Lewis Mumford decía que un axioma de la historia es que cada generación se rebela contra sus padres y establece amistades con sus abuelos. En filosofía está claro que tras los petardos absolutos de los postmodernos, que llevan años obstruyendo la disciplina, nos sentimos necesariamente próximos a Jean-Paul Sartre, la figura paternal contra la que ellos a su vez se amotinaron.
Sartre
es incómodo porque plantea que las palabras enuncian verdades, que el hombre
debe luchar por su liberación, y que la sociedad puede y debe transformarse.
Todo muy a la contra del cinismo deconstructivista ambiental.
Por
supuesto que este filósofo nadaba en miserias morales y su deuda con la
fenomenología hace algunos de sus textos ilegibles, pero muchos de sus libros,
sobre todo los supuestamente menores, son de un interés imperecedero.
Reflexiones
sobre la cuestión judía,
por ejemplo, es de 1954 y su perspicacia todavía ilumina. Tras tantas
persecuciones a los judíos a lo largo de la historia, Sartre se pregunta por el
origen de tanto odio.
Hay
una manera obvia de leer este libro, la de limitarse este primer nivel: el
antisemitismo es nauseabundo y hay que combatirlo. Pero sin minusvalorar la
denuncia de esta abyección aún sangrante, hay otra lectura más amplia que puede
hacerse también, la de un estudio crítico del nacionalismo, racismo, o incluso
populismos en general.
Sartre
empieza rechazando que el antisemitismo sea una opinión más que pueda arrogarse
el derecho a la libertad de expresión, porque de hecho es una pasión que aspira
a suprimir derechos y vidas de personas concretas, y por ello no hay que
permitirle que tenga cauces para propagarse (al final del libro propugna que el
antisemitismo sea perseguido por la ley, aunque no cree que esto sea
suficiente). Por supuesto esto recuerda a los que hoy defienden violencias o
etnicismos, y exigen hacerlo dentro de la normalidad democrática porque “cada
uno tiene su opinión”, y si no se aceptan sus postulados se arrastran
victimizándose, quejicosos porque no pueden ejercer libremente su derecho a
privar a otros de sus derechos.
Otra
argumentación muy actual es la del judío como invento del antisemita (esta idea
se remite como un mantra). Para Sartre aunque haya leves rasgos físicos que se
pueden identificar con los judíos, éstos no son una identidad ontológica ni
nada por el estilo, ya que se puede haber nacido de madre judía y ser
totalmente indiferente a ello. Pero el antisemita, que es hombre de masas y
vive asustado, quiere formar parte de la “élite de los mediocres” y necesita
crearse enemigos, y por ello sobrecarga de cualidades a los judíos, a los que
reconoce como inteligentes y adaptables, y por ello temibles (si fueran
inferiores y reconocibles no serían tan peligrosos).
Por
supuesto el antisemita odia a los judíos no por lo que han hecho, sino por lo
que podrían hacer, o por lo que en teoría hicieron sus abuelos (Sartre ironiza
aquí cuando sostiene que culpar de algo a los nietos es tener “un sentido muy
primitivo de las responsabilidades”).
Para
el antisemita los judíos viven maquinando maldades, como si no tuvieran otra
cosa que hacer. La ventaja, nos dice Sartre, es que así no hay que entender ni
razonar mucho, y hasta permite cierta regresión “romántica”; basta con sentir
que hay una minoría perversa controlándolo todo y así se puede explicar uno
mejor el mundo, sin necesidad de estudiar las condiciones sociales.
Hay
en toda esta lógica del enemigo construido algo que recuerda a la privación de
legitimidad política de individuos o grupos. Cuando las masas gentiles
consideran que son la mayoría “normal”, que ellos son Francia, o sea el
verdadero pueblo portador del sentido común, y los judíos un cuerpo extraño,
éstos hagan lo que hagan han perdido. Si intentan rebelarse contra esta
imposición se les castiga y aísla, acusados paradójicamente de no querer
asimilarse; pero si la aceptan y tratan de ser sencillamente franceses, se les
exigirá continuamente pruebas de “buena voluntad”, que demuestren más que nadie
lo patriotas que son, y a lo sumo podrán lograr una tolerancia temporal hasta
que vuelvan a hacer falta chivos expiatorios. Porque los judíos pueden “rozar”
los valores franceses, pero nunca poseerlos (y siempre dependerá del arbitrio
de la mayoría decidir cuánto de hondo están rozando los valores franceses).
Como
muchos escritos sartreanos, igual Reflexiones sobre la cuestión judía no
es una obra perfectamente cerrada, pero en casi cada página encontramos ideas
edificantes y frases contundentes de esas que podrían grabarse en piedra. Los
mecanismos de estigmatización que denuncia siguen vigentes y la fraternidad que
engendra el resentimiento está presente en nuestro día a día (“Esta frase,
¨odio a los judíos¨, es de las que solo pueden pronunciarse en grupo”).
Nos
toca seguir firmes por los caminos de la libertad.
1 comentario:
Hablando de abuelos, un conocido de "olor a sobaco" me ha recomendado un documental que esta en youtube "lo que hicimos estaba prohibido" sobre los punks madrileños.Es un poco largo pero ilustrativo.Siempre que le das vueltas al tema de nosotros y los "otros" coincido contigo,muchas de las cualidades del enemigo hay que inventárselas para odiarle a conciencia. Quizá a todos nos educo Sartre y eso hay que agradecérselo siempre.Le volveré a leer siguiendo tu recomendación..
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