Antonio Escohotado cae bien porque su indiferencia hacia el canon progre es notoria. En sus libros, entrevistas y conferencias, defiende lo que cree que es la verdad sin importarle ser excluido de esa moralidad izquierdista que lo acapara todo, lo juzga todo y, finalmente, lo constriñe todo. A lo largo de su extensa vida ha estudiado y escrito sobre diversos ámbitos, como las drogas, la física y la economía, siempre desde una perspectiva más o menos libertaria. Es uno de los pocos intelectuales españoles inconfundibles: nadie dice lo mismo que él ni de la misma manera. Cualquier página suya es reconocible por su estilo y temática.
Todavía no existe un manual introductorio a su pensamiento, ni —que se sepa— una tesis doctoral de libre acceso en internet. Una pena. Si bien su obra es accesible para el lector medio, siempre es útil contar con la orientación de alguien docto que haya navegado más hondo en su pensamiento.
Escohotado tiene libros densos, como Realidad y sustancia, pero en general es bastante comprensible. Sin embargo, peca de un exceso de erudición. Su método de arrojar datos y más datos en sus grandes investigaciones, con la intención de que el lector saque sus propias conclusiones, aunque loable, a veces resulta desconcertante.
Sus libros de artículos y ensayos más breves son más ligeros que sus manuales. Precisamente, en la última antología de artículos suyos que ha aparecido, Frente al miedo, encontramos lo más parecido a una autobiografía intelectual y algunas entrevistas muy ilustrativas. En una de ellas, empareja dos de sus libros: Majestades, crímenes y víctimas (1987) y El espíritu de la comedia (1991). Ambos, nos dice, son una sociología del poder político: el primero, del poder legislativo; el segundo, del poder ejecutivo. Leídos ahora, sí pueden entenderse como complementarios y, en estos días de pandemia y postliberalismo, además, como un referente contra el colectivismo total que se nos anuncia.
Majestades, crímenes y víctimas es una selección de artículos de periódico y revistas científicas con cierta unidad temática. Es una crítica al derecho que esgrimen los Estados para inmiscuirse en la vida de los adultos. Hace un repaso histórico desde la aparición de las religiones y su paulatina sustitución por políticos y jueces como garantes de una moralidad militante que no es más que una sociología del terror, la cual persigue brujas o drogadictos indistintamente, siempre en busca del chivo expiatorio sobre el que sustentar su dominio.
Escohotado sostiene que no hay que reeducar al delincuente que no hace daño a nadie (salvo, quizá, a sí mismo), sino a la propia ley que se empeña en juzgar los llamados “crímenes sin víctimas”. A diferencia de los crímenes reales contra la vida o la propiedad, estos solo se manifiestan como escándalo para quien quiera escandalizarse. Pornografía, anticlericalismo y drogas son algunos ejemplos.
Sobre este último tema, Escohotado ha escrito mucho, y aquí es el eje central, pero con un enfoque en las consecuencias del prohibicionismo. Según él, este ha convertido el consumo de drogas en un campo de batalla para los gobiernos, generando un problema que antes no existía: la “era del sucedáneo”. Para Escohotado, las calamidades de las drogas no provienen de ellas mismas, sino de la adulteración por parte de las mafias. Nadie moría cuando se podían comprar legalmente en una farmacia.
El espíritu de la comedia ganó el premio Anagrama de ensayo en 1991. Se supone que fue concebido como una unidad, aunque tiene dos capítulos algo autónomos: uno dedicado a Carlos Castaneda y otro a Ernst Jünger, pensador alemán de gran influencia en Escohotado.
Este libro sigue la senda libertaria, pero centrándose en el poder ejecutivo. De hecho, emplea el término “casta” para referirse a la clase política, un concepto que después se popularizó enormemente. También analiza la faceta más represiva del Estado, con sus “traficantes de seguridad” y su proporción de “seis policías por cada delincuente” (delincuentes que, según él, crea la propia ley con la prohibición).
Escohotado insiste en que las sociedades mantienen su vitalidad mediante ciertos ritos autónomos y que, en realidad, suelen sostener un respeto hacia el otro y una convivencia saludable sin necesidad de intervención estatal. Más bien es el Estado quien introduce los desajustes y, desde su maquinaria propagandística, difunde su propia versión de Fuenteovejuna, en la que el vecino es el enemigo y solo la llegada del comisario restablece la paz.
Como en Majestades, cita con frecuencia a Thomas Jefferson, a quien ha estudiado en profundidad, y en general reivindica la Revolución Americana frente a la Francesa, al considerar que la primera es un ejemplo de virtud y descentralización del poder.
Los dos últimos capítulos, relegados al apéndice por ser más filosóficos, versan sobre Heidegger. Sin embargo, no son el trabalenguas habitual en estos casos y se entienden con facilidad. El segundo, además, aborda la crítica que Fernando Savater hace a Heidegger, con la claridad y falta de prejuicios que caracterizan a Savater.
Majestades, crímenes y víctimas y El espíritu de la comedia son dos libros complementarios que exponen una “filosofía de la libertad”, la etiqueta con la que Escohotado resume su obra. Leídos en tiempos de cuarentena y pandemia, con una casta política que sigue envenenando la convivencia desde sus medios propagandísticos, resultan más reales que la información televisiva. Llevamos cuatro semanas de estado de emergencia y la sociedad cumple: no hay incidentes y reina la concordia. El único que no ha cumplido es el Estado, que en su ineptitud solo puede enfrentarnos entre nosotros para garantizar su propia supervivencia.
1 comentario:
Enfrentarnos entre nosotros, la condena que azuza nuestra "casta" politica y en la que parecemos retozar a gusto.
Miedo de lo que va a significar eso de delitos de odio: ser juzgados por pensamientos y no por actos, un paso mas alla que la carga de la prueba.
El tema de las drogas y su uso, me trae a la cabeza como y con que naturalidad trasiegan opio los personajes de la novelas de Tolstoi, y como usaba la codeina mi abuelo que fue medico de la marina, para quitar el dolor a los marineros.
Los nuevos "malos" los hombres,hasta que demuestren lo contrario se les supone testosteronicos como se suponia tontas a las mujeres.
Personalidades frente a identidades tu propuesta a seguir
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