Quiero aprender (Ópera Prima, 2019) parece un libro escrito contra este fenómeno. Es la tercera obra de Adela Jiménez Madrid, tras Ciudadanos de primera y La suerte de aprender.
La autora, catedrática de Física y Química en institutos de secundaria, atesora nueve décadas de existencia, la mayor parte de ellas dedicadas al aprendizaje y la enseñanza. En este libro revisita todas las etapas de su vida: su primera infancia antes de la Guerra Civil, el nacimiento de su fascinación por el conocimiento, sus periplos familiares por distintas ciudades y hasta una estancia en África. Más adelante llegan sus años en Barcelona como una jovencísima profesora, seguidos de su madurez como docente en Madrid, con cientos de alumnos que pasaron por sus clases y, sin duda, con ella transformando muchas de sus vidas.
En cada página se percibe su amor por la pedagogía y su férrea convicción de que la educación lo es todo, y que gracias a ella la humanidad tiene un horizonte de libertad.
El libro está muy bien escrito, con una prosa ágil y clara. Son noventa años de gran lucidez en una mujer que deja entrever en cada línea su vasto bagaje intelectual.
Uno de los pasajes más interesantes es aquel en el que describe el origen de su compromiso cristiano con la sociedad. Narra sus relaciones con grupos católicos en los años cincuenta y su crecimiento intelectual dentro de ellos, a veces conflictivo. Hoy en día este testimonio resulta valioso, ya que suele minusvalorarse lo que podríamos llamar el existencialismo católico español, como si hubiera carecido de relevancia. Sin embargo, la realidad es que logró extraer lo mejor posible dentro del contexto de la posguerra para toda una generación de jóvenes.
Sin abandonar la fe, pero adaptándose de manera distinta a su tiempo, la autora dedica un capítulo al Instituto de Potencial Humano de Madrid, la rama española de la Programación Neurolingüística (PNL) creada en California por Richard Bandler y John Grinder. Según lo que cuenta, su implicación en este proyecto fue crucial en su trayectoria, pero trata este episodio de forma breve, dejándonos con ganas de saber más sobre una corriente que, por lo que parece, ha perdido relevancia en la actualidad.
Otro de los pilares del libro es lo que ella denomina la "generación silenciosa": los españoles mayores de setenta años, aquellos que han visto marchar a muchos de los suyos y que también empiezan a irse, perdiéndose con ellos un invaluable bagaje de experiencias. "Nos estamos marchando", anuncia Jiménez Madrid, refiriéndose a una generación que vio el mundo cambiar varias veces y que, sin aspavientos ni reclamos, supo adaptarse.
Además, esta generación representa una nueva categoría sociológica originada por los avances médicos: personas de edad avanzada con una lucidez mental intacta. Cuerpos de ochenta con intelectos de treinta. La autora señala que la sociedad aún no sabe cómo integrarlos, pero que tendrá que aprender. Existen nuevos jubilados a quienes les sobra entusiasmo y conocimiento como para ser apartados en un geriátrico de Torremolinos.
Quiero aprender es, en suma, un libro fructífero que cierra una biografía, pero abre múltiples caminos de reflexión.
2 comentarios:
Acabo de terminar el libro de la señora profesora,seguro que se enorgullece de ese título.Además en el libro sigue siendo profe,da sus conclusiones muy pensadas, pasa por encima de lo feo de la vida:celos,envidia.Me agrada mucho,significa que le ha sido útil,que acabe con un ejercicio que usamos mucho en psicodrama,le llamamos la línea de la vida y se puede recorrer de muchas formas.Es curioso,ella para siempre en las pérdidas(justo después del trauma).Me recuerda a un grupo de mujeres: Nieves( Edurne) Manoli,Isabel, muy comprometidas con su tiempo y con sus contemporáneos, a través de su oficio.Su descripcion de las distintas generaciones de adolescentes es escueta y exacta.Prefiero sus anécdotas a sus divagaciones,su método de corrección de exámenes es riguroso y compartido.Muchas gracias por este regalo para a afrontar la jubilación en la pública, y el paso de los años, que se puede reconocer como una riqueza.No hay porque aceptar la juventud como supremo valor, por muy bellos que sean los efebos y las ninfas.Hay mucho que hacer y mucho trabajo mas allá del estado y el cambio siempre ha sido un motor.Gracias.Su apuesta por la verdad como científica y como educadora,es la columna vertebral de un compromiso con la realidad y su transformación, mas útil y solidario que los "discursos" a medida.La institución en la que estuvo, se educaron allí compañeras mías,era académicamente exigente y femeninamente irrespirable.
Estoy leyendo el libro y me fascina. Gracias Adela por compartir con nosotros toda tu sabiduría y experiencia. Espero que sigas compartiendo tanto...
¡GRACIAS!
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