Empecemos con una
confesión: He leído varios libros de Emmanuel Carrère, pero ninguno me ha
interesado nunca. Me parece el típico ejemplo de escritor mediocre cuyo único
mérito es haber nacido en un país con una industria de alquimia cultural capaz
de convertir cualquier flatulencia literaria en la última moda intelectual del
momento. O sea, que si en lugar de
francés hubiera sido eslovaco o tailandés no le conocería ni el tato.
Pero Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos. Un viaje a la mente de Philip K. Dick es una dignísima introducción a la obra del autor norteamericano y no un ejercicio masturbatorio al uso de Carrère (literalmente, ¿alguien sabe por qué hay tantas pajas en sus novelas). Así que lo que interesa de este libro es el biografiado y no el ego inmarcesible del biógrafo, que afortunadamente aquí chupa poca cámara.
Personalmente de Philip
K. Dick no sabía gran cosa, más allá del tópico de Blade Runner, pero
después de leer este libro, que empecé a regañadientes, he engullido ya un par
de sus novelas y sospecho que pronto tendré nuevo autor en mi pastoral. Así que, quién lo iba a decir, estoy en deuda
con Carrère por habérmelo descubierto.
Yo estoy vivo y
vosotros estáis muertos nos cuenta la vida de este icono de la ciencia ficción, que tenía
problemas psicológicos y afición a casarse, ya que lo hizo cinco veces. Tuvo además
éxito como escritor ya en vida, y se dejó arrastrar por las turbulencias de su
época, o sea, el LSD y la contracultura. Fue políticamente más bien libertario
y a mediana edad, nos cuenta Carrère, se convirtió en un católico heterodoxo
pero sincero, y su nueva fe pasó a ser el fondo filosófico de sus últimos
relatos.
De las más de cuarenta novelas y colecciones de cuentos que publicó, aquí se reseñan sólo unos pocos ejemplos, pero los suficientes como para hacernos una idea de en qué consiste el universo de Philip K. Dick, que sobre todo gira obsesivamente en torno a la cuestión de qué diferencia hay entre la verdad auténtica y la verdad mediatizada por el poder. O sea, que nos mandan personas que no sabemos bien quiénes son -tal vez sean máquinas o alienígena-, y su principal arma es que ellos deciden qué es real y qué no.
O sea, literatura realista en estos tiempos postpandémicos.
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