Una de las características más soporíferas e infantilizadoras del debate político-mediático en la España actual es la omnipresencia de la monserga. Está en todas partes. Justo cuando parece que podría surgir un discurso más o menos maduro e independiente, aparece el ofendido, el progre frailuno que viene a ejercer su dignidad moral, y se acaba entonces cualquier posibilidad de un intercambio de opiniones adulto.
En estas condiciones, no se puede hablar de nada sin vigilar hasta la última coma de lo que se dice, por si alguna palabra pudiera ser utilizada en contra. Es una regresión al parvulario, con la profe atenta a que nadie diga palabrotas. O peor aún, un retorno a los tiempos de la tutela eclesiástica, con su obsesión por la herejía y la condena.
Hay millones de ejemplos, pero basta con dos. Uno es cuando Aznar ridiculizó aquella campaña de la Dirección General de Tráfico que decía “No podemos conducir por ti”, preguntándose quién les había dicho que él quería que condujeran por él. Era evidente que hablaba del Estado y su intromisión en las libertades individuales. Sin embargo, Iñaki Gabilondo, con aires de monaguillo aranista alborotado, abrió su programa diciendo que Aznar animaba a la gente a conducir borracha. Como no podía faltar en la monserga, advirtió del mal ejemplo que esto suponía para los jóvenes.