27.2.22

La monserga política

Una de las características más soporíferas e infantilizadoras del debate político-mediático en la España actual es la omnipresencia de la monserga. Está en todas partes. Justo cuando parece que podría surgir un discurso más o menos maduro e independiente, aparece el ofendido, el progre frailuno que viene a ejercer su dignidad moral, y se acaba entonces cualquier posibilidad de un intercambio de opiniones adulto.

En estas condiciones, no se puede hablar de nada sin vigilar hasta la última coma de lo que se dice, por si alguna palabra pudiera ser utilizada en contra. Es una regresión al parvulario, con la profe atenta a que nadie diga palabrotas. O peor aún, un retorno a los tiempos de la tutela eclesiástica, con su obsesión por la herejía y la condena.

Hay millones de ejemplos, pero basta con dos. Uno es cuando Aznar ridiculizó aquella campaña de la Dirección General de Tráfico que decía “No podemos conducir por ti”, preguntándose quién les había dicho que él quería que condujeran por él. Era evidente que hablaba del Estado y su intromisión en las libertades individuales. Sin embargo, Iñaki Gabilondo, con aires de monaguillo aranista alborotado, abrió su programa diciendo que Aznar animaba a la gente a conducir borracha. Como no podía faltar en la monserga, advirtió del mal ejemplo que esto suponía para los jóvenes.

Si Iñaki Gabilondo, que suponemos tiene dos dedos de frente, sabe de sobra que el expresidente hablaba de política y no de conducción, ¿por qué finge escándalo? Solo busca tergiversar unas palabras presuponiendo un mínimo de capacidad interpretativa en su audiencia para presentarse él como atlante moral de sus conciudadanos, demasiado púberes, al parecer, para digerir semejantes metáforas.

Otro ejemplo es cuando Pablo Iglesias, en una charla informal, dijo que le había metido un puñetazo a un “lumpen de clase mucho más baja que la suya”. De todas las horas de discursos y debates que este profesor metido a político ha pronunciado, alguien tuvo que cribar hasta sus mínimos balbuceos para encontrar esa frase, subirla a Internet y convertirla en trending topic entre neobeatos que han cambiado el Evangelio por un control histérico de las palabras.

Si en los bares y calles de Madrid todos hablamos y decimos cosas similares o peores, ¿a qué viene tanto escándalo? Además, la frase en cuestión no es nada del otro jueves. Probablemente los punkis golpeados en el vídeo no se sintieran ofendidos por ser llamados lumpen de clase baja, porque eso es lo que eran. ¿Por qué no nombrar la injusticia y la sombra de la sociedad, así como el dolor y la enfermedad? (También por ahí van los tiros de la monserga, que exige no verbalizar lo que no encaja con el ideal que una comunidad quiere dar de sí misma).

El problema principal de la monserga es su hegemonía en los medios de comunicación de masas. Como anula la posibilidad dialéctica, erosiona la capacidad de lo que podría ser un instrumento divulgativo fenomenal. En las charlas o conferencias no destinadas a digitalizarse, en cambio, está más soterrada, si es que existe. El nivel de una clase universitaria o una tertulia de diletantes suele ser más alto porque la monserga no aflora, y si lo hace, puede ser descalificada como demagógica o anticientífica. Cuando el diálogo es entre verdaderos adultos, la monserga no tiene cabida.


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