26.3.22

Contra las identidades


En los últimos años parece que hemos perdido de vista que las personas tenemos personalidad, no identidad. Somos todos hijos de nuestra madre y nuestro padre, con nuestros sueños, miedos y deseos. Nos movemos en una amplia gama de grises, cada uno con su tonalidad propia; somos más o menos creativos o aburridos, más o menos confiables o mezquinos, más o menos familiares o solitarios... Tenemos una idiosincrasia que nos define y singulariza, que nos hace irremplazables. No hay un individuo igual a otro. De hecho, si ya es difícil hablar de caracteres homogéneos entre dos personas, resulta imposible hacerlo con respecto a multitudes.
 
La identidad, en cambio, es algo abstracto que tenemos como especie, pero no individualmente, y siempre está en relación dialéctica con otras especies u objetos. Somos humanos porque no somos ni elefantes ni sillas. Incluso aceptando el uso judicial del término, la identidad es un número que la burocracia estampa en nuestro pasaporte, pero que obviamente no nos define; en ningún caso somos solo una serie numérica.

20.3.22

Wallerstein y la crisis del Estado-nación

Hace algunos años, la editorial argentina Campo de Ideas distribuyó una serie de pequeños libros bajo el título “Intelectuales”. Estos textos breves y directos se caracterizaban por su estilo conciso, sin párrafos innecesarios, lo que les confería un enfoque didáctico. Su propósito era introducir a los lectores, especialmente a aquellos ajenos al ámbito académico, en la obra de algunos de los pensadores más influyentes del siglo XXI. Hoy, muchos de los autores reseñados en esta colección se perciben como piezas de arqueología intelectual, mientras que otros siguen siendo relevantes y continúan siendo objeto de estudio y reflexión en diversas disciplinas.

13.3.22

Umbral o el contradiós

Hay textos que desmerecen una publicación tan cutre. Umbral o el contradiós de Emilio Arnao tributa como ejemplo. Se nota que en la editorial estaban caninos o mentalmente dispersos. No usan cursivas y la lectura a veces es confusa porque entrecomillan indistintamente los libros referenciados, las citas o hasta grupos musicales de los que se habla tangencialmente. Hay erratas a mansalva y el tipo de letra elegida es poco apropiado para la verborrea fluvial de Arnao. No hay ni la más mínima reseña biográfica del autor, ni una introducción que nos presente el texto. Y para culminar, aunque esto ya es más accesorio, una cubierta blanquinegra que invita a salir huyendo, con su correspondiente nefasta contraportada en la que aparece una foto del autor en su peor día, así como una supuesta sinopsis apelotonada e ilegible.

También —y aquí terminamos con las quejas—, una vez que empezamos a leer lo que se supone es un ensayo sobre Francisco Umbral, nos encontramos con un ensayista que chupa demasiada cámara. Arnao se defiende diciendo que él no habla de Umbral, sino de “mi Umbral”, pero hay momentos, por ejemplo cuando nos cuenta que le duele la espalda o que está escuchando a Madredeus, que simplemente sobran. Si hubiera estado más contenido, menos subjetivo, menos queriendo ser tan genial como el maestro, tal vez estaríamos ante un libro casi definitivo sobre el gran escritor. Pero no acaba de funcionar.

6.3.22

Hojas de Madrid

Francisco Umbral nunca dijo ser otra cosa que un arribista que buscaba canapés gratis y dormitar con baronesas. Eso le hace auténtico.


Las mil y pico páginas de su antología Hojas de Madrid son, sin embargo, apabullantes. La obra gira, evidentemente, en torno a Madrid y a “la sed de mujer”. Es una suerte de autobiografía involuntaria (la selección de textos se hizo por la editorial tras su muerte) del joven de provincias que viene a Madrid a buscar la gloria literaria y, tras pasar por la bohemia, triunfa como cronista de los altos salones del Poder. No sobra ni falta ni un adjetivo, y los textos funcionan con la precisión mecánica de un reloj. Es magnífico, todo un ejemplo a seguir en su cuidado del estilo, la claridad y el respeto al lector. La voz narrativa es el yo, un yo que duda y habla con autoironía; prevalecen sus elaboradas descripciones de personas y lugares, y lo acertado del relato de una época.