28.5.23

Zonas Temporalmente Autónomas

Hakim Bey, que en turco quiere decir “señor juez”, es el seudónimo del recientemente fallecido Peter Lamborn Wilson, un anarquista y sufí norteamericano que nació en 1945, y al que debemos algunos de los textos más influyentes del underground cultural de las últimas décadas. De su extensa obra sólo circulaban en nuestro idioma, dispersos y en ediciones marginales, Caos, Inmediatismo y Zonas temporalmente autónomas. Recientemente la editorial Enclave de libros ha decidido reeditarlos juntos en un cuidado volumen. Apadrina el invento Servando Rocha, habitual rescatador de este tipo de rarezas.

T.A.Z., título general del volumen y que es el acrónimo inglés de las Zonas Temporalmente Autónomas, es una exposición de doscientas cuarenta y seis páginas del “anarquismo ontológico” que defiende Bey, y que se encuadra, como todo lo que huele a pólvora, en lo que se ha venido a llamar “anarquismo postizquierda”, esa corriente de pensamiento estadounidense que quiere un anarquismo autónomo y emancipado del izquierdismo actual, al que acusan de haber descarrilado en políticas identitarias y colectivistas.

El santo patrón del movimiento es Max Stirner, filósofo alemán del siglo XIX y autor del imprescindible El único y su propiedad. También los situacionistas, el grupo artístico-político francés de los años sesenta que quería desvelar el envés del Espectáculo, inspiran a los de la post-left anarchy. Ambas referencias son permanentes en T.A.Z., donde también encontramos influjos del ciberpunk, de Ivan Illich y de la mística oriental.

La primera parte de esta edición es “Caos. Los pasquines del anarquismo ontológico”, un conjunto de textos en los que Bey propone un terrorismo poético vinculado al Teatro de la Crueldad, y en el que defiende que pequeños grupos de militantes se dediquen al sabotaje del arte y a crear un leve caos en el mundo. Como es costumbre en Bey, no se limita a lanzar cómodos anatemas grandilocuentes, sino que pone ejemplos de lo que se podría hacer (por ejemplo, algo tan nimio como colocar por la noche un tótem desconcertante en un parque público, aun sabiendo que las autoridades municipales lo quitarán pronto).

En “Zona temporalmente autónoma”, el núcleo del libro y el que mayor repercusión ha tenido, propone un momento de libertad en el que un grupo de personas toman el control de un espacio determinado, realizan una actividad emancipadora y desaparecen antes de que agentes estatales puedan localizarlos, para reaparecer sorpresivamente en otro lugar y repetir la jugada. Para ello crearán rutas secretas, descubrirán nuevas geografías, y sobre todo tendrán que estar siempre moviéndose (y viviendo) con intensidad.

Los antecedentes históricos que encuentra Bey, entre otros, son las utopías piratas que existieron en el Caribe, la orden de los assassins medieval que se desvanecía en el desierto, la gran desaparición de pioneros puritanos rumbo al enigmático “Croatan”, los viajes psicoactivos (Bey estuvo en la órbita de Timothy Leary) o la república de artistas y bohemios varios que acaudilló D´Annunzio en Trieste al acabar la I Guerra Mundial.

En cuanto a la fuente de inspiración intelectual de más peso, Bey cita a Bruce Sterling y su libro Islas en la red, una novela de ciencia-ficción de 1986 donde se predice que un nuevo sistema de comunicaciones llamado la Red (en efecto, llamamos así a Internet por esta novela) cubrirá el globo y debilitará a los Estados-nación, ya que con ella habrá una explosión de subjetividades, y cada uno querrá juntarse virtualmente con sus grupos afines, y no con sus vecinos reales, por muy compatriotas que sean. El control de datos será el nuevo motivo de guerras y actos de terrorismo digital, y la información valdrá tanto como el oro y las corporaciones matarán por ella.

Nada de esto es baladí si queremos entender por qué T.A.Z. se ha considerado el manifiesto político de los hackers. Se publicó en 1991, con internet casi sin desarrollo, pero tanto si Bey ya lo tenía en mente, o si fue de chiripa por basarse en Sterling, lo cierto es que se puede leer hoy como un panfleto viral: Bey habla de redes clandestinas a las que llama “web”, por debajo de la “net” oficial, en la que los traficantes de datos se mueven como nuevos piratas.

En nuestra opinión, sin embargo, lo más potente de las TAZ es su contenido mítico y aun religioso. Hay mucha potencia estética en su propuesta. Los lugares de liberación que se crean y desaparecen, esa aspiración tan improbable y tan real a la vez, puede movilizar a la gente sin enajenarla en un proyecto colectivista, como sí hacen los partidos comunistas y sus epígonos identitarios. El TAZ es “una unión de egoístas” stirneanos que se constituyen en armada bucanera para perderse en el horizonte antes de ser apresados. Buscan en el pasado a sus propios héroes, y eligen a sus próceres, lo que suena a crear una historia propia; quieren ser autónomos también en eso, en la construcción de su propio relato fundacional.

