“Autoficción”
es un término de esos que dan un poco de pereza. Ha sido utilizado hasta el
hartazgo y hoy ya es un poco material de kitsch. Así que podríamos buscar otro
más adecuado, pero como acatamos el mandato de Ockham de evitar la
multiplicación de los entes, vamos a ir tirando con él.
Sergio Blanco,
que es un autor teatral uruguayo-parisino, ha escrito Autoficción.
Una ingeniería del yo, un libro tan breve como un artículo largo, y que
es una reflexión sobre este subgénero. Tiene dos partes, una primera que es una
introducción más general, y una segunda que es un repaso a su propia obra, que
no conozco, para poner ejemplos de su concluyente Decálogo de un intento de
autoficción.
El neologismo
se lo debemos a Serge Doubrovsky, que lo acuñó para presentar su novela Fils,
y data de 1977. Pero el nombre solo corona una corriente de las escrituras del
yo que existe desde los griegos antiguos. Sócrates y el oráculo de Delfos ya
decían aquello de conócete a ti mismo. San Pablo funda la idea de que comprendiendo
la complejidad interior se podrá entender al otro, y San Agustín de que por la
introspección se llega a Dios. Santa Teresa en su Libro de la vida
querrá plasmar su personalidad sin omitir sus fallas, y Montaigne filosofa desde
el yo para interpretar el mundo. Luego vienen Rousseau, Stendhal, Rimbaud y Nietzsche,
que hacen sus respectivas aportaciones. Y para el siglo XX Freud pone en duda
que una autobiografía pueda ser sincera, ya que hay mil motivaciones desconocidas
y subterráneas, lo de alguna manera relativiza la supuesta honestidad de lo contado.
La autoficción
es de hecho un pacto con la mentira, que es lo que la separa de la
autobiografía, que es un pacto con la verdad. En la autobiografía esperamos que
no se nos mienta, pero la autoficción el compromiso es a no decir la verdad. O
sea, que desengañémonos, si algo caracteriza a la autoficción, nos asegura
Blanco es que “es una experiencia amoral”.
También se le podría
acusar de ser un ejercicio de egotismo, pero no lo es porque busca un camino hacia
los otros; miramos hacia adentro para llegar a los demás. Se escribe en primera
persona y se trabaja desde el yo, pero sin olvidar que el lector es otro yo, y
por ello así tendemos puentes con él.
La clave es el
cruce entre lo real y lo no real. La autoficción es una intersección entre ambos
conceptos límite; no es ni una cosa ni la otra. Puede haber irrealidad dentro
de un marco general real, actual e inmanente. Aunque no es posible, desde
luego, este tipo de narrativa en el mundo de Star Wars o en forma de novela
histórica; ya que el contexto sí tiene que ser realmente vivenciado por el autor.
Lo que no
quiere decir que reflejar la circunstancia sea lo fundamental. Prima el autoanálisis.
La influencia del psicoanálisis es más que evidente. Por eso hay una
retrospección permanente, se busca entender el pasado propio. Y como se repite un
par de veces en el libro, hay que “convertir el trauma en trama”.
(Sergio Blanco
incluye la inevitable diatriba contra el neoliberalismo, que no se sabe ya muy
bien qué es eso, y dice que éste nos fomenta una desubjetivación, y que por eso
la autoficción es una forma de resistencia, porque reivindica la subjetividad.
En mi opinión subjetividad es precisamente lo que se nos impone a diestro y
siniestro, y lo que debemos aspirar es hacia una conciencia objetiva -subrayo
lo de “aspirar”-. Ya tenemos bastante gente alrededor mirándose el ombligo. Hay
que tener mundo interior, pero también mundo exterior, que es más importante.
La autoficción no puede convertirse en un decir lo que me da la gana; no es una
red social más).
La segunda parte
del libro es la plasmación del decálogo. Es breve, con demasiadas incursiones es
su obra, que como ya he dicho no conozco, y por ello es difícil ver claramente lo
que quiere decir. No llega a tener formato de manifiesto estético a la antigua
usanza, pero podría hacer las veces de ello.
Por seguir con
la tradición bíblica, los mandamientos son diez: 1) la autoficción es una conversión,
ya que el yo cambia desde el principio y el final, lo que es un poco falso, porque
nadie se autotransforma así de claramente, pero es una exigencia del subgénero;
2) esto lo convierte en una traición al verdadero yo, que sobre todo al
final de la historia ya no tiene nada que ver con el autotransformado yo de la
autoficción; 3) vive de la evocación continua del pasado para su
autoanálisis; 4) tiene mucho de confesión, favorece lo indecible, el
desahogo; 5) multiplica los yoes, se inventa muchos otros yo; 6) suspende
el pasado real, reconstruye lo sucedido según sus intereses presentes; 7) eleva
al yo a la categoría de héroe, lo que implica reconocer el fracaso de una
existencia real poco heroica; 8) y al tiempo degrada al yo para sacar de
él lo peor del ser humano; 9) con el objetivo de lograr expiación, ya que
el yo se abre en canal para sus lectores; y 10) y al final llegaría una sanación
del yo tras todo el proceso.
Autoficción.
Una ingeniería del yo es un libro de ensayo o
teoría literaria, que con cierta coherencia está escrito con transparencia y sin
recovecos, como tiene que hacerse la autoficción para ser comprendida. Por ello
es grato, porque podemos dialogar con él, ver donde discrepamos y dónde queremos seguirlo a pies juntillas.
1 comentario:
Que curioso todo lo que cuentas del decalogo, menos la expiacion que se cambia por algo para mi mucho mas sano: reconocimiento de automatismos que nos actuan y de sus origenes :traumaticos o excesivos para nuestra capacidad, se parece al proceso del psicodrama y supongo que de otros procesos creativos o curativos por los que se va uno conociendo y se va intentado rectificar un poco.
La relacion entre nuestro equilibrio objetivo/subjetivo que complicada y como va cambiando a lo largo de nuestra vida, al menos en mi caso que me dedico a lo subjetivo y veo constantemente como se inserta en lo objetivo
Publicar un comentario