El 14 de agosto de este año,
coincidiendo con el treinta aniversario de su muerte y según su última
voluntad, se abrirá una caja fuerte en Zurich donde están guardadas miles de
páginas nunca publicadas por el escritor Elias Canetti (1905-1994). Conoceremos
así el resto de la obra de este magnífico autor honrado con el Premio Nobel en
1981. Esta anécdota es
bastante diciente de la personalidad de Canetti. Nadie duda de su brillantez,
pero alguien que consideraba que hacían falta tres décadas para que la necia
humanidad pudiera acceder a sus palabras sin derrumbarse, no pecaba
precisamente de modesto. Esa autoimportancia transpira en sus libros, y los
hace a veces recargados y pretenciosos.
Pero dicho esto, una
vez señalado lo menos bueno, hay que decir que es toda una alegría que los
nueve volúmenes de su obra completa publicada hasta la fecha se puedan
conseguir fácilmente en una edición cuidada y económica en Debolsillo. Muchas veces este tipo
de autores suelen descatalogarse en seguida y convertirse en rarezas
prohibitivas en Amazon. Pero en este caso hemos tenido suerte y no hay que
dejarse la mensualidad en conseguir sus libros.
Como lógicamente
suele pasar, el interés de la obra completa es por otro lado irregular. El
noveno volumen, por ejemplo, es un cajón de sastre con sus artículos sobre
literatura y sus piezas de teatro, que para quien no posea un interés
específico en el tema o/y tenga afición a leer teatro, es más bien
prescindible. En el sexto se aglutinan Las voces de Marrakech y El
testigo oidor, libros en los que aplica su teoría de que a los hombres se
los conoce principalmente por lo que dicen, y que puede tener páginas bien
escritas, pero tampoco es recomendable entrar en el corpus canettiano por aquí.
Los volúmenes siete y ocho, dedicados a sus aforismos, también pueden dejarse
para el final, ya que están escritos como anotaciones a sus libros principales.
Los volúmenes más
sobresalientes, en nuestra opinión, son los cinco primeros de las obras
completas. Más El libro contra la muerte, del que hablaremos más
adelante y que está publicado independientemente pero también aparece en la misma
colección.
El primer volumen es
su opus, su gran obra, y por la que pasó a la posteridad, Masa y poder.
Canetti nació a principios de siglo en lo que hoy es Bulgaria en una familia
sefardita (el ladino fue su idioma materno), y su vida atravesó todos los
infiernos y tragedias del siglo XX europeo. Nunca quiso tener filiaciones ni
patrias, y toda su obra es una rebelión en nombre del individuo libre. Por
coherencia, dos de sus grandes obsesiones fueron el poder de unos hombres sobre
otros, que consideraba “la esencia de mal”, y la disolución del hombre en la
masa. Ambos temas tendrían que haberse quedado obsoletos con el cambio de
siglo, pero tristemente Masa y poder es un libro que nos ayuda a
entender el presente.
El poder es descrito
como una bestia paranoica que devora personas, que las trata como animales (el
abuso de los hombres sobre los animales es un espejo de la relación del poder
con los hombres), y que además es especialmente cruel con los que le son fieles
pero sobreviven demasiado tiempo (su análisis del “superviviente” que vuelve de
la batalla feliz por haber servido a su rey, pero su rey ve en él una amenaza
precisamente porque ha sobrevivido, podría trasladarse a cualquier empresa con
un jefe y varios empleados).
La parte de la masa,
que ve como un organismo vivo que nace, crece y muere, puede utilizarse para
ilustrar cualquier noticiero de la mañana. Canetti habla de masas abiertas y
cerradas, de masas de persecución y de huida, de los “cristales” que las
configuran y las descargas que finalmente las deshacen, y de muchas otras
variantes, como las masas de muertos que se cree que nos obligan a actuar (no
es vano, nos explica, la palabra “eslogan” viene del gaélico y significa
“gritos de los muertos”; los esloganes eran las exhortaciones que hacían los
guerreros caídos a los vivos para que fueran a combatir).
Es también muy aclaratorio
el largo capítulo que dedica a las “mutas” o jaurías, esos pequeños grupos, o
una especie de mini-masa de media docena de personas, que también funcionan
irracionalmente y que anticipan a la masa (aquí cualquiera de nosotros puede identificarse
cuando nos hemos visto haciendo el cafre entre amigos sin saber por qué lo
hacíamos, solo por no desentonar).
Canetti era
partidario de respaldar sus argumentos por fuentes primarias, así que cita
muchos textos antropológicos e históricos de desigual pertinencia. Pero sobre
todo, si hubiera prescindido del insoportable y grotesco capítulo de las
caracterizaciones nacionales, el libro hubiera sido mucho más logrado.
Aun con algún que otro fallo, Masa
y poder es un libro que podemos leer y releer en distintas etapas de
nuestra vida y siempre encontraremos algo revelador. Además consigue lo que
pocos libros pueden hacer, que empecemos a ver la realidad a través de ellos.
El segundo volumen es
una novela, Auto de fe, y demuestra que Canetti se tomó muy en serio lo
de la diversificación de estilos y temáticas. Cuenta la historia de un rentista
relamido llamado Kien, que vive para su biblioteca personal y que decide
contratar a una sirvienta analfabeta, con la que se acaba casando y que le
acaba echando de su propia casa. Se suceden escenas divertidas y otras tristes, para entrar en un último tercio plagado de momentos grotescos. Libro
entretenido a la par que profundo, parece increíble que sea del mismo autor de Masa
y poder.
Los tres siguientes
volúmenes (La lengua absuelta, La antorcha al oído, y El juego
de los ojos) corresponden a su trilogía autobiográfica, Historia de
una vida. Empiezan con su infancia en un multicultural Imperio Turco, en la
que se aglutinan nacionalidades e idiomas. Canetti, cuyo apellido es la
italianización de Cañete, vive en el barrio de los “españoles”, los sefarditas,
y pierde pronto a su padre. Su vida pasa girar en torno a su madre; pocas veces
un complejo de Edipo ha sido tratado con tanta nitidez como aquí. Luego se
marcha a Berlín y a Austria. En Viena conoce a Karl Kraus, el gran periodista, que
se convierte en una figura paternal para él, y contra la que por supuesto se
tendrá que rebelar. También se casa con Veza, que será fundamental en su vida.
La trilogía se cierra ya en el exilio parisino con la muerte de su madre en
1937, y en las puertas de la gran debacle europea.
El libro contra la muerte
Además del poder y la masa, el otro
gran horror, y que se relaciona con los dos primeros, es la muerte. La muerte
en sí, incluso la natural y plácida. La literatura de Canetti pasa por
distintas etapas, cultiva distintos géneros y habla de mil asuntos, pero a lo
que no concede respiro en todos sus libros es a las diatribas contra la finitud
humana. Es su sello personal. Que los seres humanos tengan que morir le parece
injustificable y en todos sus libros encontramos exclamaciones irritadas contra
esta fatalidad. De hecho quiso escribir un alegato contra la muerte, pero no lo
llegó a hacer en vida, y cuando murió sus editores hicieron una recapitulación
de sus textos sobre el tema. Reunieron en un solo libro todas las frases y
fragmentos de Canetti sobre la muerte, y salieron 384 páginas.
Así que El libro contra la muerte
no es propiamente de Canetti, o por lo menos el orden no es el suyo, pero es el
más recomendable de sus libros, creemos, junto a Masa y poder. Se trata
de textos breves, que no hace falta leer seguido, pero que desarman cualquier
reconciliación final, cualquier abrazo sonriente con el señor de la guadaña.
Por supuesto no ofrece soluciones, se limita a cruzarse de brazos y con gesto
colérico anuncia que no cuenten con él los de otros mundos y las otras
dimensiones, que él jamás aceptará dócilmente la muerte de ningún ser humano. Y
nosotros le secundamos.
Es sabido que en todas las religiones
y civilizaciones la muerte se consideraba como la culminación de la existencia,
y su presencia estaba normalizada en la vida colectiva. Con la Modernidad se
fue apartando de la vida cotidiana y hoy está totalmente “reprimida” en el
sentido freudiano. Ya ni siquiera es preciso el luto en los funerales, que se
tratan de banalizar como si fueran un evento social más.
Por eso las admoniciones de Canetti
resultan revitalizantes e inolvidables. Odia la muerte de cualquier persona, y
odia toda narrativa que la dulcifique u omita. No hay mucho que hacer ante el
fallecimiento de nuestros semejantes o el sabernos mortales, pero tampoco hay
que callarse. Él se cruza de brazos y
con gesto gruñón dice que no quiere morirse ni que se muera nadie. Y que todo
aquél que hable de líricos viajes finales o redentores reencuentros con
divinidades le parece un impresentable y un cobarde. No hay paz posible con la
expiración, aceptarla es perder la dignidad.
Toda la idea que subyace en las
páginas es un imposible: un mundo en que el ser humano no muera. La cuestión es
que la ciencia empieza a musitar que tal vez eso sea posible algún día.
Seguramente investigar cómo alargar la vida, o plantearse un futuro en que los
cuerpos caduquen pero las mentes se conecten a redes digitales planetarias para
ser eternas, es algo que a nuestro autor le hubiera gustado.
Las últimas páginas de El libro
se corresponden con la primera guerra del Golfo, que Canetti vivió con singular
amargura. Son demasiado circunstanciales y contradicen el tono del resto del
libro, pero resultan igualmente interesantes. No oculta que querría ver a Sadam
muerto, le parece un nuevo Hitler. Cree en la pena capital contra los asesinos
para salvar a la humanidad, en ejecutar a los criminales para que la diferencia
entre el bien y el mal, entre la culpabilidad y la inocencia, estén claras.
Terminemos con una cita de El libro
contra la muerte: “Vivir al menos el tiempo suficiente para conocer todas
las costumbres de los hombres y todo cuanto les ha sucedido; para recuperar
toda la vida pasada, ya que la venidera nos está vedada; para concentrarnos
antes de disolvernos; merecer nuestro propio nacimiento; considerar los
sacrificios que cada aliento cuesta a otros; no glorificar el sufrimiento
aunque vivamos de él; guardar para nosotros solamente lo que no podamos
transmitir a otros, hasta que madure para ellos y se entregue espontáneamente;
odiar la muerte de cualquiera tanto como la propia; en algún momento hacer las
paces con todos mas nunca con la muerte.”
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