Por fortuna, Historia de la poesía colombiana. Siglo XX de Juan Gustavo Cobo Borda (Villegas Editores) irrumpió como un antídoto. Centrado en poetas de Colombia, este libro es un repaso accesible, ameno y valioso para profanos. Arranca con José Asunción Silva a inicios del siglo pasado y culmina con autores contemporáneos, vivos aún. Entre contextualizaciones históricas sencillas, ejemplos y análisis lúcidos, Cobo Borda traza un mapa que invita a explorar. La edición, con el distintivo lomo dorado de Villegas, es hermosa, aunque, como suele ocurrir con esta editorial, adolece de pequeños errores que un corrector habría pulido; nada, sin embargo, que empañe su encanto.
El autor lamenta, con razón, que los grandes poetas colombianos sean desconocidos más allá de sus fronteras. Los fragmentos que incluye impresionan —si eso basta para calificarlos de buenos, lo ignoro, pero conmueven—. El libro recomienda nombres y despierta la curiosidad; luego, toca buscar sus obras en bibliotecas o en Google.
La primera mitad del siglo XX muestra poetas como Silva, De Greiff o Barba Jacob —nombres familiares en Colombia, donde Silva incluso adorna billetes de 5.000 pesos— enfrentándose al modernismo y la modernidad. Sus versos, aunque logrados, tienen un valor más histórico que actual, o exigen una sensibilidad curtida para desentrañarlos. Desde los años cincuenta, el panorama se diversifica y se acerca a nuestro tiempo. La revista Mito de Gaitán Durán (1955), clave en la renovación intelectual del país, y los nadaístas de Gonzalo Arango, beatniks andinos de irresistible magnetismo, marcan hitos bien narrados.
Cobo Borda, poeta él mismo, se excluye con modestia de su propia historia, una omisión que deja al lector con ganas de saber más de su obra. Entre sus predilectos destacan Mario Rivero y Raúl Gómez Jattin. Rivero, con su poesía urbana, retrata la llegada de campesinos a las ciudades, abandonando los paisajes naturales de la tradición por versos claros y gratificantes: un hallazgo luminoso. Pero es Gómez Jattin quien hechiza. Su vida, narrada en la vibrante biografía Arde Raúl de Heriberto Fiorillo, es un torbellino de genialidad y autodestrucción: marginal, adicto, muerto bajo un autobús. En su antología Amanecer en el valle del Sinú, sus poemas —sobre el odio a la madre, el desprecio a las normas sociales y una piedad doliente por los que persisten— son magnéticos e imborrables.
Solo por guiarme hasta Gómez Jattin y demostrar que la poesía también me pertenece, este libro merece mi gratitud eterna. Cobo Borda no solo abre una ventana a la lírica colombiana: derriba los muros que la separan del lector común.
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