4.1.25

Filosofía: quién la necesita, de Ayn Rand

Siempre consideré a Ayn Rand como la Bruja Avería del liberalismo: una autora que, en su empeño por defender lo indefendible, acaba convertida en una caricatura de la amoralidad, facilitando así la tarea a sus detractores. Me desconcertaba su legión de fieles en Estados Unidos y la profunda influencia que ejercía en ciertas minorías dinámicas del país. Claro que, también debo reconocerlo, mi conocimiento sobre su obra era superficial.

Sin embargo, la editorial Deusto ha lanzado nuevas y cuidadas traducciones de sus libros en español, y he decidido darle otra oportunidad. Compré Filosofía: ¿quién la necesita?, en parte porque imaginé que sería un ataque contra la disciplina, pero resultó ser todo lo contrario: un apasionado alegato en su defensa y una crítica feroz a quienes, según Rand (véase Kant y sus herederos), la han convertido en una forma de irrealismo. Se nota que Rand tiene formación filosófica, mala uva y cero reparos en pisarle los callos a los popes del gremio, lo que la hace, por momentos, subversiva y, por otros, hilarante.El libro reúne dieciocho capítulos independientes, compilados tras su muerte por su discípulo Leonard Peikoff. La selección y el orden son acertados: empieza con los textos más densos filosóficamente y concluye con los más circunstanciales. Peikoff sugiere que quienes se acerquen por primera vez a Rand comiencen por el capítulo siete, una conferencia introductoria al objetivismo, su sistema filosófico. Y doy fe de que es un buen consejo, porque, de haber comenzado por el principio, no habría entendido nada.

Ahora que tengo unas nociones básicas de lo que decía esta buena señora, reconozco que me equivoqué: es mejor escritora de lo que suponía y su defensa del egoísmo es menos literal de lo que imaginaba. Sin embargo, a estas alturas de mi vida, me siento demasiado mayor y ajado como para aspirar a ser el hombre independiente, superior y productivo que ella idealiza. Prefiero seguir queriendo a mis semejantes y creyendo que el mundo es mejor si nos ayudamos los unos a los otros.
Ayn Rand me pilla cansado.

¿El randismo como hegemonía en España?
Para mí ya es tarde, pero me intriga qué pasará con esta nueva traducción de sus principales obras. Ahora que por primera vez se distribuirán en condiciones en España, queda por ver si aquí surgirá una generación modelada por sus ideas, como ocurrió en Estados Unidos. Será interesante observarlo, aunque sigo pensando que el ADN católico del país dificultará la penetración de una doctrina que demoniza el altruismo. Aun así, me inquieta la posibilidad de que, si una minoría randiana alcanzara el poder, intentara imponer su visión sobre una sociedad que, en su mayoría, le sería hostil.

Porque, con los años, he aprendido a desconfiar de quienes quieren decirle a los demás cómo vivir. Cada día me resulta más insoportable el colectivismo woke que pretende dictarnos qué comer, cómo desear y cuánto de culpables debemos sentirnos. Me posiciono sin dudarlo con la mayoría silenciosa, harta del canon progre. Pero tampoco creo que la solución sea imponer otra narrativa igual de ajena a las convicciones mayoritarias, y el objetivismo randiano lo sería sin duda. Como el progresismo actual, el randismo tiene una antropología, una estética y una teoría política bien armada. Además, su tono desafiante lo hace atractivo para los jóvenes ávidos de contracultura. Lo tiene todo para convertirse en una narrativa de poder.

Si el público randiano se limita a un colectivo bullicioso y creativo, me parecerá magnífico. Si, en cambio, recibe el apoyo de poderes económicos y mediáticos, y se convierte en la bandera de un grupo de poder con aspiraciones hegemónicas, me repugnaría tanto como lo hace el izquierdismo cool de hoy.
Las ideologías están bien cuando están a libre disposición del consumidor. Se vuelven aberrantes cuando se convierten en monopolios que entran en nuestros hogares. Me declaro enemigo de Gramsci y de todos sus discípulos.

Lo primero a lo que deberíamos aspirar políticamente es a dejar de atragantar a la gente con hegemonías que le provocan arcadas.

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