21.12.24

El libro de Cartago, de Juan Eduardo Cirlot

"La sombra de Cartago ha sollozado así para que los hombres tuviesen conocimiento de la posibilidad de ese exterminio total.
Cartago es el océano; aparición tan sólo, nube solamente."
El libro de Cartago, Juan Eduardo Cirlot

De Cartago recordamos que estaba en el norte de África, que luchó contra Roma en las guerras púnicas y que uno de sus generales más célebres, Aníbal, atravesó los Alpes con un ejército en el que había elefantes. Pero finalmente fue derrotado por Escipión el Africano y, al verse vencido, se suicidó. Años después, los romanos arrasaron la ciudad y esparcieron sal sobre sus ruinas para que nunca más creciera nada allí.

Sin embargo, más allá de estos hechos, se sabe poco sobre Cartago. Los romanos no solo destruyeron la ciudad, sino también toda la memoria que había de ella. Y, como suele ocurrir, este olvido la ha convertido en un símbolo. 

Para el poeta Juan Eduardo Cirlot, por ejemplo, en El libro de Cartago, la ciudad representa toda existencia aniquilada. En su obra poética, Cartago reaparece encarnada en una mujer de tez morena que le recrimina a Cirlot ser hijo de Roma, la gran exterminadora.Imaginar qué hubiera sucedido si Cartago se hubiera impuesto sobre Roma y nuestro mundo fuera cartaginés en lugar de romano es un divertimento baladí, como toda ucronía. Pero no deja de ser revelador de una cierta insatisfacción con el presente. Para Cirlot, solitario y melancólico—"Cartago se parece a mi tristeza", escribe—, esto le lleva a concebirse como un exiliado milenario, arrancado de su verdadera patria y arrojado a la sombra de los epígonos de Roma.

La visión poética de Cirlot tiene un curioso contrapunto en Cartago. El imperio de los dioses, de Emilio Tejero Puente. Se trata de una novela histórica con mucha menos potencia lírica que los poemarios cirlotianos, pero ambas lecturas pueden entenderse como complementarias.

La novela de Tejero Puente arranca poco antes de la devastación final. Cartago, bajo la estricta vigilancia de Roma, ha renunciado a sus ambiciones militares y ha desarrollado una red comercial floreciente. Es una ciudad próspera, consagrada al arte y la buena vida. Pero esta prosperidad es vista con recelo por los romanos, en especial por Catón el Viejo, quien, tras visitar la ciudad como embajador, regresa horrorizado al Senado.

Uno de los momentos más memorables de la novela—y un episodio histórico real—es cuando Catón exhibe en el Senado un apetitoso higo cartaginés y proclama que un pueblo capaz de cultivar y exportar semejantes manjares es un peligro para la paz mundial. Su discurso culmina con su célebre exhortación: Carthago delenda est.

En la visión de Tejero Puente, Roma es un imperio de campesinos brutos pero tenaces, militarista y saqueador, enemigo de la cultura y del mercado. En contraste, Cartago aparece como una civilización marítima, comerciante, laboriosa y hedonista. Su religión—de la que sabemos poco—es aquí reducida a un elemento menor, y su gobierno, una república controlada por los sufetes (una aristocracia comercial), se describe como corruptible, pero no autoritaria.

Cartago es, en esencia, una novela libertaria, tal vez sin proponérselo. La dicotomía entre Roma y Cartago se reviste aquí de un significado político: la república mercantil contra el imperio extractivo. Cirlot nos deja con la Cartago destruida y la culpa de ser hijos de Roma. Tejero Puente añade la perspectiva socioeconómica: los cartagineses eran más prósperos, más civilizados.

Cartago es tristeza porque representaba una promesa truncada. Era bella y marítima, y fue aniquilada por los mismos ineptos económicos que Antonio Escohotado describe en Los enemigos del comercio: estoicos pobristas, incapaces de generar riqueza más allá de la rapiña y los impuestos.
Roma o Cartago. De ahí venimos y aquí seguimos.

Coda
La novela está narrada desde el presente por un narrador ambiguo que intercala referencias modernas, como citar a Borges o mencionar que el antagonista tiene un piercing. Supongo que esto busca acercar la historia al lector actual, aunque probablemente aleje al crítico que en el futuro deba decidir si este libro merece un lugar en la literatura española.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Una vez mas el recuerdo,mejor dicho la constatación de que vivimos en una realidad extractiva y mediocre lo manejas con acercamiento y esa tristeza que empiezas a compartir de un Cirlot con el paraíso perdido...me apena y me resulta prematura .Aun están los higos por madurar