26.10.24

Ética para máquinas

La filosofía se ha perdido en disquisiciones lingüísticas y en conceptualizar lo inobservable, o sea, se ha convertido en mera jerigonza autoreferencial. El star system de autores prestigiados es bastante insufrible y poco aporta ya al conocimiento de la realidad del mundo. Así, mientras tenemos computadoras que se comunican entre sí desarrollando un lenguaje propio e inaccesible a los humanos, en las facultades de filosofía lo que se considera prioritario es debatir sobre cuánto idealismo hay en la fenomenología de Husserl o si el último Foucault era un malvado neoliberal.

Sin embargo hay corrientes marginales en la academia (y que afortunadamente a veces tienen repercusión en los medios mayoritarios) que sí debaten temas cruciales.

Por ejemplo hay pensadores que reflexionan sobre la tecnología y aportan unas ideas de gran profundidad. Lo hacen, claro, saliendo del cul de sac intelectual que impuso el mediocre de Heidegger, con sus hilarantes chascarrillos en torno a un martillo, y prefieren dialogar con pensadores de más enjundia, como Lewis Mumford o Hans Jonas.

 

José Ignacio Latorre no es filósofo sino físico, y por lo tanto no pierde el tiempo con galimatías neoescolásticas. En Ética para máquinas dedica unas páginas a señalar las deficiencias de las leyes de la robótica de Isaac Asimov, pero ninguna en contestar a Heidegger.

(Hace bien. Sin duda Asimov es un autor mucho más importante que Heidegger.)

El libro de Latorre se aleja de la filosofía al uso también en su optimismo, o cuanto menos, su estoicismo. No se deja llevar por la monserga melodramática que dice que siempre vamos a mal y que la tecnología va a terminar con Skynet arrasando todo. Más bien es sensato, y busca lo bueno y lo malo de cada situación. Como dice en su libro: “Fue irrelevante el hecho de que a la gente de la primera mitad del siglo XX le gustase o no ver el primer coche por la calle”. Así que menos sermones y más pensar.

Ética para máquinas es un recorrido en cinco capítulos por la historia de la tecnología, su repercusión en la historia intelectual, y la inevitable llegada de la IA. Parece que nunca hemos tenido problemas con los aparatos más fuertes y rápidos que nosotros, los que levantan toneladas de hormigón o nos llevan velozmente de un sitio a otro, pero lo de tener ahora máquinas que son también más inteligentes que nosotros empieza a ser motivo de congojas y recelos. Aquí Latorre propone dotar a las máquinas de sentido ético, y sobre todo, que nosotros empecemos a pensarlas éticamente.

También recomienda la lectura de Julio Camba, que le parece “un tratado de ética mediterránea” y cuya ironía sobrevuela todo el libro. Éste es un pequeño hallazgo de Latorre y que una vez más demuestra la suerte que tiene de no ser filósofo: frente al postureo anti-tecnológico de los filósofos germánicos, propone encarar esto con un poco de levedad sureña a lo Camba.

 El libro abarca mucho y por supuesto no siempre puede ser profundo. Pero está todo en él; la evolución de la ética y su problematización de la tecnología, los nuevos sistemas productivos que incorporan inteligencias artificiales, la autonomía de éstas, y la acumulación de neologismos como representación de las nuevas realidades a las que se nos arroja cada día.

Hay referencias a la ciencia ficción y a la teoría de la Singularidad, por la que no apuesta ciegamente pero que tampoco rechaza escandalizado. 

El libro se cierra afirmando la imposibilidad de que las máquinas puedan tener alguna vez alma, pero no algo similar, un sucedáneo.

Y en el epílogo encontramos algunos de los manifiestos y protocolos que ya existen sobre roboética y desarrollo de inteligencias artificiales. Textos que hoy desconocemos, pero que seguramente en un siglo se encontrarán entre los grandes documentos de nuestra era.

 

Ética para máquinas es un libro recomendable; no hay duda. Pero es del año 2019 y los tiempos aceleran que es una barbaridad. Además está escrito antes del Covid, que fue el fin y el principio de muchas cosas. Hoy sabemos que lo de dotar de ética a la Inteligencia Artificial suena muy bien, pero antes hay que certificar que una cosa es la ética y otra la ideología. Hemos permitido que gente con mucho poder y mucho virus mental dote de ideología a las máquinas, con el consiguiente error por sesgo. La IA necesita ética, pero también realidad, sino se vuelve inoperante. Está muy bien que se la ilustre en el humanismo clásico para que entienda que lanzar una guerra nuclear preventiva contra la humanidad es mala cosa, pero si le pedimos que nos dibuje al Papa y nos regala la imagen de una mujer negra quiere decir que no es operativa. 

A Latorre le falta un segundo libro en el que desarrolle la ética que quiere injertar en la IA, una que sea coherente, realista y adulta. Lo último que necesitamos son máquinas que practiquen el postureo woke y la exhibición moral. Para eso ya tenemos a las celebridades de izquierda.

 

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