Hace
años me embriagué de malditismo con las biografías que J. Benito Fernández
escribió sobre los poetas Leopoldo María Panero -El contorno del abismo-
y Eduardo Haro Ibars -Los pasos del caído-. Como ambos tuvieron vidas
entrelazadas los dos libros se complementan perfectamente, y nos dejan la
crónica de unas vidas supuestamente derrotadas por su tiempo y su país.
Pero
lo malo de releer lo que nos cautivó de jóvenes es que ahora que tenemos canas y
barriga, y rezumamos hipotecas, hijos y otras impertinencias por el estilo, ya
hemos agotado nuestra capacidad de fascinación por los autoproclamados genios que
se inmolan por su arte, y lo que nos gusta es la gente confiable y que da la
tabarra lo menos posible.
He
terminado renqueante la relectura del primero, el de Panero, porque no me gusta dejar los
libros a la mitad, pero han sido unos días de recorrer con mueca de desagrado
el periplo vital de un señor que no me ha interesado ni lo más mínimo (con todo
mi respeto hacia él, que ya mora en el barrio de los acostados).
El de Haro
Ibars ni siquiera voy a empezarlo, para evitar tener que leerlo también
completo a regañadientes.
De
entrada Panero es un señorito, como casi todos los de su especie; uno de esos que
se dan a la vida bohemia a costa de la alcancía familiar. No trabajan pero
sufren mucho porque nadie les entiende (en general, imagino, quien tiene que ir
a trabajar no entiende a quién nunca madruga y aun así se queja de lo dura que
es la vida).
Sus
lamentos aparentemente suelen ser por motivos políticos o sociales; o sea, que estos
tipos se creen demasiado buenos para su circunstancia.
Panero por lo menos sí
militó y estuvo en la cárcel, que ya es más de lo que se puede decir de muchos
de sus pares. Pero tampoco creo que eso le dé derecho a lucir el cómodo título
de antihéroe, que es un título ya muy cansino en la modernidad, con todos estos
que van de vencidos sin haberse presentado nunca en la batalla.
En este mundo se
puede ser muchas cosas, pero nunca un
pesado, y todos estos lloricas que se regodean en la pureza de su fracaso son
muy pesados, siempre mirando por encima del hombro a los ingenieros que
construyen puentes, o a los camareros que cumplen con profesionalidad, o al
escritor que vende los derechos de su novela a Hollywood
Aquí sobrevuela mucho
el tema del “desencanto”, por la película de Jaime Chavarri, magnífica claro,
pero cuya lectura política se convirtió en un lugar común estúpido y pequeño
burgués. Creo que era Julián Marías el que hablaba de lo ridículo que era estar
desencantado por la Transición ¡ya en 1976!, que es cuando se estrenó la
película ¿Desencanto de qué?¡Si todavía no ha dado tiempo a desencantarse!
Sucedían cosas admirables entonces; el país resurgía, pero estas “almas bellas”
se lamentaban de que no hubiera habido una ruptura radical. ¿Ambicionaban acaso
colocar a España en la órbita soviética? ¿Querían una tercera república contra
la que se hubiera revuelto más de medio país?
Otra de las cosas que
me repelen son las listas de autores reverenciados por Panero, que aquí se
presentan como prontuario de sofisticación. Por supuesto postestructuralismo
francés y mucho Lacan. Toda esa generación se creyó la hostia en vinagre porque
leían a gabachos rimbombantes, impostores intelectuales todos que ya han sido
reducidos al ridículo por estudios posteriores, pero que el intelectual
español, tan pueblerino él, sigue idolatrando.
La anécdota que se
cuenta en la pág. 222 de Panero visitando a Félix Guattari en su casa es
patética: el poeta subió con una bolsa con basura que había estado recogiendo
antes y, tras pontificar sobre el “socio-análisis bio-energético y la anorexia
manicomial”, se la dejó al detrás de unas cortinas de la habitación. Guattari
quedó, según parece, maravillado (Y este señor es uno de los grandes filósofos
de nuestro tiempo).
Seguramente no era el
momento de releer El contorno del abismo, que es un libro muy bien
escrito y que tiene algo de biografía definitiva, pero desde luego pasada la
juventud uno no está para leer sobre gente que en la vida real no soportaría.
Agota el biografiado, Panero, y agota lo tópico de su personaje, el del hombre
de letras nihilista que nada aporta, y que no sabe hacer más que escupir
reproches y lucir sus eczemas.
Cada día queremos más a
los escritores sin biografía.
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