrimos que
él inspiró a Sheldon, por ejemplo) sin menoscabar la libertad humana.
Cuando hablamos de imágenes
literarias la ciencia ficción es un género muy agradecido. Aquí son constantes.
No tanto como metáforas metafísicas, más propias del género de terror, como
políticas, ya que no olvidemos que los novelistas de este género suelen
describir mundos galácticos para hablarnos de la política mundana. Asimov hace esto
constantemente. Fundación puede leerse como una serie de novelas sobre
las luchas de poder. No únicamente entre el Imperio agónico y la emergente
Fundación, sino también dentro de cada uno. No olvidemos que no es una
narración maniquea, y que muchos de los altos cargos de la Fundación tienen
también un comportamiento moralmente execrable.
También es reseñable que la serie
empieza hablando de política y ciencia, pero termina como una búsqueda
espiritual del origen de la humanidad. Los hombres habitan millones de mundos,
pero no saben cuál es su origen como especie. Se ha perdido la memoria de la
madre Tierra. Millones de años atrás, hubo una expansión por la galaxia, y se
olvidó de dónde se partió inicialmente. A lo largo de las novelas se hacen
referencias a leyendas que hablan de un planeta donde empezó todo, pero se cree
que era Aurora (el primer planeta en ser colonizado por humanos). La memoria es muy vaga y sólo quedan ecos de
antiguos mitos.
Pero en Fundación y Tierra
el viajero Trevize, el protagonista, llega a la Tierra por fin, descubre que
quedó devastada por una hecatombe nuclear, pero todavía vive en ella el Robot
Daneel, que contempla como un demiurgo benévolo el devenir humano.
Aquí tenemos un ejemplo de una
de las constantes de la ciencia ficción. Desde 2001, una Odisea espacial
de Artur C. Clarke a Dune de Frank Herbert, en el Pórtico de Frederik
Pohl o en cualquiera de las novelas del mormón Orson Scott Card, se produce
como troppo final el encuentro con alguna entidad que da la respuesta
definitiva, y que resultaba ser el creador de la vida humana. Puede ser Dios, un
dios, unos extraterrestres o una Inteligencia Artificial, pero queda claro que
el hombre atraviesa océanos galácticos preguntándose por su origen, buscando al
Padre. Y se asume que el orden humano necesita de este Padre para existir.
En cuanto al uso del lenguaje,
hay que tener presente que Asimov no es un gran escritor. Tiene imaginación y
atesora muchas lecturas, pero su prosa es poco trabajada. Casi no describe y
abusa del diálogo. Aunque esto sí nos indica lo que realmente le importa:
trasladarnos ideas. Sus personajes tienen monólogos, mecánicos a veces, pero es
porque hay un planteamiento científico o filosófico que Asimov quiere
transmitirnos. Nos es bueno hablando de pasiones o de relaciones
interpersonales. Se le ha criticado mucho por ejemplo por sus personajes femeninos,
que son pobrísimos por lo general, aunque él se disculpa en sus Memorias
diciendo que casi no conoció mujeres reales en su vida hasta que se casó.
Encontramos por otro lado aquí frases bien cinceladas, como aquella de que “la violencia es el recurso del incompetente”, que tanto se cita, y que lejos de ser un canto pacífico, es una sentencia muy maquiavélica, ya que es esgrimida por la Fundación, que no recurre a la violencia por norma, pero sí a métodos menos ruidosos pero tampoco limpios, como instrumentalizar la religión o imponer un comercio no deseado por los nativos de un planeta. Así que Asimov no tributará entre los grandes literatos de la historia, pero al menos sí que tenía una visión del ser humano que transmitir.
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