En cuanto a lo religioso, Bey es sufí y está ducho en misticismos. Hay algo sagrado en su causa y abundan las citas a textos orientales. Bey propone un “anarcotaoísmo” y un culto llamado discordianismo que venera al caos. Pero en general hay una vitalidad en las TAZ que solo puede dar lo numinoso y que cuando aparece hace que los gobiernos pierdan poder. Opone lo sagrado al Estado. 

También es relevante que cuando se trata de financiar a las TAZ considere viable una alianza si “entre la energía que los izquierdistas ponen en las manifas y la que los libertarios ponen en jugar a fútiles jueguecitos de terceros (…) redirigiéramos todo ese poder a la construcción de una verdadera economía subterránea”. Las TAZ no son anarcocapitalistas, pero podrían convivir con los mercados negros que estos promulgan. Desde luego ahí tendrían más futuro que en una perfecta socialdemocracia estatista.

“Inmediatismo” cierra el libro. Son artículos en los que se enfatiza en la autonomía de las gentes frente al poder. Las personas hacen cosas, nadie las hace por ellas. Individualmente o en grupo evitan las mediaciones externas y producen por sí mismas. No visitan museos, sí hacen arte.

La comunidad inmediatista es una “hermandad festiva”. Intenta recuperar ese momento transformador que todos hemos sentido en la subversión de una fiesta exitosa y trata de guiarse por ello. Convierte los almuerzos en una oportunidad de trabajo cooperativo. Bey pone como ejemplo la antigua costumbre estadounidense de reunirse para tejer colchas en grupo, que es un momento excelente para poder hablar y poner las inquietudes en común.

El inmediatismo se vincula con los Tong, otra de las propuestas de Bey. Las antiguas sociedades secretas chinas serían el modelo de estos grupos nómadas bien articulados. Se distancian del asamblearismo en que son restrictivos. Si aceptan a todo el mundo se echan a perder: “Muchas organizaciones de corte no autoritario se fundaron sobre el dudoso principio de la militancia abierta, lo que lleva con frecuencia a un mayor predominio de gilipollas, patanes, aguafiestas, neuróticos quejicas y agentes de policía. Si un Tong se organiza en torno a un centro de interés específico (especialmente un centro de interés ilegal, arriesgado o marginal), claro está que tiene derecho a componerse de acuerdo con el principio de grupo de afinidad”.

Los Tong y el inmediatismo no buscan el poder, ni transformar la totalidad. Quieren ser libres por sí mismos y que les dejen en paz. Parece un buen refugio en estos tiempos en los que el Estado ya es un biopoder que se mete en todos los resquicios de nuestras vidas.

El T.A.Z. de Enclave de libros es en suma una oportunidad de tener unos textos inagotables. Sólo queda esperar a que se animen a traducir más del gran Hakim Bey. Tal vez dependerá de lo que suceda en los próximos meses. 


Queda por explorar la opción de las Zonas Permanentemente Autónomas, que Bey sólo menciona.

Vivimos tiempos de democracia agregativa, no deliberativa. Ya no hay una plaza común en la que todos podemos opinar en igualdad de condiciones. Ahora estamos ante un poder que se erige como portaestandarte del Bien y sólo autoriza a formar parte de la democracia a quienes le secunden. Hartos de ser considerados ciudadanos de segunda, muchos malvados ciudadanos pueden optar por buscar una salida.

Hemos visto que T.A.Z. es el libro de cabecera de los hackers. La salida puede ser virtual, sería lo lógico. Cuantos más controles políticos haya en internet, más resquicios se buscarán para crear nuevas islas pirata cada vez más remotas, seguras y fuertes en la dark web.

O la salida puede ser de los avatares físicos en el mundo real. No es descartable que el precio de la vivienda y la descomposición cultural lleven a muchas personas a hacerse fuertes en “comunidades morales” como las que propone Alasdair MacIntyre, y que son Zonas Permanentemente Autónomas pero con un nombre menos dinamitero.

Con casas prefabricadas y con los recursos tecnológicos actuales no sería inviable que proliferaran estas zonas en regiones alejadas de las grandes ciudades. Instaurarían leyes locales, y sin estridencias ni declaraciones solemnes para no llamar la atención, revocarían gradualmente la autoridad estatal. Entonces los amos del Cotarro se verían en la tesitura de forzar la obediencia violentamente, aceptando el riesgo de provocar insurrecciones solidarias en otros territorios. O también podrían fingir que no pasa nada, y llegar a ese punto conocido en que unos pretenden que mandan y otros pretenden que obedecen.

La segunda posibilidad parece más razonable. Sería el equivalente a los últimos años del Imperio Romano, en el que muchas provincias y feudos simulaban ser leales pero ya iban por libre; la autoridad imperial era una mera formalidad. Era una decadencia explícita, los tiempos previos a la liquidación final de existencias.         




No hay comentarios: