Les encanta flagelarse con lecturas
imposibles a las que dedican muchísimas horas de sus solitarias vidas porque
cuando consiguen desentrañar sus arcanos misterios se sienten incluidos en el Gran
culto universal de los pedantes, taifa poco atractiva para ser sinceros
pero única en la que son aceptados, y a la que por ello tributan especial
devoción.
Así, Heidegger será para ellos siempre
el gran pope, más que nada porque no se le entiende de primeras y por ello da
para mucho lucimiento interpretativo.
Como los filósofos necesitan complejidad textual para poder elevarse por encima de los paganos, detestan con especial inquina a los que de entre ellos escriben bien y con claridad.
Y odian aún más a los diletantes
traidores que citan a filósofos que escriben bien y con claridad.
No hay nada más divertido, por
ejemplo, que ver los rostros iracundos en los conciliábulos filosóficos cuando
uno comete la impertinencia de mencionar a alguien como Fernando Savater.
El filósofo donostiarra está vetado en
las bibliografías fetén; su nombre resuena a eructo en las galas
culturetas.
Se podrá argumentar que hay cuestiones
políticas o personales en su ostracismo; tal vez habría que admitir que no es
un pensador sobresaliente. Pero hay otros filósofos también muy significados en
la plaza pública, y desde luego hay celebridades mucho menos meritorias que él
que no despiertan tanto rechazo.
Es inevitable plantearse cuáles serán
sus pecados. Uno, tal vez el principal, es que escribe bien y con claridad.
Lo que nos lleva al reverso de la
cuestión: ¿por qué hay filósofos prestigiados que escriben tan rematadamente
mal? Está feo señalar con el dedo, pero nuestro índice apunta, por tenerlos más
cerca, a señores como Xavier Zubiri o Gustavo Bueno (este último especialmente
crítico con Savater, al que acusaba de perpetrar “redacciones escolares”).
Los dos escribieron miles de páginas
de una filosofía supuestamente brillante, profunda y con aspiraciones de rigor
científico. No dudamos que lo hicieran, pero ¿tan degradante hubiera sido dejar
a la posteridad algún párrafo medianamente bello, trabajado y con estilo? ¿Es
tanto pedir facilitar la lectura mediante el buen uso de los recursos del
idioma y una grata presentación del pensamiento?
Sus devotos dirán que ellos estaban a
otra cosa, que los anhelos de precisión ontológica no dan para florituras. Y
podemos admitir este argumento, pero es que no todo fue filosofía más o menos
metafísica en sus obras; también trabajaron materias como la antropología que
sí les hubiera permitido un lenguaje menos plúmbeo, más vivo. Y siguen siendo
igualmente espesos en éstos y todos los otros palos que tocaron.
Y por ganarnos ya definitivamente la
hoguera, habría que preguntarse si se puede considerar que llegan a la
inteligencia media unos señores que no son capaces de escribir al nivel de un
bachiller talentoso o un concejal medio dotado para la retórica.
Así que cerramos la herejía vindicando
a Fernando Savater, sobre todo porque escribe bien y claro; no para acólitos en
busca del ordenamiento dentro del Gran Culto Universal antes citado.
Fernando
Savater era un paradigma de intelectual mediático en los años ochenta. Cumplía
con las exigencias; todo en él era inmaculadamente progre: había conocido la
cárcel franquista, era socialdemócrata con ínfulas libertarias, su ética era postmodernamente
democrática, y su individualismo gozoso y apátrida casaba bien con el
consumismo y el Mercado Común europeo.
Parecía
destinado a ser celebrado desde el Poder como el gran filósofo español del
siglo XX.
Sin
embargo, hoy es un autor verdaderamente incómodo para la hegemonía cultural,
que no duda en calificarle de palmero de la extrema derecha.
La
explicación más razonable para este cambio de percepción sería que el filósofo habría
dado, efectivamente, un giro radical en sus propuestas políticas. Pero lo
cierto es que no es así, y no ha habido tal transformación. Lo que decía aquel
joven ácrata de la Transición no es tan diferente de lo que dice este venerable
anciano hoy. Es cierto que al principio simpatizó con el mundo batasunero, pero
por poco tiempo y con muchos matices, y su anarquismo inicial se ha atenuado,
pero en lo esencial es el mismo pensador que hace cuarenta años.
Parece
que entonces no es él el que ha cambiado, sino la política española.
Como
casi todo lo que escribe Savater, es claro y de grata lectura. Aparenta cierta
levedad que puede malinterpretarse como superficialidad, pero de hecho es un
libro escrito contra Heidegger y sus epígonos estructuralistas, a los que ataca
tanto implícita como explícitamente; es certero en ello, se nota que conoce bien a sus
adversarios. Otra cosa es que no apabulle con citas y jerigonza, pero quien conoce
la filosofía del siglo XX percibe toda la erudición contenida que transpiran
sus páginas.
La
tesis del libro es que el humanismo es bueno y la religión mala, que la
libertad individual es posible y deseable, que hay que aspirar a la
universalidad frente a los nacionalismos, y que la democracia es el mejor marco
político. Hay unos capítulos finales metidos un poco con calzador, donde elogia
a Antonio Escohotado y se rebela contra las políticas estatales contra las
drogas, y otros en los que también defiende que el poder político no tiene
derecho a inmiscuirse en la vida privada de las personas, ni siquiera por
cuestiones de salud pública, que podrían ser un poco más polémicos para
colectivistas más o menos confesos, pero en conjunto, el libro no tendría que
escandalizar a nadie que se autodenomine como de izquierdas. Y toda su obra es
más o menos así.
(Hay,
eso sí, como es habitual en Savater, un ataque al mundo de la filosofía
académica que se entiende que puede crispar a los que se ganan el pan en ella.
Tiene cierta lógica que gentes que se pasan la vida estudiando a Heidegger o a
Derrida no encuentren saleroso que le ridiculicen lo del olvido del ser del
primero o les hablen de los absurdos “derridadaísmos” del segundo. Pero esto
explicaría su periferia en los prestigios universitarios, no su
aislamiento político o mediático).
En el País Vasco, su tierra, hay un imaginario aranista hegemónico frente al que nuestro filósofo se rebela desde el laicismo y el cosmopolitismo ¿Y él es la extrema derecha para la izquierda española? Defiende la despenalización de las drogas, es abiertamente ateo y más o menos anticlerical, y presume de haber amado a hombres y mujeres en su vida ¿y es un autor ultraconservador?
Un contexto en el que Savater puede ser motejado impunemente de fascista es un contexto erróneo. Estamos en un marco epistemológico disfuncional en el que la Ilustración ha fracasado, y la irracionalidad y el resentimiento priman. Nada liberador puede resurgir de esas cenizas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario