Hay escritores amables, accesibles, que son una lectura fácil para el metro o la sala de espera del dentista. Los leemos con gozo y nos distraen, pero raramente volvemos a ellos; no nos han conmovido realmente ni han dejado un poso en nosotros. Una vez que cumplen su misión, la de entretenernos, los dejamos en la estantería y sabemos que no nos acompañaran en la próxima mudanza. Por supuesto también tiene mérito escribir libros así, de los que llegan a todo el mundo, y además muchas veces son más interesantes que los otros, los que vienen reverenciados por la crítica como alta literatura u hondísimos ensayos trasgresores, y que son en realidad plomizos y lo único que hacen es matar la afición por la lectura.
Entremedias hay un tipo de autores inteligentes que necesitan un tiempo de maduración; requieren un leve esfuerzo lector que se recompensa con creces. Y cuando la obra que tienen es extensa y podemos dedicarle largo tiempo, se convierten poco a poco en compañeros de viaje con los que conversamos y con los que crecemos.
Un ejemplo es Nicolás Gómez Dávila (1913-1994). Un pensador colombiano que vivió secretamente entre unos pocos buenos amigos, dedicado a la lectura, poseedor de una de las mayores bibliotecas personales de su país, autor de dos libros de ensayo, un par de importantes artículos sobre política y derecho y, sobre todo, de una obra inmensa de cinco volúmenes de aforismos llamada Escolios a un texto implícito.
Los escolios,
como es sabido, son las anotaciones que hacían los escolásticos en los bordes
de las páginas de los libros clásicos para explicar o comentar lo que
estudiaban. Nicolás Gómez Davila escribió más de diez mil escolios a un texto
innombrado que jamás sabremos seguro si es la Modernidad, o el legado cultural
de Occidente, o sus propias lecturas, porque él nunca lo explica ni tampoco es
necesario saberlo. Nos basta con felicitarnos por tal infinidad de aforismos,
sentencias o epigramas, casi todos brillantes, bellísimamente escritos, muchos
inolvidables, desordenadores de conciencias adormecidas, divertidos algunos,
pesimistas otros, y recomendables todos.
Los cinco
volúmenes aparecieron separadamente en Colombia y casi no tuvieron repercusión
hasta que el filósofo italiano Francesco Volpi los reeditó juntos con una introducción,
“El solitario de Dios”, escrita por él mismo. Esta primera aparición completa
en la editorial colombiana Villegas colocó al ya por entonces fallecido Nicolás
Gómez Dávila en el cosmos intelectual europeo; fue traducido a varios idiomas,
y se sucedieron las referencias a los Escolios por parte de autores
prestigiosos como Ernst Jünger o Frédéric Schiffter.
En el año 2009 la
editorial española Atalanta publicó los cinco volúmenes en un solo y cuidado volumen
de más de mil cuatrocientas páginas. Su repercusión no hizo más que
incrementarse, y de hecho la edición se agotó y no ha sido hasta este año que
vuelve a poder encontrarse en las librerías.
Pero para quien
quiera una primera toma de contacto más ligera también es muy recomendable una
versión reducida a 281 páginas de la misma editorial, llamada Breviario de
escolios.
Este Breviario
tiene una introducción bastante recomendable de José Miguel Serrano y es un
buen camino para entrar en el universo gomezdaviliano. Quien agote sus fértiles
páginas, y si se queda con ganas de más, podrá lanzarse a la lectura del volumen
completo. Además ya empieza a haber varios estudios académicos de bastante
profundidad. En concreto, Facetas del pensamiento de Nicolás Gómez Dávila,
una obra colectiva, está en pdf y su descarga es gratuita. Sirve como un buen
acompañante en la lectura. Y al ser trabajos independientes, al igual que los
escolios, podemos leerlos sin prisa, disfrutándolos y esperando a que
sedimenten en nuestra ánima.
Si tuviéramos que
encontrar un equivalente a este pensador colombiano, seguramente tendríamos que
hablar de E.M. Cioran. Ambos autores tenían una cultura vastísima, escribían
poéticamente, estaban desencantados con el mundo moderno, eran refractarios al
sistema filosófico y por eso cultivaban el fragmento, llevaban una vida austera
y monacal, y si bien no eran autores de best-sellers tienen un público
amplio y leal.
Nicolás Gómez
Dávila tenía a gala ser “reaccionario”; añoraba un mundo que ya no es, pero que
seguramente nunca fue. Viajó poco para alguien de su solvencia económica, ya
que en toda su vida sólo fue a una vez a México y un par de veces a Europa,
pero lo que vio no le dejó buena impresión. La Europa de postguerra, sobre
todo, le llevó a identificar la modernidad con la barbarie. Tampoco era muy
dado a ver las virtudes de la democracia, que consideraba que disolvía la
cohesión social. También era muy defensor del catolicismo y el orden
tradicional.
Dicho esto, sus vitriólicas
diatribas se quedan más bien en esteticismo y frases epatantes. Pocos
escritores habrán dejando defensas tan bellas del amor, la buena vida, el saber
popular, la amistad y la bondad humana. Hay una celebración de la cultura
clásica en cada una de sus páginas, y unos análisis de los fenómenos sociales y
políticos que difícilmente se pueden minusvalorar.
Sumergirse en el Breviario
implica hacerlo con lápiz para escribir escolios a sus escolios. O copiarlos en
un cuaderno. O encabezar con alguno una página en blanco y desarrollar nuestro
propio escrito desde él. Es un libro para tenerlo en la mesita de noche y leer
sólo una página antes de dormirnos, o por la mañana al desayunar, y que lo que
leamos nos ronde durante el día.
Y tal vez resulte
un poco extraño no incluir citas de un autor tan citable en esta reseña, pero
no hemos conseguido encontrar un solo escolio de entre los diez mil que al
reproducirlo no hiciera una imperdonable injusticia a los demás. Nos queda
recomendar la lectura del Breviario a quien no lo haya hecho ya, y sentir
cierta envidia de veterano por los que se vayan a embarcarse por primera vez en
esta experiencia.
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