5.3.23

Flores para Algernon, de Daniel Keyes

Isaac Asimov pensaba que Flores para Algernon era una novela escrita desde el alma humana. En sus memorias cuenta que fue un honor entregarle el premio Hugo a su autor, . Le entusiasmaba tanto el libro que, al anunciar el galardón, gritó ante la audiencia: “¿Cómo lo ha hecho? ¿Cómo lo ha hecho?”. A lo que el modesto Keyes, al llegar al escenario, respondió que no lo sabía, y que, si lo descubría, por favor se lo dijera para poder repetirlo.

(Keyes no volvería a publicar un libro de la calidad y profundidad de Flores para Algernon, así que quizá sea cierto que fueron las gentiles musas las que lo inspiraron y él simplemente se dejó mecer por ellas…)

En esta novela de 1959 se cuenta la historia de Charlie Gordon, un hombre de treinta y tantos años con una discapacidad intelectual que, tras un experimento científico, empieza a desarrollar gradualmente una superinteligencia, para luego perderla poco a poco y regresar a su estado inicial. Le acompaña en este proceso el ratoncito Algernon, al que también operan para hacerlo muy listo.

Como ocurre con algunas obras de ciencia ficción, Flores para Algernon —y Asimov es un buen ejemplo de ello— fue concebida como una novela adulta, pero con el paso del tiempo se ha ido convirtiendo en una obra más orientada a lectores jóvenes. De hecho, también circula una versión ilustrada para niños. Esto, lejos de ser algo negativo, me parece loable. Uno desearía ser adolescente para poder vibrar con las aventuras del bueno de Charlie Gordon y su compañero ratonil. Flores para Algernon es uno de esos libros que dejan poso si los leemos cuando todavía somos maleables.

La cita de rigor con la que comienza la novela es de Platón, del mito de la Caverna, seguramente, y habla de lo distintas que son las cosas cuando las vemos iluminadas. Es una interpretación posible, y es la que Keyes quiere transmitirnos, pero a mí me parece más una novela sobre el crecer. Charlie es como un niño y así le trata todo el mundo; cuando se hace inteligentísimo, su madre ya no lo comprende y descoloca a sus amigos. Él al principio lo pasa mal, pero lo acaba sobrellevando con arrogancia autodefensiva, como cualquier joven.

Hay un pasaje glorioso en el que descubre que los científicos que lo han mejorado —y a los que él venera como a dioses paternales— son de hecho menos inteligentes que él, y se enfurece de una manera que semeja al de un preadolescente que descubre que sus padres no lo saben todo.

La narración es en primera persona. Charlie tiene problemas para escribir correctamente, y las primeras y últimas páginas son agotadoramente transcritas como si las hubiera escrito alguien con una discapacidad. La crítica considera esto un hallazgo, pero a mí me parece lo menos genial de todo, si bien entiendo que era necesario. Es un estilo coherente con la historia que cuenta. No merma, sin embargo, la calidad del conjunto; estamos ante una historia inolvidable y bellísima.

No hay comentarios: