24.3.24

Reflexiones sobre la cuestión judía

Lewis Mumford decía que un axioma de la historia es que cada generación se rebela contra sus padres y establece amistades con sus abuelos. En filosofía está claro que tras los petardos absolutos de los postmodernos, que llevan años obstruyendo la disciplina, nos sentimos necesariamente próximos a Jean-Paul Sartre, la figura paternal contra la que ellos a su vez se amotinaron.

Sartre es incómodo porque plantea que las palabras enuncian verdades, que el hombre debe luchar por su liberación, y que la sociedad puede y debe transformarse. Todo muy a la contra del cinismo deconstructivista ambiental.

Por supuesto que este filósofo nadaba en miserias morales y su deuda con la fenomenología hace algunos de sus textos ilegibles, pero muchos de sus libros, sobre todo los supuestamente menores, son de un interés imperecedero.

 

Reflexiones sobre la cuestión judía, por ejemplo, es de 1954 y su perspicacia todavía ilumina. Tras tantas persecuciones a los judíos a lo largo de la historia, Sartre se pregunta por el origen de tanto odio.  

Hay una manera obvia de leer este libro, la de limitarse este primer nivel: el antisemitismo es nauseabundo y hay que combatirlo. Pero sin minusvalorar la denuncia de esta abyección aún sangrante, hay otra lectura más amplia que puede hacerse también, la de un estudio crítico del nacionalismo, racismo, o incluso populismos en general.

Sartre empieza rechazando que el antisemitismo sea una opinión más que pueda arrogarse el derecho a la libertad de expresión, porque de hecho es una pasión que aspira a suprimir derechos y vidas de personas concretas, y por ello no hay que permitirle que tenga cauces para propagarse (al final del libro propugna que el antisemitismo sea perseguido por la ley, aunque no cree que esto sea suficiente). Por supuesto esto recuerda a los que hoy defienden violencias o etnicismos, y exigen hacerlo dentro de la normalidad democrática porque “cada uno tiene su opinión”, y si no se aceptan sus postulados se arrastran victimizándose, quejicosos porque no pueden ejercer libremente su derecho a privar a otros de sus derechos.

Otra argumentación muy actual es la del judío como invento del antisemita (esta idea se remite como un mantra). Para Sartre aunque haya leves rasgos físicos que se pueden identificar con los judíos, éstos no son una identidad ontológica ni nada por el estilo, ya que se puede haber nacido de madre judía y ser totalmente indiferente a ello. Pero el antisemita, que es hombre de masas y vive asustado, quiere formar parte de la “élite de los mediocres” y necesita crearse enemigos, y por ello sobrecarga de cualidades a los judíos, a los que reconoce como inteligentes y adaptables, y por ello temibles (si fueran inferiores y reconocibles no serían tan peligrosos).

Por supuesto el antisemita odia a los judíos no por lo que han hecho, sino por lo que podrían hacer, o por lo que en teoría hicieron sus abuelos (Sartre ironiza aquí cuando sostiene que culpar de algo a los nietos es tener “un sentido muy primitivo de las responsabilidades”).

Para el antisemita los judíos viven maquinando maldades, como si no tuvieran otra cosa que hacer. La ventaja, nos dice Sartre, es que así no hay que entender ni razonar mucho, y hasta permite cierta regresión “romántica”; basta con sentir que hay una minoría perversa controlándolo todo y así se puede explicar uno mejor el mundo, sin necesidad de estudiar las condiciones sociales.

Hay en toda esta lógica del enemigo construido algo que recuerda a la privación de legitimidad política de individuos o grupos. Cuando las masas gentiles consideran que son la mayoría “normal”, que ellos son Francia, o sea el verdadero pueblo portador del sentido común, y los judíos un cuerpo extraño, éstos hagan lo que hagan han perdido. Si intentan rebelarse contra esta imposición se les castiga y aísla, acusados paradójicamente de no querer asimilarse; pero si la aceptan y tratan de ser sencillamente franceses, se les exigirá continuamente pruebas de “buena voluntad”, que demuestren más que nadie lo patriotas que son, y a lo sumo podrán lograr una tolerancia temporal hasta que vuelvan a hacer falta chivos expiatorios. Porque los judíos pueden “rozar” los valores franceses, pero nunca poseerlos (y siempre dependerá del arbitrio de la mayoría decidir cuánto de hondo están rozando los valores franceses).

Como muchos escritos sartreanos, igual Reflexiones sobre la cuestión judía no es una obra perfectamente cerrada, pero en casi cada página encontramos ideas edificantes y frases contundentes de esas que podrían grabarse en piedra. Los mecanismos de estigmatización que denuncia siguen vigentes y la fraternidad que engendra el resentimiento está presente en nuestro día a día (“Esta frase, ¨odio a los judíos¨, es de las que solo pueden pronunciarse en grupo”).

Nos toca seguir firmes por los caminos de la libertad.


1 comentario:

anonimo dijo...

Hablando de abuelos, un conocido de "olor a sobaco" me ha recomendado un documental que esta en youtube "lo que hicimos estaba prohibido" sobre los punks madrileños.Es un poco largo pero ilustrativo.Siempre que le das vueltas al tema de nosotros y los "otros" coincido contigo,muchas de las cualidades del enemigo hay que inventárselas para odiarle a conciencia. Quizá a todos nos educo Sartre y eso hay que agradecérselo siempre.Le volveré a leer siguiendo tu recomendación..