14.12.24

Manuel García Viñó, malbaratado


El escritor Manuel García Viñó (1928-2013) adquirió cierta notoriedad mediática cuando propinó un puñetazo al también escritor Vicente Molina Foix tras un acalorado debate en el programa Negro sobre blanco. Como suele ocurrir en estos casos, la anécdota caricaturiza al personaje, y para muchos, Viñó es solo el hombre del puñetazo, en detrimento de una obra que, más allá del escándalo, tiene un interés indiscutible.

Autor de más de cincuenta libros, García Viñó lideró La Fiera Literaria, una publicación itinerante que desmantelaba sin piedad a los grandes nombres de la novela española contemporánea. Sin embargo, ni él es hoy especialmente valorado ni La Fiera le ha sobrevivido; su legado ha quedado reducido a una web perdida en el ciberespacio. Este silencio tiene explicaciones obvias en lo político y lo económico: alguien tan a contracorriente difícilmente tendría acceso a los grandes canales de difusión. Pero también es posible que su ineptitud social facilitara las cosas a sus adversarios.

De lo poco que he leído de su vasta producción, puedo decir que Teoría de la novela es un manual introductorio claro y divulgativo. Distingue entre relato, donde simplemente se cuentan hechos, y novela, que además de narrar, debe poseer un contenido intelectual, crear un mundo autónomo y regirse por sus propias reglas estéticas.

Otras de sus obras, El País: la cultura como negocio y La novela española desde 1939, son ataques frontales al canon literario español contemporáneo. En estos libros, García Viñó aplica lo que él llamaba "crítica acompasada", un método que, desde su perspectiva científica, consistía en desmenuzar los textos resaltando errores gramaticales y evidenciando su banalidad conceptual.

Para Viñó, un novelista debe poseer pensamiento—más o menos filosófico—y reflejarlo en su obra. Su modelo es Albert Camus, capaz de escribir tanto ficción como ensayo con la misma profundidad. Además, por supuesto, un novelista debe escribir bien: sin errores gramaticales ni razonamientos pueriles.

Desde estos principios, sus críticas a Almudena Grandes, Javier Marías, Antonio Muñoz Molina y otros son devastadoras. Viñó extrae páginas enteras de sus libros y las exhibe como prueba irrefutable de su mediocridad. Desmonta su prestigio, mostrando que son, en esencia, productos de mercadotecnia promovidos por el Grupo Prisa y sus filiales.

El problema es que el propio García Viñó resulta, en ocasiones, insoportable. Su tono es constantemente faltoso; llama a Javier Marías "retrasado mental", por ejemplo, lo cual es gratuito y contraproducente. Un análisis igual de implacable, pero más respetuoso, habría sido más efectivo. Es ingrato leer cientos de páginas de desprecio permanente, por mucho que la razón le asista.

Más allá de la demolición, García Viñó también hizo un esfuerzo por rescatar autores olvidados. Gracias a él descubrí a Eduardo Tijeras, Andrés Bosch y Miguel Espinosa, entre otros novelistas a los que sin su mediación quizá nunca habría llegado. Su trabajo sugiere que podría escribirse un canon alternativo de la literatura española del siglo XX sin perder calidad—o incluso superando al oficial—pero que permanece injustamente relegado.

Tiene razón al indignarse porque hay escritores sublimes condenados al olvido mientras otros, mediocres, acaparan premios y ventas. Pero la pierde cuando escribe como un histérico ulceroso.

Estamos ante un autor que podría haber dejado un legado importante, con discípulos que revitalizaran La Fiera Literaria, pero algo le impidió construir una corriente de influencia duradera. Los de la "inmensa minoría" deberíamos estar ahora comentando sus aportaciones, redescubriendo escritores olvidados y demandando reediciones de los nuevos clásicos de la literatura española. Sin embargo, Viñó nunca buscó aliados ni moderó su discurso. Se quedó orgullosamente al margen.

Tal vez debería haber evitado ser la "alma bella" que denunciaba Hegel, eremita en su alta moralidad. Podría haber entrado en la universidad o haber impulsado a algún discípulo para abrir brecha. Podría haberse vinculado a alguna escuela de escritores o a un medio de comunicación valiente. Pero eligió el aislamiento. Y, desde luego, liarse a puñetazos en la televisión no fue la mejor estrategia.


Coda: sobre García Trevijano y su prólogo

El País: la cultura como negocio incluye un prólogo de Antonio García Trevijano, un personaje del que ya hablaremos. Parece que él y Viñó fueron amigos, seguramente hermanados por una incapacidad común para bajar el volumen del yo y construir proyectos con otros sin sentirse amenazados.

Coaligados, cada uno en su ámbito, podrían haber creado algo importante. Con un poco de mano izquierda, habrían reinado en alguna universidad o fundación.

El prólogo de Trevijano, sin embargo, es decepcionante. Se lamenta de que no haya un Balzac o un Stendhal de la Transición, lo cual es un anacronismo: sería extraño que en los años setenta alguien escribiera como en el XIX. Además, desconoce—o ignora deliberadamente—la rica literatura surgida en los márgenes durante ese periodo.

Más grave aún es su inclinación hispanófoba al afirmar que desde el siglo XVII no ha habido grandes pensadores españoles, justificándolo porque las bibliografías extranjeras no los mencionan. Dado que el texto es de 2006, asumimos que no conocía muchas de las investigaciones actuales que refutan esa idea.

En resumen, un prólogo flojo para un libro que, pese a su tono excesivo, tenía mucho que decir.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Histerico ulceroso le llamas en su madurez rabiosa, pero no envidioso.Que pena como bien dices,que la incontinencia se cargue la voz de los solitarios.Leo con gusto a Boch y a Tijeras, pero sinceramente no puedo con Espinosa, demasiado listo ,omnipresente y omnipotente.Entiendo el enfado cuando la doctrina le gana la mano a la curiosidad,a la ira o a la burla. Pero los iracundos de entonces les oi hablar en la mesa de al lado eran de un individualismo radical y algo elitista que les hacia correr el riesgo en el que se hundieron,el que tu citas, un endiosamiento sin fieles.