Hakim Bey, que en turco quiere decir “señor juez”, es el seudónimo del recientemente fallecido Peter Lamborn Wilson, un anarquista y sufí norteamericano que nació en 1945, y al que debemos algunos de los textos más influyentes del underground cultural de las últimas décadas. De su extensa obra sólo circulaban en nuestro idioma, dispersos y en ediciones marginales, Caos, Inmediatismo y Zonas temporalmente autónomas. Recientemente la editorial Enclave de libros ha decidido reeditarlos juntos en un cuidado volumen. Apadrina el invento Servando Rocha, habitual rescatador de este tipo de rarezas.
T.A.Z., título general del volumen y que es el acrónimo inglés de las Zonas Temporalmente Autónomas, es una exposición de doscientas cuarenta y seis páginas del “anarquismo ontológico” que defiende Bey, y que se encuadra, como todo lo que huele a pólvora, en lo que se ha venido a llamar “anarquismo postizquierda”, esa corriente de pensamiento estadounidense que quiere un anarquismo autónomo y emancipado del izquierdismo actual, al que acusan de haber descarrilado en políticas identitarias y colectivistas.
El santo patrón del movimiento es Max Stirner, filósofo alemán del siglo XIX y autor del imprescindible El único y su propiedad. También los situacionistas, el grupo artístico-político francés de los años sesenta que quería desvelar el envés del Espectáculo, inspiran a los de la post-left anarchy. Ambas referencias son permanentes en T.A.Z., donde también encontramos influjos del ciberpunk, de Ivan Illich y de la mística oriental.
La primera parte de esta
edición es “Caos. Los pasquines del anarquismo ontológico”, un conjunto de
textos en los que Bey propone un terrorismo poético vinculado al Teatro de la
Crueldad, y en el que defiende que pequeños grupos de militantes se dediquen al
sabotaje del arte y a crear un leve caos en el mundo. Como es costumbre en Bey,
no se limita a lanzar cómodos anatemas grandilocuentes, sino que pone ejemplos
de lo que se podría hacer (por ejemplo, algo tan nimio como colocar por la
noche un tótem desconcertante en un parque público, aun sabiendo que las
autoridades municipales lo quitarán pronto).
En “Zona temporalmente
autónoma”, el núcleo del libro y el que mayor repercusión ha tenido, propone un
momento de libertad en el que un grupo de personas toman el control de un
espacio determinado, realizan una actividad emancipadora y desaparecen antes de
que agentes estatales puedan localizarlos, para reaparecer sorpresivamente en otro lugar
y repetir la jugada. Para ello crearán rutas secretas, descubrirán nuevas
geografías, y sobre todo tendrán que estar siempre moviéndose (y viviendo) con
intensidad.
Los antecedentes históricos
que encuentra Bey, entre otros, son las utopías piratas que existieron en el
Caribe, la orden de los assassins medieval que se desvanecía en el
desierto, la gran desaparición de pioneros puritanos rumbo al enigmático
“Croatan”, los viajes psicoactivos (Bey estuvo en la órbita de Timothy Leary) o
la república de artistas y bohemios varios que acaudilló D´Annunzio en Trieste
al acabar la I Guerra Mundial.
En cuanto a la fuente de
inspiración intelectual de más peso, Bey cita a Bruce Sterling y su libro Islas
en la red, una novela de ciencia-ficción de 1986 donde se predice que un
nuevo sistema de comunicaciones llamado la Red (en efecto, llamamos así a
Internet por esta novela) cubrirá el globo y debilitará a los Estados-nación, ya
que con ella habrá una explosión de subjetividades, y cada uno querrá juntarse
virtualmente con sus grupos afines, y no con sus vecinos reales, por muy
compatriotas que sean. El control de datos será el nuevo motivo de guerras y
actos de terrorismo digital, y la información valdrá tanto como el oro y las
corporaciones matarán por ella.
Nada de esto es baladí si
queremos entender por qué T.A.Z. se ha considerado el manifiesto político de
los hackers. Se publicó en 1991, con internet casi sin desarrollo, pero tanto
si Bey ya lo tenía en mente, o si fue de chiripa por basarse en Sterling, lo
cierto es que se puede leer hoy como un panfleto viral: Bey habla de redes
clandestinas a las que llama “web”, por debajo de la “net” oficial, en la que
los traficantes de datos se mueven como nuevos piratas.
En nuestra opinión, sin
embargo, lo más potente de las TAZ es su contenido mítico y aun religioso. Hay
mucha potencia estética en su propuesta. Los lugares de liberación que se crean
y desaparecen, esa aspiración tan improbable y tan real a la vez, puede
movilizar a la gente sin enajenarla en un proyecto colectivista, como sí hacen los
partidos comunistas y sus epígonos identitarios. El TAZ es “una unión de egoístas”
stirneanos que se constituyen en armada bucanera para perderse en el horizonte
antes de ser apresados. Buscan en el pasado a sus propios héroes, y eligen a sus
próceres, lo que suena a crear una historia propia; quieren ser autónomos
también en eso, en la construcción de su propio relato fundacional.
En cuanto a lo religioso, Bey
es sufí y está ducho en misticismos. Hay algo sagrado en su causa y abundan las
citas a textos orientales. Bey propone un “anarcotaoísmo” y un culto llamado discordianismo
que venera al caos. Pero en general hay una vitalidad en las TAZ que solo puede
dar lo numinoso y que cuando aparece hace que los gobiernos pierdan poder. Opone lo
sagrado al Estado.
También es relevante que cuando se trata de financiar a las TAZ considere viable una alianza si “entre la energía que los izquierdistas ponen en las manifas y la que los libertarios ponen en jugar a fútiles jueguecitos de terceros (…) redirigiéramos todo ese poder a la construcción de una verdadera economía subterránea”. Las TAZ no son anarcocapitalistas, pero podrían convivir con los mercados negros que estos promulgan. Desde luego ahí tendrían más futuro que en una perfecta socialdemocracia estatista.
“Inmediatismo” cierra el
libro. Son artículos en los que se enfatiza en la autonomía de las gentes
frente al poder. Las personas hacen cosas, nadie las hace por ellas.
Individualmente o en grupo evitan las mediaciones externas y producen por sí
mismas. No visitan museos, sí hacen arte.
La comunidad inmediatista es
una “hermandad festiva”. Intenta recuperar ese momento transformador que todos
hemos sentido en la subversión de una fiesta exitosa y trata de guiarse por
ello. Convierte los almuerzos en una oportunidad de trabajo cooperativo. Bey
pone como ejemplo la antigua costumbre estadounidense de reunirse para tejer
colchas en grupo, que es un momento excelente para poder hablar y poner las
inquietudes en común.
El inmediatismo se vincula con
los Tong, otra de las propuestas de Bey. Las antiguas sociedades secretas
chinas serían el modelo de estos grupos nómadas bien articulados. Se distancian
del asamblearismo en que son restrictivos. Si aceptan a todo el mundo se echan
a perder: “Muchas organizaciones de corte no autoritario se fundaron sobre el
dudoso principio de la militancia abierta, lo que lleva con frecuencia a un
mayor predominio de gilipollas, patanes, aguafiestas, neuróticos quejicas y
agentes de policía. Si un Tong se organiza en torno a un centro de interés
específico (especialmente un centro de interés ilegal, arriesgado o marginal),
claro está que tiene derecho a componerse de acuerdo con el principio de grupo
de afinidad”.
Los Tong y el inmediatismo no
buscan el poder, ni transformar la totalidad. Quieren ser libres por sí mismos
y que les dejen en paz. Parece un buen refugio en estos tiempos en los que el
Estado ya es un biopoder que se mete en todos los resquicios de nuestras vidas.
El T.A.Z. de Enclave de libros es en suma una oportunidad de tener unos textos inagotables. Sólo queda esperar a que se animen a traducir más del gran Hakim Bey. Tal vez dependerá de lo que suceda en los próximos meses.
Queda por explorar la opción de las Zonas
Permanentemente Autónomas, que Bey sólo menciona.
Vivimos tiempos de democracia
agregativa, no deliberativa. Ya no hay una plaza común en la que todos podemos opinar
en igualdad de condiciones. Ahora estamos ante un poder que se erige como portaestandarte
del Bien y sólo autoriza a formar parte de la democracia a
quienes le secunden. Hartos de ser
considerados ciudadanos de segunda, muchos malvados ciudadanos pueden optar por buscar una
salida.
Hemos visto que T.A.Z. es el libro
de cabecera de los hackers. La salida puede ser virtual, sería lo lógico. Cuantos
más controles políticos haya en internet, más resquicios se buscarán para crear nuevas
islas pirata cada vez más remotas, seguras y fuertes en la dark web.
O la salida puede ser de los avatares
físicos en el mundo real. No es descartable que el precio de la vivienda y la
descomposición cultural lleven a muchas personas a hacerse fuertes en “comunidades
morales” como las que propone Alasdair MacIntyre, y que son Zonas Permanentemente Autónomas pero con un
nombre menos dinamitero.
Con casas prefabricadas y con los recursos
tecnológicos actuales no sería inviable que proliferaran estas zonas en regiones alejadas
de las grandes ciudades. Instaurarían leyes locales, y sin estridencias ni declaraciones solemnes para no llamar la
atención, revocarían gradualmente la autoridad estatal. Entonces los amos del
Cotarro se verían en la tesitura de forzar la obediencia violentamente, aceptando
el riesgo de provocar insurrecciones solidarias en otros territorios. O también podrían fingir que no pasa nada, y llegar a ese punto conocido en que unos
pretenden que mandan y otros pretenden que obedecen.
La segunda posibilidad parece más
razonable. Sería el equivalente a los últimos años del Imperio Romano, en el
que muchas provincias y feudos simulaban ser leales pero ya iban por libre; la
autoridad imperial era una mera formalidad. Era una decadencia explícita, los tiempos previos a la
liquidación final de existencias.
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