Antonio García-Trevijano (1927-2018) fue un pensador político y hombre de acción de suma importancia en el siglo XX español. Teórico republicano de gran profundidad, dejó una serie de obras y propuestas dignas de estudio, que trazan una alternativa para reconstruir el Estado y convertirlo en verdaderamente democrático, en lugar de la mera oligarquía de partidos que es ahora. No todo lo que escribió es de fácil lectura, pero esto se debe más a la complejidad conceptual que a una falta de pericia expositiva, ya que Trevijano era un buen escritor.
Entre sus libros destacan El Discurso de la República, una apuesta por una república constitucional que revierta el proceso de desintegración de España, con la idea de servidumbre voluntaria de Étienne de La Boétie como trasfondo. Es una obra legible y, sobre todo, convincente; sus argumentaciones y algunas de sus frases retumban en nuestra cabeza años después de haberla leído. Pasiones de servidumbre es una antología de artículos con un hilo conductor claro: el análisis de los males de la sociedad y las promesas de la libertad política, con las pasiones tratadas por Spinoza como guía. También es un libro accesible e iluminador. Frente a la gran mentira ha envejecido un poco en su comentario sobre la actualidad y requiere mayor esfuerzo por parte del lector, pero sigue siendo una obra fundamental, ya que denuncia la falacia de los partidos políticos y aboga por una profundización democrática. Por último, Teoría pura de la República es su obra definitiva: un libro estrictamente de teoría política en el que el lector profano puede perderse (yo, al menos, me pierdo), pero donde se vislumbra una estructura de pensamiento que podría servir de base teórica a quienes aspiren a refundar el Estado.
Aunque lo más relevante de su pensamiento es, en general, para politólogos avezados, hay aspectos generales que quedan claros. Por ejemplo, que la república estadounidense es más democrática que la francesa, que, para desgracia de Europa, ha sido el modelo predominante. Hace falta una república presidencialista y constitucional que, si el rey aceptara, podría tener expresión de reino (su pragmatismo aquí es admirable). El actual sistema electoral favorece la oligarquía partitocrática; sería preferible un sistema uninominal de pequeños distritos electorales, donde se vote a la persona y no al partido. El Tribunal Constitucional es un invento francés para que el gobierno se reserve la interpretación de la Constitución; habría que suprimirlo y dejar que sean los propios jueces quienes interpreten la carta magna, como en Estados Unidos. Para ello, por supuesto, es imperiosa la separación de poderes.
Cualquier cambio político no requiere, en realidad, de una mayoría numérica, sino de la movilización de un “tercio laocrático”, es decir, ese único tercio de la población que piensa y actúa.
El Estado tiene que garantizar la posibilidad de participar, pero no el contenido de esas participaciones. El trevijanismo regula las normas del juego, pero no impone cómo se juega; en ese sentido, se opone al Estado pastoral que describió Michel Foucault.
¿Por qué alguien de tal inteligencia y fertilidad teórica ha quedado tan oscurecido? Desde luego, la primera razón es obvia: el Cotarro ha querido matarlo socialmente, silenciándolo en los medios e implicándolo en mil escaramuzas alegales para destruir su imagen pública.
Pero, más allá de eso, su carácter personal no parece haber ayudado. En los vídeos que han quedado de él se le ve irascible, soberbio hasta la patología y con nulas habilidades sociales. Resulta (al menos a mí me lo parece) un tipo desagradable y tan egomaníaco que echaría a perder cualquier proyecto colectivo con sus salidas de tono. Llama la atención, por ejemplo, que no haya dejado un heredero de solvencia y carisma ni gente con la capacidad de desarrollar su legado, lo que nos lleva a pensar que no era bueno creando equipos ni estimulando a sus discípulos para que sacaran lo mejor de sí mismos.
Existe una asociación que aglutina a sus seguidores, el Movimiento Ciudadano hacia la República Constitucional (MCRC), pero, a pesar de contar con seiscientos socios (según Wikipedia), no parece que hagan mucho más allá de actualizar la web.
Es imperdonable que no haya ni un solo estudio introductorio a su obra, que sus libros principales no se reediten con más frecuencia o no circulen en PDF; que en ninguna facultad de Ciencias Políticas se estudien sus teorías; que no haya más periodistas y medios afines; o que ningún trevijanista sea un personaje más o menos público en tiempos de pluralidad mediática. Todo esto nos lleva a pensar que no es un movimiento muy “laocrático”, precisamente.
El riesgo de seguir al maestro de manera coránica también conlleva limitaciones. Como Trevijano no quería nada con los partidos políticos, el MCRC ha perdido la posibilidad de influir en corrientes internas de cualquier partido (obviamente, no podría hacerlo en ninguna línea oficial), pero tampoco en fundaciones culturales o elementos de la sociedad civil, como círculos empresariales o sindicales. Se supone que no aspiran al poder, sino a crear hegemonía, pero tampoco se ven avances en esa dirección.
Como es habitual, el legado intelectual se malbarata por el egotismo del prócer y la incompetencia de sus seguidores. Pero eso no significa que no podamos hacer uso de él. Las propuestas de Trevijano son pertinentes en estos tiempos constituyentes: démosles vida, aunque sea orillando a quienes tendrían que haberlas revitalizado hace ya tiempo.
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