La filosofía se ha perdido en disquisiciones lingüísticas y en
conceptualizar lo inobservable, o sea, se ha convertido en mera jerigonza
autoreferencial. El star system de autores prestigiados es
bastante insufrible y poco aporta ya al conocimiento de la realidad del mundo.
Así, mientras tenemos computadoras que se comunican entre sí desarrollando un
lenguaje propio e inaccesible a los humanos, en las facultades de filosofía lo
que se considera prioritario es debatir sobre cuánto idealismo hay en la
fenomenología de Husserl o si el último Foucault era un malvado neoliberal.
Sin embargo hay corrientes
marginales en la academia (y que afortunadamente a veces tienen repercusión en
los medios mayoritarios) que sí debaten temas cruciales.
Por ejemplo
hay pensadores que reflexionan sobre la tecnología y aportan unas ideas de gran
profundidad. Lo hacen, claro, saliendo del cul de sac intelectual
que impuso el mediocre de Heidegger, con sus hilarantes chascarrillos en torno
a un martillo, y prefieren dialogar con pensadores de más enjundia, como Lewis
Mumford o Hans Jonas.
José Ignacio Latorre no es
filósofo sino físico, y por lo tanto no pierde el tiempo con galimatías
neoescolásticas. En Ética para máquinas dedica unas
páginas a señalar las deficiencias de las leyes de la robótica de Isaac Asimov,
pero ninguna en contestar a Heidegger.
(Hace bien. Sin duda Asimov es un
autor mucho más importante que Heidegger.)
El libro de Latorre se aleja de la
filosofía al uso también en su optimismo, o cuanto menos, su estoicismo. No se
deja llevar por la monserga melodramática que dice que siempre vamos a mal y
que la tecnología va a terminar con Skynet arrasando todo. Más bien es sensato,
y busca lo bueno y lo malo de cada situación. Como dice en su libro: “Fue
irrelevante el hecho de que a la gente de la primera mitad del siglo XX le
gustase o no ver el primer coche por la calle”. Así que menos sermones y más
pensar.
Ética para máquinas es un
recorrido en cinco capítulos por la historia de la tecnología, su repercusión
en la historia intelectual, y la inevitable llegada de la IA. Parece que nunca
hemos tenido problemas con los aparatos más fuertes y rápidos que nosotros, los
que levantan toneladas de hormigón o nos llevan velozmente de un sitio a otro,
pero lo de tener ahora máquinas que son también más inteligentes que nosotros
empieza a ser motivo de congojas y recelos. Aquí Latorre propone dotar a las
máquinas de sentido ético, y sobre todo, que nosotros empecemos a pensarlas
éticamente.
También recomienda la lectura de
Julio Camba, que le parece “un tratado de ética mediterránea” y cuya ironía
sobrevuela todo el libro. Éste es un pequeño hallazgo de Latorre y que una vez
más demuestra la suerte que tiene de no ser filósofo: frente al postureo
anti-tecnológico de los filósofos germánicos, propone encarar esto con un poco
de levedad sureña a lo Camba.
El libro abarca mucho y por
supuesto no siempre puede ser profundo. Pero está todo en él; la evolución de
la ética y su problematización de la tecnología, los nuevos sistemas
productivos que incorporan inteligencias artificiales, la autonomía de éstas, y
la acumulación de neologismos como representación de las nuevas realidades a las
que se nos arroja cada día.
Hay referencias a la ciencia
ficción y a la teoría de la Singularidad, por la que no apuesta ciegamente pero
que tampoco rechaza escandalizado.
El libro se cierra afirmando la
imposibilidad de que las máquinas puedan tener alguna vez alma, pero no algo
similar, un sucedáneo.
Y en el epílogo encontramos algunos
de los manifiestos y protocolos que ya existen sobre roboética y desarrollo de
inteligencias artificiales. Textos que hoy desconocemos, pero que seguramente
en un siglo se encontrarán entre los grandes documentos de nuestra era.
Ética para máquinas es un
libro recomendable; no hay duda. Pero es del año 2019 y los tiempos aceleran
que es una barbaridad. Además está escrito antes del Covid, que fue el fin y el
principio de muchas cosas. Hoy sabemos que lo de dotar de ética a la
Inteligencia Artificial suena muy bien, pero antes hay que certificar que una
cosa es la ética y otra la ideología. Hemos permitido que gente con mucho poder
y mucho virus mental dote de ideología a las máquinas, con el consiguiente
error por sesgo. La IA necesita ética, pero también realidad, sino se vuelve
inoperante. Está muy bien que se la ilustre en el humanismo clásico para que
entienda que lanzar una guerra nuclear preventiva contra la humanidad es mala
cosa, pero si le pedimos que nos dibuje al Papa y nos regala la imagen de una
mujer negra quiere decir que no es operativa.
A Latorre le falta un segundo libro
en el que desarrolle la ética que quiere injertar en la IA, una que sea
coherente, realista y adulta. Lo último que necesitamos son máquinas que
practiquen el postureo woke y la exhibición moral. Para eso ya tenemos a
las celebridades de izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario