Voy atesorando años y manías, que al parecer son la base de lo que se ha dado en llamar madurez. Con ello, se reduce el campo de mis intereses intelectuales; en otras palabras, cada vez me importan menos cosas. Los cómics, por ejemplo, que alguna vez me atrajeron, ahora podrían desaparecer súbitamente de la faz de la Tierra sin que yo perdiera un minuto de sueño. (Tampoco me preocupa la semántica, por cierto, y seguiré llamando cómic a lo que ahora se supone que son novelas gráficas).
Por casualidad, o quizá por designios del Señor Oscuro, llegó a mis manos el cómic Transcrepuscular de Jordi Pastor, adaptación de la novela homónima de Emilio Bueso. Leí la novela en su momento porque se anunciaba como una obra magnífica dentro de la ciencia ficción patria, pero lo cierto es que solo me resultó curiosa. El cómic, en cambio, sí me ha impresionado, sacándome así del confort de mis prejuicios.
Transcrepuscular, de Emilio Bueso, es la primera parte de una trilogía llamada Los ojos bizcos del sol (no he leído las siguientes entregas). Su género es el biopunk, un subgénero del cyberpunk, que a su vez es un subgénero dentro de la ciencia ficción. El biopunk explora las consecuencias hipotéticas de la biotecnología y la ingeniería genética; es decir, lo que sucedería en una sociedad donde los seres vivos pudieran modificarse genéticamente o incluso crearse nuevas especies.
En Transcrepuscular, cuya acción transcurre en un planeta imaginario, las personas llevan caracoles inteligentes en el hombro a modo de computadora o vuelan sobre libélulas gigantes. Hay referencias a nuestro mundo, así que imagino que en algún momento de la segunda o tercera parte se revelará que todo aquello es consecuencia de experimentos en la Tierra o algo por el estilo.
El planeta de la novela no gira sobre sí mismo, por lo que tiene un lado desértico abrasado por el sol y otro en perpetua noche gélida. La vida solo es posible en el anillo ecuatorial, y los protagonistas deben recorrerlo en busca de unas reliquias robadas. Por supuesto, en su odisea se van encontrando con personajes cada vez más insólitos.
Leí una entrevista con Emilio Bueso en Jot Down y me pareció bastante decepcionante. Es el clásico escritor español que va de rebelde y marginal, pero se cuida de no decir nada que se salga del kitsch. “Soy ateo radical y hago crítica social”. Pues eso. Tampoco en cuestiones de ciencia —que se supone que es lo suyo, ya que es ingeniero de profesión— dice nada que no hayamos escuchado antes: que si hay que cuidar el medio ambiente, que si existe riesgo de que se acabe el petróleo... Con todo el respeto hacia este buen señor de Castellón, a diferencia de grandes de la ciencia ficción como William Gibson o Frank Herbert, no parece haber una sustancia intelectual real debajo de su indudable imaginación literaria. Pero sin duda ha sabido crear un universo de ficción que toca las teclas adecuadas.
El cómic de Jordi Pastor —que es de lo que realmente quiero hablar— cuenta más o menos la misma historia, pero con el refuerzo del componente visual. Y vaya si lo refuerza. Está muy bien ilustrado, todo resulta mucho más potente.
Uno de los personajes, llamado el Trapo, es literalmente un trapo, pero también un simbionte, es decir, un ser que necesita de otro para sobrevivir. Pastor lo ha dibujado de forma inolvidablemente horrenda. Pasa de la mano de un ciego a la pata de un escorpión gigante sin dejar de ser mezquino y maquiavélico en todo momento, como una metáfora de lo peor de la política.
Luego tenemos a los protagonistas, el guerrero y la regidora, con sus caracoles siempre pegados al cuerpo. Se supone que estos moluscos les sirven de guía en su viaje, les hablan y les proporcionan información, pero en realidad parecen más bien parásitos estúpidos que deshumanizan a sus portadores. Cuando estos se los quitan, se vuelven más listos y conscientes. (¿Estamos hablando, quizá, de los teléfonos móviles y demás dispositivos tecnológicos que se han convertido en extensiones de nuestros cuerpos?).
Todos los paisajes que vemos en el cómic son viscosos y amorfos, como si estuviéramos en las entrañas de un animal. La convivencia humana parece adulterada por órdenes sociales crueles y limitantes; solo en los refugios neutrales, donde no hay autoridad reconocida, reina la concordia.
El Transcrepuscular de Jordi Pastor, al igual que los relatos de Lovecraft, parece hablarnos de monstruos y situaciones bizarras, pero de alguna manera retorcida, recuerda demasiado a nuestro día a día en la España de 2022.
No hay comentarios:
Publicar un comentario