19.12.21

Tres sencillas propuestas para reflotar la filosofía en España

 

  • Queda prohibido que los curas, seminaristas o incluso monaguillos se reciclen en filósofos hasta que realmente se quiten los hábitos.

Lamentamos mucho la pérdida de las certezas que la fe prodiga, pero la filosofía no es un sustituto de la religión. No es una teología laica; en consecuencia, no requiere exégesis sistemáticas ni adhesión escolástica a la pureza de un texto revelado. Recitar coránicamente las palabras de Kant, Marx o Husserl no es hacer filosofía, es ser un papagayo. La filosofía se construye pensando contra los grandes filósofos, no siendo sus adeptos incondicionales.

La filosofía no es una fe de recambio. Los expiadosos varios pueden aficionarse al tai chi, al zen, al karaoke o a lo que prefieran, pero no tienen derecho a seguir embarrando la filosofía con sus anhelos de dogmas y su necesidad de la cálida familiaridad de la servidumbre intelectual.


  • Cualquier filósofo que utilice el “yo” en una argumentación quedará inhabilitado de por vida.

Todos hemos tenido una infancia traumática: no sabíamos jugar al fútbol, teníamos acné y tartamudeábamos al hablar con las chicas guapas. Sin duda, a la filosofía se llega por deficiencias personales; si supiéramos hacer algo importante, no seríamos filósofos. Pero eso no autoriza a resarcir el ego herido convirtiéndolo en el centro del sistema filosófico. A los demás nos importa un pito tu yo.

El yo queda para la psicología, la poesía o la autoayuda, pero en filosofía hiede. No se hace filosofía mirándose uno pensar. Cómo percibe el yo, lo que siente o sus intereses, su intencionalidad o su conciencia son temas de teorías científicas, que pueden ser falsadas; en filosofía, en cambio, se convierten en explicaciones mitológicas.

Rechacemos los solipsismos de baratillo.


  • Los filósofos podrán elegir a sus autores de referencia, pero no los temas filosóficos que traten, que les serán impuestos. Se vetará el uso abusivo de terminología propia de un grupúsculo determinado. Hay que escribir correctamente, no en idioma fenomenológico o deconstructivista.

Especializarse en un autor está muy bien, pero hay que ser capaz de hablar de temas diversos que no necesariamente pertenezcan al campo del autor elegido. También hay que poder comunicarse con otros filósofos que no dominen ni los temas ni la jerigonza del pensador de referencia.

Es magnífico conocer a Heidegger al dedillo, por ejemplo, pero ser militantemente incapaz de hablar de cuestiones ajenas a su campo es una pérdida de tiempo y dinero del contribuyente. Hay que obligar al filósofo a trabajar temas circunstanciales que no le interesen, como la economía o la biología; basta de entrar en bucles terminológicos.

Además, considerar innecesario “traducir” un léxico grupal a otros filósofos sin formación específica en determinada corriente filosófica merece la expulsión del ágora. La filosofía no es una exhibición semántica. Si cada uno se atrinchera en su propia jerga, terminamos convertidos en islas monocordes.

(Y, por supuesto, nada de parir nuevos términos si no son estrictamente necesarios. Evitemos la multiplicación de los entes).

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