El conde Lucanor, de Don Juan Manuel (1282-1348), es un libro escrito a principios del siglo XIV. La edición que manejamos es la de Castalia, a cargo de Enrique Moreno Báez, quien ha actualizado el castellano en el que fue escrito y ha simplificado su retórica; por ello podemos entender el texto con facilidad, si bien sus imaginarios aún nos resultan lejanos.
Moreno Báez también es responsable de la introducción, en la que se advierte que Don Juan Manuel no sale bien parado. Se dice de él que fue un caballero pendenciero y ambicioso, aunque no se duda de su erudición. Quedó huérfano siendo muy niño, aunque recibió una excelente formación. Heredó el cargo de su padre, Adelantado Mayor del Reino de Murcia, junto con numerosas propiedades; se casó tres veces con la intención de engrandecer su linaje. Participó en las contiendas civiles de Castilla y en batallas contra los moros en el Levante. Tras reunir todos sus escritos y dejarlos a buen recaudo en el convento de San Pablo en Peñafiel, murió en Córdoba.
La premisa de El conde Lucanor es bastante simple y su estructura, muy típica de la época: el conde Lucanor pide consejo a Patronio y este le responde siempre con una pequeña fábula moral que concluye con una enseñanza explícita. Así de mecánicos son los cincuenta y un capítulos. Algunos de los cuentos son de origen helénico, otros árabes, y hasta hay uno —el VII— que parece inspirarse en un cuento hindú, y otro —el XI— que más bien parece una traslación de una fábula japonesa. (Hay cuatro capítulos finales anexos, pero no nos centraremos en ellos, pues se apartan del tono general del libro).
Para el lector actual, que maneja códigos narrativos mucho más elaborados, esta obra podría parecer casi una lectura infantil. Sin embargo, algunos consejos conservan una notable vigencia en nuestro mundo, mientras que otros resultan completamente ajenos a nuestras aspiraciones éticas.
Moreno Báez explica que, desde el Romanticismo, ya no se considera que el artista deba educar, sino ser sencillamente fiel a sí mismo, lo que explica por qué este tipo de literatura nos resulta tan lejana. No obstante, también resalta la riqueza que presenta El conde Lucanor en su contexto, especialmente en comparación con el Cantar del Mío Cid, escrito apenas dos siglos antes. Mientras que Mío Cid se limita a desarrollar la vida y valores de los guerreros de la época sin mayor polifonía, en El conde Lucanor desfilan ricos y pobres, moros y cristianos, nobles y plebeyos… un auténtico retablo costumbrista que ya anticipa un ideal vital mucho más rico y "moderno".
El libro fue escrito, con toda probabilidad, en el castillo de Molina del Segura, en la actual Región de Murcia. Para adentrarnos en aquellos muros creativos, utilizaremos como guía la Wikipedia.
Esta obra pertenece al género de los exempla, muy popular en su tiempo, sobre todo a partir del siglo XII. Se trataba de cuentos moralizantes, a menudo con estructura de sermón vulgar, orientados tanto a la formación del pueblo como de las élites. Todavía en el feudalismo se entendía que la educación civil debía transmitirse mediante narraciones.
No es baladí que el gran impulsor de este tipo de libros fuera Alfonso X el Sabio, tío de Don Juan Manuel. Este rey promovió ediciones de lujo de los exempla para la formación intelectual y ética de la aristocracia (aunque estas ediciones se han perdido). También lo hacía —según la Wikipedia— con el fin de normalizar el uso de un castellano estandarizado. Antonio de Nebrija aún no había aparecido en escena, pero Alfonso X ya tenía claro que un reino necesita un idioma propio.
(Nos resulta de gran interés esta especie de paganización de los imaginarios religiosos. Durante más de mil años, el catolicismo había educado a la población con parábolas, y los exempla no pueden desligarse de esta tradición. Sin embargo, ahora educaban no solo dentro de la cosmovisión católica, sino también en el ámbito civil. Tal fue el peso de la religión que, en el progresivo intento por construir reinos más soberanos frente al papado, hubo que "hablar" en un lenguaje religioso).
Sería complicado y extenso analizar cada capítulo, así que nos centraremos en uno que, desde nuestra perspectiva actual, reviste un interés particular.
El Cuento LI comienza con el anuncio de lo que vamos a leer: "Lo que le sucedió a un rey cristiano que era muy poderoso y muy soberbio", y concluye con la moraleja: "A los humildes, Dios mucho los ensalza, mientras que a los soberbios los hiere como una maza".
Entre medias, se nos narra la historia de un rey tan altanero que se atreve a cambiar los versículos del Magnificat o Cántico de la Virgen, suprimiendo aquellos que ensalzan la humildad y reemplazándolos por otros que exaltan a los poderosos. Como represalia, Dios envía un ángel para despojarlo de su vestimenta y suplantarlo. El verdadero rey, ahora desnudo, es tomado por un loco que dice ser monarca, y es apaleado y reducido a la miseria. Solo cuando toma conciencia de su error y se arrepiente, el ángel le devuelve su lugar en el trono.
Este cuento ilustra perfectamente lo que hemos señalado hasta ahora. El rey tiene el poder por voluntad divina, pero si osa cruzar la línea y desafiar esa autoridad —pretendiendo, por ejemplo, cambiar los versos de un cántico religioso— será castigado, de un modo que recuerda a la historia de Job.
Aquí encontramos una lección política que bien podría haberse expresado en un tratado teórico, pero que de ese modo no habría alcanzado al público de la época. En cambio, la narración lo transmite con claridad: el trono no puede desafiar al altar, pues de ahí proviene su legitimidad. Ningún hombre, por poderoso que sea, puede desafiar a Dios.
Además, el relato está construido con una estructura que evoca los Evangelios y con una historia, la de Job, que ya era conocida y reconocida por todos. Don Juan Manuel no ha podido —o no ha querido— separarse del modelo religioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario