18.2.24

Imitación del hombre

La cosa fue más o menos así. Hace mucho tiempo unos simpáticos cavernícolas dejaron atrás su animalitas, e imaginaron una red de significados cada vez más amplia y compleja que acabó rigiendo sus vidas.

Es lo que hoy llamaríamos el amanecer de la cultura humana.

Explicar el porqué de este amanecer y de su desarrollo es muy complicado. Durante más de dos milenios tuvieron vigencia las narraciones helénico-cristianas, pero desde el siglo XIX priman las interpretaciones antropológicas, que todavía hoy intentan darnos una explicación convincente del origen de la cultura. Para ello suelen coger un instinto un poco al azar y darle prevalencia. Por ejemplo, para los marxistas todo empezó por el instinto natural de proveerse de medios materiales de subsistencia; la cultura vendría de ahí. Para Freud lo libidinal será lo determinante. Nietzsche, por el contrario, defenderá que el instinto definitorio es el de dominio sobre los otros, mientras que Cassirer apostará por la tendencia innata hacia lo simbólico…

Y así toda una serie de aproximaciones sectoriales que acabaron convirtiéndose en las diversas teorías de la cultura con las que lidiamos hoy. Lo malo de estas teorías es que no son falsables; no hay manera de demostrarlas. O sea que suelen convertirse en relatos acientíficos que aceptamos según nos convenzan o se adapten a nuestros intereses.

La teoría mimética es un ejemplo de esto. Si la resumimos en dos brochazos viene a decir que lo que singularizaría al hombre frente al animal es su condición mimética. El ser humano se forma desde su nacimiento imitando a sus semejantes. Imitamos a nuestros padres, luego a los vecinos, a las masas o a las estrellas de rock. Toda nuestra autoconstrucción identitaria se debe a un plagio masivo. No hay un “yo” prístino que haga nada original.

Aunque por supuesto nunca podremos remontarnos a los albores de la humanidad para comprobar si con el reflejo mimético empezó todo, o poner a unos cromañones en un laboratorio a ver si se imitan, hoy por hoy ésta es una teoría de la cultura que nos resulta plausible a muchos y sus interpretaciones nos parecen las más adecuadas para explicar el mundo presente.

 

 Imitación del hombre (Editorial Malpaso, 2020) del barcelonés Ferran Toutain es un buen texto introductorio a la teoría mimética. El libro tuvo una primera edición en catalán en el 2012, y ésta es una revisión castellana de aquella. Se compone de cuatro partes que teóricamente se corresponden con cuatro núcleos temáticos, pero la verdad es que todo acaba mezclado en un feliz flujo de ideas nutritivas que solo al final pierden algo de sabor por no presentar una conclusión más potente (concluye apelando al humor, a no tomarse nada en serio).

Toutain escribe muy bien y lo hace para un público no especializado. Cada página contiene algo reseñable y alguna propuesta que nos puede agradar o no, pero que en ningún caso nos deja indiferentes.

Estamos ante un ensayo muy de nuestro tiempo, es decir, de género híbrido. Tiene algo de autobiografía, de digresión, de divulgación histórica, y de análisis de actualidad (las visitas al paisaje político actual son continuas). No consigue profundizar como lo haría un tratado riguroso, pero también nos ahorra los tecnicismos y la prosa encorsetada propia de los papers universitarios.

El estudio de los orígenes de la teoría mimética en Platón y Aristóteles está bastante bien trabajado. Pero sobre todo se considera que han sido los novelistas modernos los que han conseguido penetrar en los arcanos del ser humano describiendo sus reflejos miméticos. Por ejemplo, el Julien Sorel del Rojo y Negro de Sthendal es un paradigma de personaje compuesto exclusivamente de influencias.  

El principal representante de la teoría mimética es René Girard, un antropólogo clásico francés recientemente fallecido cuyo nombre no suena a gran celebridad intelectual, tal vez porque su momento está por llegar.

Girard es el referente en Imitación del hombre, como también lo es el escritor polaco Witold Gombrowicz, cuyas frases salpimentan el libro. Nos topamos así mismo con muchos otros contribuidores más o menos voluntarios al desarrollo del concepto de mímesis, que desde la Atenas clásica ha estado vagando por la historia del pensamiento occidental hasta su eclosión definitiva en nuestros días. Lastimosamente la edición carece de índice onomástico, que facilitaría las consultas porque la artillería de citas y referencias es atronadora.

Por supuesto, el tema de los nacionalismos, los populismos, el deporte, y toda forma de comportamiento social mimético atraviesan sus páginas. El libro tiene algo de manual de supervivencia ciudadana en la Cataluña (y España) del siglo XXI. Hay muchas frases logradas de esas que nos deslumbran, y que subrayamos para memorizar y poder soltar en los eventos sociales como si fueran nuestras y epatar a la gente.

Solo habría alguna enmienda que ponerle a este libro. Mientras que Girard es un pensador católico que ve esperanza y redención en la teoría mimética, Toutain va más por una senda descreída e irónica, algo que fácilmente podría derivar en cinismo. Y con esta teoría eso puede resultar peligroso; nada más fácil para los enemigos de la libertad que reducir al hombre a la categoría de mono imitador.  

Juan de Mairena advertía a propósito del struggle-for-life darwiniano que “es lo que pasa siempre: se señala un hecho; después se le acepta como una fatalidad; al final se convierte en bandera”.

Hay que tener cuidado con los que quieran hacer una bandera de la teoría mimética. Puede justificar la despersonalización. Es fundamental usarla con responsabilidad.


                                                                                           este artículo apareció en Democresía





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