27.2.22

La monserga política

Una de las características más soporíferas e infantilizadoras del debate político-mediático en la España actual es la omnipresencia de la monserga. Está en todas partes. Justo cuando parece que podría surgir un discurso más o menos maduro e independiente, aparece el ofendido, el progre frailuno que viene a ejercer su dignidad moral, y se acaba entonces cualquier posibilidad de un intercambio de opiniones adulto.

En estas condiciones, no se puede hablar de nada sin vigilar hasta la última coma de lo que se dice, por si alguna palabra pudiera ser utilizada en contra. Es una regresión al parvulario, con la profe atenta a que nadie diga palabrotas. O peor aún, un retorno a los tiempos de la tutela eclesiástica, con su obsesión por la herejía y la condena.

Hay millones de ejemplos, pero basta con dos. Uno es cuando Aznar ridiculizó aquella campaña de la Dirección General de Tráfico que decía “No podemos conducir por ti”, preguntándose quién les había dicho que él quería que condujeran por él. Era evidente que hablaba del Estado y su intromisión en las libertades individuales. Sin embargo, Iñaki Gabilondo, con aires de monaguillo aranista alborotado, abrió su programa diciendo que Aznar animaba a la gente a conducir borracha. Como no podía faltar en la monserga, advirtió del mal ejemplo que esto suponía para los jóvenes.

20.2.22

Kieslowski y la imposibilidad de una respuesta definitiva

Slavoj Zizek es lo que sucede cuando se hace filosofía tras inyectarse Red Bull en vena: algunos momentos auténticamente lúcidos, mucho balbuceo inconexo, y cierta perplejidad depresiva al final.

Este tipo de filosofía acelerada es el que encontramos en su libro Lacrimae Rerum. Ensayos sobre el cine moderno y ciberespacio, particularmente en un capítulo de unas ochenta páginas titulado “La teología materialista de Krzysztof Kieslowski”. En este ensayo, Žižek nos ofrece una lectura de la obra del cineasta polaco que, a pesar de estar salpicada de digresiones y citas lacanianas, contiene elementos que invitan a la reflexión profunda sobre el dolor, la culpa, la fe y la imposibilidad de encontrar respuestas fáciles a las preguntas más complejas de la existencia humana.

13.2.22

La innovación metafísica de Ortega. Crítica y superación del idealismo

Para comprender a la mayoría de los grandes filósofos necesitamos guías. Afirmar que nos hemos iniciado en la disciplina leyendo directamente a Aristóteles o a Hegel, sin mediadores, es tan impresionante como proclamar que hemos escalado el Everest en una sola noche. Impresionante pero necesariamente mentira. Peor aún, quien sostiene tales afirmaciones podría creer realmente que dice la verdad, sin sospechar que apenas ha entendido una mínima parte de lo que ha leído, del mismo modo en que una colina de Arganda del Rey, vista bajo los efectos del alcohol, bien podría parecer el Himalaya.

Los grandes pensadores están enraizados en contextos históricos y culturales que nos resultan lejanos. Sin un marco conceptual adecuado, muchas de sus ideas se nos presentan como ininteligibles, enredadas en códigos filosóficos que requieren una labor de interpretación. En otros casos, su opacidad no es solo conceptual sino estilística: algunos escribieron con una torpeza tal que avergonzaría a un estudiante de bachillerato. Es aquí donde la mediación de un buen intérprete se hace imprescindible.

6.2.22

Tres dimensiones del ser humano

Xavier Zubiri es un filósofo para los muy filósofos. Para los no iniciados, su lectura puede resultar un suplicio o un eficaz somnífero, dependiendo del día. Los zubirianos no ayudan demasiado en este sentido, pues parecen competir por ver quién es más tedioso y servil al recitar al maestro con una devoción casi coránica, en lugar de esforzarse por hacerlo comprensible y fomentar su divulgación. No se trata siquiera de acercarlo al gran público—empresa difícil—sino al menos al ámbito académico y científico, donde su pensamiento podría aportar mucho.

Sin embargo, los zubirianos parecen empeñados en dificultar el estudio de su obra, reduciéndose así a grupúsculos cada vez más exquisitos (es decir, marginales). Por ello, suelen menospreciar los libros más claros de la primera etapa de Zubiri, así como los pocos de su producción posterior que pueden leerse con un conocimiento filosófico básico.