Si
hay una rama de la filosofía donde el idealismo alemán ha hecho estragos es la
Estética.
Ha llegado a mis manos La belleza de Roger Scruton. Reviso las bibliografías recomendadas para la asignatura de un par de Facultades de filosofía y no aparece. Aunque sí está en ambas como manual principal el libro del señor pesado que me dio clase hace años, acompañado por otros textos postmodernos insufribles y algún que otro marxista ininteligible. De hecho, con tal panorama, que Scruton no aparezca referenciado empieza a parecerme buena señal.
En
efecto, La belleza es una pequeña maravilla. Breve, no demasiado
profundo, explica bien lo que se propone transmitir. Aunque lógicamente no termina de
acuñar una definición que podamos citar a discreción, tras leerlo terminamos
teniendo una idea de lo que significa la belleza, o sea, terminamos atesorando
nociones de estética.
Roger
Scruton, que falleció hace poco, era un filósofo próximo al partido conservador
británico. No he leído nada más de él, pero este libro invita a corregir esa
carencia. Es agradable tratar con alguien que no considera que el mundo es un
basurero que no está su altura intelectual. No anhela incendios y el fin del
Occidente, más bien parece un tipo feliz, enamorado de las cosas hermosas y
bien hechas, a las que quiere salvar para las generaciones venideras.
Aunque
evita las confrontaciones y no hostiliza a nadie en sus páginas, es evidente
que Scruton toma partido en la lucha política (o sea, estética) de nuestro
tiempo. Frente al arte nihilista, hegemónico en las últimas décadas, que busca
epatar al espectador y deconstruir el canon artístico occidental, hay una
defensa de la belleza como categoría ontológica. La belleza para Scruton es una condición
metafísica, es la armonía con la existencia, o sea, es lo contrario al
resentimiento imperante. No es lo mismo lo que engrandece al ser humano que lo
que lo degrada, ni todas las creaciones artísticas merecen la misma valoración.
En estos tiempos de polarización y pandemias es grato leer a alguien descomplicado que solo quiere regocijarse “en la belleza mínima de una calle sin pretensiones”, leer buena poesía y ver películas de Bergman. Porque es cierto que satura el afán por crear vanguardismo antihumanista, las performances escatológicas, y la bilis política en todo punto donde emana cultura.
Uno a estas alturas ya solo quiere
tumbarse en un parque y escuchar a los pájaros cantar sin que alguien le vomite
postmodernidades.
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