6.11.22

El milagro de Spinoza

Baruch Spinoza (1632-1677) estuvo olvidado durante mucho tiempo. Sin embargo, hoy nadie le negaría su condición de autor canónico dentro de la filosofía occidental; sin duda, es uno de los diez grandes filósofos de la historia. Escribió poco, en parte porque murió joven y en parte porque, contrariamente a lo que suele decirse, en la Holanda del siglo XVII era mejor no significarse demasiado si se quería evitar los grilletes. Además de escasa, su obra es complicada; la pieza central de su producción es la Ética, un texto realmente difícil de entender. Aunque nadie lo reconozca, estoy seguro de que la mayoría de quienes lucimos diplomas de filosofía hemos leído únicamente el Tratado político y el Tratado teológico-político, que son accesibles, y que de la Ética solo conocemos lo que explican las fuentes secundarias.

El problema con los autores difíciles de entender es que resulta fácil inventarse lo que dicen. Con Spinoza, esto llega a ser escandaloso. Ya vimos cómo Antonio Negri, en su empeño por hacer del holandés una especie de Marx afable, tergiversa partes enteras de sus textos. En este caso, como Negri manipula ambos tratados, es fácil demostrarlo. Pero seguramente los académicos que aseguran estar explicándonos la Ética también nos la cuelan, aunque ahí habría que tener muchas ganas de meterse en jardines para contradecirlos.

En realidad, un Spinoza leído a brochazos sostiene ideas propias del sentido común: la razón unifica todo lo que existe, la ética no debería ser tanto una cuestión de obediencia como de vivir según lo que es bueno para los hombres, la democracia es el régimen más funcional, y la sociedad debe buscar sacar lo mejor de cada individuo. Luego, si rascamos un poco más, matiza que la democracia solo funciona si previamente se ha formado a los ciudadanos, que el Estado debe salvaguardar su propia existencia incluso a costa de la libertad individual, o que lo más importante en política es defender la paz social.

Es un autor definitivamente tornasolado, refractario a las simplificaciones y con suficiente niebla argumental como para que cualquiera pueda improvisar sobre él según su propia agenda sin que se note demasiado. Así que, si hemos aceptado al Spinoza comunista que propone Negri, también es legítimo defender la existencia de un Spinoza psicólogo, como argumenta Antonio Damasio, o incluso uno que escribe libros de autoayuda, como plantea Frédéric Lenoir.

El milagro de Spinoza. Una filosofía para iluminar nuestra vida, de Frédéric Lenoir, es breve, pedagógico y claro. Según la solapa del libro, ha vendido 120.000 ejemplares, lo que para un libro de filosofía es algo excepcional (subrayamos que es un libro de filosofía para hacer rabiar a los pedantes que dirían que, si ha vendido tanto, no puede serlo).

Alguien versado en el filósofo lo encontrará simplón, pero imagino que Lenoir quería llegar más bien al público lego. Y cumple con creces, aunque para ello haya primado el tema de la felicidad sobre otros aspectos de la obra spinoziana. Hay una breve introducción biográfica en la que cuenta, entre otras cosas, que Spinoza tuvo una novia católica que lo dejó por su negativa a renunciar al judaísmo. En general, las cuestiones políticas, teológicas o epistemológicas se tratan muy por encima en este libro, porque aquí lo que interesa es Spinoza como autor de manuales de supervivencia existencial para nuestro caótico mundo. Al final, Lenoir le reprocha sus comentarios sobre las mujeres y los animales, poco políticamente correctos desde nuestra perspectiva, pero en general su acercamiento al filósofo es entusiasta y clarificador.

El milagro de Spinoza es un libro recomendable para quienes no tengan tiempo o ganas de leer tochos académicos más complejos. Y en cuanto a los talibanes de la filosofía, que se horrorizan cuando se simplifica a los grandes pensadores para hacerlos accesibles al gran público, habría que recordarles que los primeros en manipular lo que dijeron son los propios académicos actuales, que (casi) literalmente se los inventan para llevarlos al terreno que les interesa en cada momento. Así que, si no protestan ante estas instrumentalizaciones sistemáticas, tampoco deberían quejarse cuando los grandes popes del canon filosófico acaban salpimentando la sección de autoayuda del Carrefour.

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